“Uno está acá, en el fin del mundo, en Patagonia y de repente que te pongan este foco encima ayuda un montón”, dice Pablo García Borboroglu. Al biólogo de Chubut, reconocido a nivel internacional por su trabajo con pingüinos, se lo escucha contento, satisfecho por la nominación que recientemente recibió de la Indianapolis Zoological Society Inc., institución que otorga el mayor galardón a la conservación animal a nivel mundial. 

García Borboroglu es uno de los seis finalistas de un total de 60 nominados y se ilusiona con ser el primer sudamericano en ganar el Indianápolis Prize. Es que en sus 10 ediciones, el certamen solo ha sido ganado por investigadores ingleses, canadienses y norteamericanos. ¿Por qué no está vez el ganador puede ser de estas latitudes? Y qué mejor si es argentino.

Lo cierto es que el 16 de mayo acabará la espera cuando se conozca al ganador del premio que se entregará el 30 de septiembre, en una gala en Estados Unidos. Sin embargo, para el investigador chubutense, él ya ganó, tal como dijo a ADNSUR desde Madryn, donde está radicado. 

“Para mí ya es un gran logro estar en la final de la elección. Es la primera vez que me nominan y es muy relevante porque este premio se conoce como el Nobel a la Conservación. El jurado valora mucho el trabajo realizado, la dedicación y el esfuerzo, entonces estar con el grupo de finalistas es algo muy grande. Así que estoy más que feliz, porque además esto ayuda a visibilizar lo que uno está tratando de proteger y abre muchas puertas, legitima el trabajo que uno hace”, dice García Borboroglu con orgullo.

En 2018 Pablo ganó el "Whitley Gold Award", conocido como el "Green Oscar" o el Oscar Verde de la ciencia.

UN AMOR PATAGÓNICO

Pablo tiene 53 años, es oriundo de Mar del Plata pero tiene corazón patagónico. Su abuelo vino desde Grecia a Argentina y se radicó en Comodoro donde conoció a su esposa y tuvo un conocido local comercial, heladería Atenas, un ícono de la época. 

En Comodoro vivieron varios años hasta que se mudaron a Mar del Plata, la ciudad donde nació el protagonista de esta historia. 

Cuenta Pablo que fueron sus abuelos quienes le inculcaron el amor por los pingüinos, principalmente su abuela. “Ella me contaba las historias de cuando iba a ver a los pingüinos, que en ese momento no había nada organizado. Ese fue mi primer contacto con los pingüinos. Fue ella quien me conecto con la naturaleza”, recuerda con nostalgia.

La heladería Atenas estaba en San Martín al 600 y fue fundada por los abuelos de Pablo, quienes incentivaron su amor por la naturaleza.

Hasta los 19 años, el investigador vivió en “la feliz”. Sin embargo, un verano en Trelew cambió todo. 

“Mi tío Jorge tenía una agencia de viaje que se llamaba Sur Turismo en Trelew y vine a trabajar en la agencia. Empecé a guiar turismo extranjero. Como yo quería ser diplomático, sabía un poco algo de inglés, francés, un poco alemán. Entonces empecé a aprender mucho de fauna y demás. En ese entonces había muy pocos guías en francés y trabajaba con eso”.

En esa época, pensar en conservación era una utopía. Los derrames y el poco respeto hacia el entorno de los animales eran el principal obstáculo a superar. Pablo recuerda muy bien esos días y un hecho que marcó una bisagra en su camino. “En los años 80 pasaba que morían 40 mil pingüinos de Magallanes acá en Chubut por el petróleo. Entonces era muy común ir a las costas y ver pingüinos. A mí eso me sorprendió bastante, yo agarraba los pingüinos en las playas y los llevaba a un centro de rehabilitación que había hecho, pero algo que me marcó fue el gran derrame del 91. Murieron 17 mil pingüinos y junto a unos compañeros de la facultad hicimos un convenio con la provincia y nos fuimos a hacer un centro de rehabilitación en Tombo. Eso atrajo mucho la atensión de la prensa porque Tombo era casi una huella”.

Por ese entonces, Pablo ya estudiaba Ciencias Biológicas en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, el lugar que le dio las herramientas para crecer en su carrera profesional. Sin embargo, ese sería solo el inicio de todo. Luego realizaría un doctorado en la Universidad del Comahue y más tarde un postdoctorado en el Centro Nacional Patagónico, a través de una beca postdoctoral del CONICET, el Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, donde se desarrolla como investigador. 

En el año 91 hubo un gran derrame de petróleo y Pablo tuvo su primera experiencia directa en la conservación.

CONSERVAR PARA CRECER Y VIVIR

Cuando habla de conservación, a Pablo le cambia el tono de su voz. Se entusiasma, recuerda y concientiza. Con orgullo cuenta que luego de esa primera intervención en Tombo, se logró que las rutas vinculadas al petróleo se alejarán de las costas y con tecnología y detección temprana de derrames la tasa de muerte de pingüinos bajó de 40 mil a menos de dos docenas, “un gran éxito de conservación”, dice con orgullo. 

A la distancia, asegura que esa experiencia con cientos de pingüinos empetrolados fue una bisagra para él y lo motivó a meterse de lleno en la conservación. “Estuvimos tres meses lavando pingüinos, pensé ‘tengo que ser más útil’ y decidí estudiar. Después lo que me pasó fue que cada tres años se hacía un Congreso Internacional del Pingüino y era como un lamento decir ‘qué mal están los pingüinos’, pero era como descubrir el incendio pero no hacer nada para apagarlo. Entonces dije ‘tenemos que hacer algo’ y fundé la Global Penguin Society agrupando a un gran número de investigadores”.

Con ese grupo de investigadores, García Borboroglu comenzó a trabajar en ciencia,  generando conocimiento para identificar problemas mundiales. “Buscamos soluciones y trabajamos para crear áreas protegidas marinas, para hacer planes de manejo o áreas protegidas donde hay que hacer manejo de petróleo, pesca y después tenemos un gran programa de educación asociado con organismos gubernamentales. Por ejemplo, hemos llevado a más de 7000 nenes de Chubut a conocer a sus pingüinos”, dice al explicar el trabajo que realiza esa institución.

Global Penguin Society tiene sede en San Francisco, pero la cocina está en Chubut, asegura el investigador. Con orgullo dice que se ha logrado proteger 32 millones de acres, 13 millones de hectáreas, de hábitat que usan los pingüinos y esto beneficia a otras especies que coexisten con ellos. “Es un disparador de situaciones, porque plantea el problema pero también es un generador de grandes soluciones. Políticamente también es bueno porque proponemos crear un área protegida, buscamos financiamiento y acompañamos todo el proceso para crearla con el gobierno y muchas veces la cara visible es el pingüino, que representa una gran fuente de divisas a través del turismo de naturaleza. Entonces al conservar al pingüino vos conservás los ambientes, las especies y das una fuente de trabajo genuino. Es un círculo positivo, porque la conservación beneficia a todos en muchos sentidos”, dice con seguridad.

LUCHAR CONTRA LA EXTINCIÓN 

El investigador ha participado de diferentes proyectos de diversa índole. El último fue el mes pasado, en febrero, cuando estuvo en la Antártida en una expedición científica junto a expertos de otras especialidades, como cambio climático, biología, glaciares, mamíferos marinos, expertos en nivel del mar.

Durante dos semanas a bordo de un barco, recorrió diferentes lugares para ver los efectos del cambio climático y poder desarrollar tecnología que permita monitorear el avance de estos procesos y proveer soluciones.

“Fue una especie de taller flotante con presentaciones y discusiones. Nunca había hecho algo así. La verdad fue muy revelador y fue el puntapié a iniciativas muy grandes que se están haciendo a nivel mundial”, indicó.

Lo cierto es que sus proyectos van más allá de Chubut. Con diferentes organizaciones trabaja en proyectos en Nueva Zelanda, Chile, Argentina, Antártida, Sudáfrica, Uruguay y Brasil donde migra el pingüino que tiene colonia en Chubut. 

El trabajo es arduo y complejo, desde conservar una pequeña colonia de pingüinos que se asentó en Puerto Madryn con 12 ejemplares y ahora tiene más de 8000, hasta combatir el tráfico ilegal de pingüinos en países remotos y realizar publicaciones educativas para concientizar sobre la importancia de estas elegantes aves. 

Pablo es de Chubut, estudió en la universidad pública y es un reconocido investigador a nivel mundial.

Por todo este enorme trabajo, Pablo García Borbogluo fue nominado al premio Nobel de la Conservación, un honor que engrandece la figura del muchacho, nieto de inmigrantes, que estudió en la universidad pública y trascendió fronteras, algo que agradece.

“La universidad tiene una formación excelente, en toda la carrera me he sentido muy cómodo, muy bien entrenado, con todas las herramientas para hacer lo que yo hice. Por supuesto que también hay que trabajar mucho para lograr las cosas. Porque si uno tiene un sueño, no alcanza con la buena intención. En mi caso lavando pingüinos no iba a ayudar mucho, pero formándome y aprovechando el estudio que me dio la universidad, sí. Entonces no hay que tener miedo al desafío, no hay que tirarse para abajo, hay que darle para adelante”, dice a modo de consejo el biólogo de Chubut que fue nominado al Nobel de la Conservación por su gran objetivo: conservar y evitar la extensión del pingüino, un ave que tiene un papel clave en la cadena alimenticia del mar.

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