Alguna vez fue un pueblo con más de 500 habitantes que se dedicaba a la extracción de algas. Había escuela, pulpería, almacén de ramos generales, una iglesia, también comisaría y galpones donde se procesaba la extracción de agar agar que luego se exportaba a Japón. Sin embargo, a fines de la década del 80 el pueblo sucumbió, la muerte de Lorenzo Soriano, el andaluz que vio una beta en aquel desolado lugar, fue el final de una aventura que iba en declive tras un derrame de petróleo frente a la bahía, y diversos hechos que disminuyeron a la flora subacuática. Así, Bahía Bustamante fue quedando en el olvido, despoblándose. 

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Parque Patagonia Azul on Instagram.

En la actualidad en el lugar funciona un lodge turístico y ecológico de la familia Soriano y también el Parque Patagonia Azul, un proyecto de la Fundación Rewilding Argentina que hace tres años comenzó a trabajar para tratar de recuperar esa alga marina y revertir la crisis de extinción impulsando la producción de naturaleza, su objetivo central.

Lorenzo Soriano fue el impulsor de la extracción de algas en la zona de Bahía Bustamante. El hombre le dio vida a ese lugar que hoy se busca conservar.

Se trata de un trabajo de investigación netamente artesanal realizado por un grupo de investigadores que a través del buceo submarino lograron plantar una hectárea de algas en el fondo del mar.

Uno de esos investigadores es Lucas Beltramino (36), un hombre nacido en Rosario que en 2008 vino a la Patagonia a estudiar Ciencias Biológicas en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco y hoy es padre de una niña que nació y creció en el parque, aquel lugar donde viven a 15 kilómetros de Camarones.

En 2019, Lucas fue convocado por la Fundación Rewilding para coordinar la parte de conservación del parque. Para él significó el regreso al campo, al aire libre, luego de una estadía en una oficina por un doctorado que hacía en el CENPat, el organismo que el Conicet tiene en el Golfo Nuevo.

“Siempre anhelé volver al campo, al aire libre, que es básicamente el trabajo que más hacemos acá”, dice a ADNSUR desde el Parque Patagonia. “Siempre me atrajo la naturaleza, pero la escuela me llevó para la parte técnica. De hecho terminé como técnico electrónico, pero siempre hubo algo que me tiró para salir de un escritorio, del laboratorio o de una oficina para estar al aire libre. Y cuando la fundación me convocó, no dudé”.

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RECUPERAR Y CONSERVAR 

La Fundación Rewilding Argentina fue creada en 2010 por un grupo de conservacionistas. De alguna forma es la heredera del legado de Tompkins Conservation y trabaja en conjunto con el Estado nacional, los gobiernos provinciales y organizaciones conservacionistas y sociales. Su trabajo lo desarrolla a lo largo de todo el país, desde el Impenetrable, en Chaco, hasta en el Área Marina Protegida Yaganes, al sur de la Isla Grande de Tierra del Fuego.

En Chubut, hace unos años trabaja en el proyecto Parque Patagonia Azul con el objetivo de trabajar en la conservación del mar. Para ejecutarlo, la entidad compró dos campos: El Sauce, cercano a Camarones, que se convirtió en el Portal Isla Leones y cuenta con un camping cercano a la Ruta 1 y otro en ejecución para habilitar Bahía Redondo; y otro al lado de Bahía Bustamante, donde se trabaja el Portal homónimo, con un camping en el Arroyo Marea. 

En esa zona, Lucas trabaja en diferentes proyectos vinculados a todo tipo de especies, desde pumas a ballenas y también algas. “La idea es restaurar las especies claves de los ecosistemas y lograr ecosistemas completos y funcionales para que funcionen en equilibrio”, explica sobre el trabajo que realizan. “El problema es que cuando uno saca uno de los eslabones claves del ecosistema, es cuando empiezan a haber fallas y empezamos a degradarlo, entonces lo que se busca es restaurar estos ecosistemas y grandes especies. Por eso, hace un tiempo empezamos a estudiar un poco el tema de la gracilaria”.

Mientras cuenta sobre la investigación, Lucas recuerda los antecedentes de la extracción de algas en Bahía Bustamante. Explica que “los arribazones eran procesos naturales y llegaban toneladas y toneladas de algas a la costa en toda la playa”. Durante mucho tiempo “se cosecharon aquellas algas que llegaban a la costa del mar”. Sin embargo, cuando la cantidad mermó y la demanda aumentó se comenzó a “extraer con redes las algas sueltas que estaban dentro del mar”. 

“Con eso fueron supliendo la falta de algas que llegaba a la costa, pero con el tiempo no dio abasto y esa industria dejó de existir, como también las arribazones naturales. Nosotros creemos que de alguna manera se afectó al proceso natural del alga, sino deberíamos seguir teniendo ese tipo de arribazón. Entonces, a manera experimental, empezamos a hacer unos parches de plantación de algas para ver si es posible recuperar esas praderas que existieron en algún momento”, indicó.

Foto: Maike Friedrich y equipo de conservación de Patagonia Azul.

En total se plantaron dos hectáreas en Bahía Redondo. La primera plantación se realizó en marzo de 2021 y la segunda en marzo de 2022. Se trata de un trabajo artesanal, 100% acuático. 

“La plantación consiste en recorrer y buscar praderas en buen estado donde se pueda cosechar. Y eso que cosechamos lo plantamos en otro sitio. El tema es que el alga es un pelillo, como fideos largos, finitos, con un par de milímetros de espesor. Uno agarra mechones de esas algas, las va plantando con una especie de tenedor de dos dientes, y las va enterrando en el sustrato fino que puede ser arena, puede ser arcilla. Pero el tema es que la especie que tenemos acá no soporta la desertificación, entonces tenemos que plantarlas con buzos en forma manual. Por eso es un proceso bastante largo y artesanal”.

Lucas cuenta que la reforestación del mar se realiza también en otras partes del mundo. En Chile, por ejemplo, se trabaja con otra especie de la misma familia. Sin embargo, esa alga sí soporta estar al aire, lo que permite plantar y cosechar cuando baja la marea y que crezca mientras sube. 

En Chubut, como el alga no soporta ese proceso, debe ser plantada 100% bajo el mar, trabajando bajo el agua, enterrando la planta, pero dejando una porción de ese mechón sobresalga, para que luego crezca un nuevo individuo. 

“Sería una manera de propagación vegetativa porque básicamente estamos clonando el alga”, dice Lucas. “Fue todo un desafío, porque no tenés forma de guiarte. La visibilidad en Patagonia, cuando es buena, con suerte llega a los 10 metros. Imaginate que para plantar una hectárea no podes ver a la otra punta de la parcela. Para guiarnos tuvimos que poner unos cabos en el fondo y un buzo se situó a cada extremo de ese cabo. Entonces cada buzo plantaba a la derecha, cada un metro una porción de alga, y cuando llegábamos al lado opuesto desplazamos ese cabo un par de metros hacia un lateral y volvíamos a hacer ese proceso repetitivo. De esa manera nos aseguramos que íbamos desplazando por una misma línea y que no estábamos plantando siempre en el mismo lugar. Aparte, de esa manera sabemos en qué lugar se plantó para luego ir a hacer un monitoreo de esa plantación”.

Vista aérea de la zona donde se realizó el trabajo. Foto: Maike Friedrich y equipo de conservación de Patagonia Azul.

El trabajo fue realizado también por los buzos Matías Di Martino, Marcos Riciardi, Gastón Malasecheverria y Emiliano Donadio - director científico - y demandó dos días por cada hectárea, con cuatro o cinco buzos que se iban turnando para bajar, plantar y salir a superficie una vez que el oxígeno decía ‘basta’. 

“Al principio la plantación nos costó hasta agarrar el ritmo. El sitio donde plantamos tiene cuatro a seis metros de profundidad, entonces uno podía estar bastante tiempo buceando esa profundidad. Hacíamos jornadas de una hora, aproximadamente el tiempo que dura la carga de aire haciendo esta actividad, y cuando se nos acababa el botellón hacíamos cambio de equipo y bajaban otros dos buzos. De esa manera iba descansando un grupo mientras el otro plantaba. En dos días pudimos plantar una hectárea bien, en el proceso que íbamos a cosechar el alga, marcar el sitio donde íbamos a hacer la plantación y hacer la plantación. Jornadas de tres o cuatro horas”.

Matías Di Martino en pleno trabajo de plantación. Foto: Maike Friedrich y equipo de conservación de Patagonia Azul.

Durante el primer año se monitoreó el crecimiento de las plantas y su adaptación. En los seis primeros meses, el anclaje rondó entre el 60 y el 80%, y en el último monitoreo, durante el último verano, rondaba el 50%, un porcentaje más que aceptable teniendo en cuenta las características del proyecto. 

“La verdad que fue exitosa. Pero bueno, la verdad es que si uno quiere escalar estos proyectos hay que buscar alternativas que puedan aumentar la tasa de propagación. La idea ahora es probar algún proyecto donde podamos hacer el alga esporulado, o sea que larguen las esporas, que sería como análogas a la semilla. Tendríamos que fijar esas esporas a algún sustrato y después dispersarse. Pero bueno es un proceso que no empezamos a hacer nosotros. Vimos que gente de Bahía Blanca empezó a hacer algo así, pero habría que ver cómo escalamos eso para usarlo como método de recuperación ambiental”.

Lo cierto es que los próximos monitoreos arrojarán nuevos datos, porque muchas veces el resultado también depende del desprendimiento que hayan tenido recientemente. Así, quizás una semana una planta no se ve a simple vista, pero la próxima sí. 

“Es algo difícil de estimar o esperar”, admite Lucas. “Pero como es una bahía bastante cerrada es esperable que tengamos un buen anclaje y que no se desprenda tanto”. 

El objetivo es ampliar la zona donde se realizan estas restauraciones y recuperar aquellos arribazones, que en un balneario son rechazados, pero que en sitios de conservación como lo es hoy Bahía Bustamante, es fundamental para los procesos naturales, aquellos que benefician a aves playeras que se alimentan de los invertebrados y moluscos que vienen prendidos en esa algas, es decir, sitios de alimentación que completan el círculo del ecosistema, algo fundamental para la vida bajo el mar.

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