Pinta bebotes hiperrealistas con fines recreativos y terapéuticos: Ailin Capparelli, la artista reborn de Comodoro
A Ailín siempre le gustaron los bebotes y también la medicina. Soñaba con ser neonatóloga. Sin embargo, se volcó a la fonoaudiología para trabajar con chicos y grandes. En el camino se especializó en lactancia y hace cinco años descubrió un arte que la llevó nuevamente a su infancia. Ailín es la artista reborn de Comodoro, un arte que combina colorimetría, cotiza en dólares y tiene fines recreativos y terapéuticos.
La primera vez que Ailín Capparelli (26) vio un bebé reborn era chica. En un programa de televisión mostraban gente adulta que los coleccionaba y también parte del proceso creativo de pintado. A ella le encantó, le llamó la atención cómo injertaban pelo por pelo en el muñeco. Quería uno, pero todo quedó en stand by. Hace cinco años, Ailín encontró una oferta en Mercado Libre y se dio el gusto que había quedado trunco, sin saber que estaba desembarcando en un arte hiperrealista que hoy llama la atención en todo el mundo.
Ailín es la artista reborn de Comodoro, un arte que convoca a coleccionistas, a exposiciones y que requiere un enorme trabajo artístico vinculado a colorimetría y paciencia. Se trata de un fenómeno global con fines recreativos y terapéuticos que llama mucho la atención por el hiperrealismo que tienen los muñecos, que parecen casi bebés reales.
La joven confiesa que el día que compró el bebé reborn lo primero que preguntó a la vendedora era si le iba a dar impresión cuando abra la caja. Es que los muñecos, por su tonalidad, su peso y sus expresiones, parecen bebés de verdad.
“Es algo que le pasa a todos”, dice Ailín a ADNSUR en una entrevista en su casa taller. “A la gente al principio le da impresión, a mis amigas mismas les pasa, pero después cualquiera que viene a casa agarra un bebé y les termina gustando. Por supuesto también hay mucha gente a la que no le gusta, pero es un trabajo artesanal que lleva muchas horas. En mi caso es una pasión, mi hobby. Hay gente que baila, que corre carreras. Bueno, yo pinto, me da felicidad y me desentiendo del mundo cuando hago esto”.
Ailín admite que siempre le gustaron los bebotes y los bebés en general. Su primeros recuerdos ―y de sus padres, el pediatra Caparelli y la técnica hematóloga― están vinculados a la medicina y al juego.
“Mi mamá me cuenta que cuando era chiquita, tendría unos 4 años, nació una primita que estuvo internada en neo y yo la vi por una ventana. Y cuando yo llegué a mi casa, lo primero que hice fue internar a todos mis bebés, porque siempre más que jugar a la mamá jugaba a la neonatología”.
Así como cada cual recuerda sus juegos en niñez, quizás con autitos, con peluches o muñecos, Ailín recuerda sus tardes con barbies y bebotes, entre ellos “Panchito”, uno de los primeros bebotes que tuvo y que aún forma parte de su colección.
“Siempre me gustaron y era mamá full time de chiquitita”, dice entre risas. “Nunca tuve vergüenza de mostrarlos. Uno de los últimos bebés que compré de adolescente fue a los 16 años y ahora lo uso para trabajar porque tiene la boca tan abierta que me sirve para mostrar ejemplos de lactancia o cómo ayudar a un bebé a comer. Tampoco es que jugaba, los coleccionaba”.
Como dice, siempre le gustó la neonatología, incluso pensaba que iba a dedicar su vida a ese campo de la medicina. Sin embargo, cuando llegó la hora de definir su futuro, evaluó todo el panorama, pensó pros y contras y la compatibilidad de tener una profesión que le permitiera cumplir un sueño que siempre tuvo: ser madre.
“Sabía que si estudiaba eso iba a estar muchas horas haciendo guardia, sobre todo en neonatología que tenés que estar mucho en internación, y me pareció que no era compatible con el sueño de mi vida. Entonces me puse investigar de qué se trataba la fonoaudiología y trabajaba con poblaciones infantiles, con adultos y con ancianos, en diferentes áreas como lenguaje, habla, alimentación, succión, deglución y toda el área voz. Y me terminé enamorando de la carrera”.
Ailín estudió en la Universidad del Salvador en Buenos Aires y en 2020, cuando se graduó, volvió a Comodoro Rivadavia para trabajar en su profesión, principalmente vinculada a la fonoestomatología.
Fue en ese recorrido, en la Neonatología de La Española, que sintió que para poder ayudar y asesorar a las mamás le faltaba más conocimiento de lactancia, y decidió especializarse en ese campo. Así, la joven divide sus días entre la fonoaudiología, la lactancia y el arte reborn, tres actividades que de alguna manera están conectadas y tienen que ver con su propia historia.
UN ARTE DE PACIENCIA Y ALTOS COSTO
El arte reborn no es un simple pintado, sino que requiere paciencia, conocimiento y sobre todo mucha práctica. La historia dice que su origen data de la Segunda Guerra Mundial, cuando las madres, escondidas en buker tenían que arreglar y acondicionar bebotes para que sus hijas pasen el tiempo. Y más acá en el tiempo, en la década del 90, una empresa estadounidense recuperó esta práctica e industrializó y promocionó el formato.
En su caso, Ailín, a través de Youtube, y los videos al azar que la plataforma muestra a partir de los intereses personales, comenzó sumergirse en este arte.
“Me empezaron a aparecer videos en Youtube de gente pintando y dije ‘podría intentarlo’. Empecé a mirar y una chica, Clarita Sánchez Miño, me animó a empezar a pintar. Empecé con un muñeco de juguetería que tenía de cuando era chica. Los primeros muñecos que pinté fueron con acrílico, también probé con óleo, pero con el tiempo se oxidaban y en pandemia encontré Origin unas pinturas termosellables, que una de sus dos creadoras es una artista argentina llamada Valeria Kunst, y que me permitieron pintar bebés de calidad para vender”.
El proceso es 100% artesanal. Las artistas reborn compran el muñeco de silicona, los pintan y trabajan de acuerdo a la edad que quiere que tenga el infante. “Se pinta capa por capa y recién cuando hacés varias capas vas viendo el color de la piel, porque es una capa de pintura al horno. Lo ponés en un horno de convección halógena donde se mueve todo el tiempo el aire y lo horneás a 125 grados durante 10 minutos, dependiendo de la pintura y el vinilo”.
En su caso, Ailín pinta con la teoría del color de magenta. Usa colores lila, azul, verde y amarillo. “Así vas haciendo los colores de la piel y después jugás con la tonalidad que querés darle. Una bebé recién nacida, por ejemplo, tira a colores magenta; uno más grande tiene colores más rojos. Este, por ejemplo, que fue de los primeros que hice, ya no me gusta, tiene muchos errores y la piel me quedó saturada de azul. La gente no se suele dar cuenta pero a mí me da esa sensación”.
El pintado de cada muñeco se puede extender a una semana, dependiendo del tipo de trabajo que sea. Si hay que pintarle pelo o injertarle con una aguja pelo por pelo demandará mucho más trabajo aún, porque lo que se busca es que se vea lo más real posible.
Ailin admite que no fue fácil llegar al nivel de realismo que puede tener hoy. Al principio quemaba muñecos o se pasaba en pintura y tenía que volver a empezar. Por eso, “el sujeto de experimentos”, aquel muñeco con que hizo las primeras pruebas, es un buen recuerdo de sus inicios.
En su corta carrera como artista, Ailín ya lleva vendidos más de 30 muñecos, todos para pequeñas que quieren jugar con ellos. Aunque en este sentido, vale aclarar que no son aptos para cualquier bolsillo. Cada bebé reborn puede costar más de 100 mil pesos, dependiendo de varios factores.
“Mucha gente cuando se enteran del precio se enoja o te critican. A mí me pasaba lo mismo, decía ‘¿por qué tan caro?’, pero ahora entiendo el por qué. La verdad que es muy difícil ponerle precio porque yo compro todo en dólares y suben muy rápido los productos. Entonces no puedo mantener un precio porque todo aumenta. Ahora decidí cerrar los encargos, porque yo dejaba que me los paguen en cinco cuotas. Hay gente que los espera con mucha ilusión y a mí lo que más me importaba es hacer feliz a alguien que de verdad lo quisiera tanto, entonces lo dejaba en cuotas, pero me fue imposible mantenerlo así porque estaba perdiendo plata. Entonces decidí hacer stock. Hay artistas que le ponen el precio en dólar, al dólar blue del día para no tener que andar actualizando el precio”.
Pero lo cierto es que más allá del valor, para Ailín hacer este tipo de muñecos es algo especial, porque la lleva a su propia infancia y sus recuerdos. “Es algo lindo, por ahí te mandan videos de las nenas abriendo los regalos, gritando de emoción o llorando. La otra vez me mandó una nena un video diciendo ‘Estoy muy orgullosa de vos’, de lo mucho que le gustaba la muñeca”. “También el otro día una nena me envió una foto con su bebé de dos kilos subiendo un cerro. Yo digo ‘qué ganas’, pero bueno lo quieren un montón y son tan importantes como Panchito lo es para mí. Hay otras artistas que tienen pedidos por una cuestión terapéutica o coleccionistas, pero es algo muy lindo, porque que a alguien le guste el trabajo de uno, y hacer feliz a otro no tiene comparación”.
A Ailín le gustaría seguir creciendo en este arte. Admite que cada vez tarda más tiempo en pintar los muñecos porque cada vez le hace más detalles y se dio cuenta que si pinta más lento el resultado es mucho mejor. Su sueño es llegar a exportar y alcanzar otro nivel de realismo para seguir creciendo. “Me encantaría exportar. Hay una técnica que es high erling, alta terminación, que son bebés que los tenés que mirar con lupa para ver si son o no son de verdad. Esos pueden costar hasta 3000 euros. Me gustaría llegar a ese nivel, sé que es muy difícil exportar pero mi deseo es poder hacerlo, no pintar bebés todos los meses, sino sacar uno muy bueno cada tanto”, dice esta joven que se animó a volver a su infancia y trabajar en torno a lo que siempre le gustó: los bebés y la salud, dos cosas que le apasionan.