En Comodoro hay varios abuelos que en los últimos años cumplieron 100 años. En ADNSUR le contamos la historia de algunos. Todos casualmente son inmigrantes que llegaron con sus padres a estas tierras. Sin embargo, la historia de Clarita Riera es diferente. Esta última semana ella cumplió un siglo de vida y tiene el privilegió de decir que nació en esta ciudad: su pueblo, el lugar que ama.

Clarita festejando junto a sus nietos.

Clarita, como la conoce todo el mundo, nació el 26 de octubre de 1922 en Comodoro Rivadavia. Su padre, quien falleció 18 días después de su nacimiento, asesinado por abrir su panadería en medio de una huelga, había llegado unos años antes desde Río Gallegos. Fue en esa ciudad donde Rogelio conoció al famoso José Menéndez, otro asturiano fundador de La Anónima, que lo invitó a trabajar en estas tierras donde unos años antes se había descubierto petróleo. Así llegó a Comodoro, donde formó su familia y nacieron sus dos hijas: Ernestina y Clarita.

Clarita, cuenta que la tragedia familiar no solo enlutó a su familia, sino también impactó en el bolsillo. Durante unos años, su mamá aguantó como pudo, con ayuda de la familia, hasta que decidió regresar a España, con la promesa de que iba a recibir un pago por las ganancias de su panadería.

En tierras europeas Clarita pasó los primeros años de su vida, hasta que estalló la Guerra Civil Española y regresó a Comodoro Rivadavia. “Yo tenía unos 10 años. Me acuerdo que en Gijón tiraron una bomba cerquita de un colegio que íbamos nosotras, y mi tío nos mandó a la aldea con mis abuelos, pero cuando llegamos mi abuelo le dijo ‘tenés que ir a Argentina, tenés que salvar a tus hijas, vos con tus hijas podés salir. Yo tengo unos ahorros, te los doy’”.

Así, aprovechando que tenía dos hijas argentinas y podían dejar su país, la familia dejó España y regresó al sur de la Patagonia. Sin embargo, el panorama no era muy alentador: la vieja panadería de su padre estaba fundida, y había que volver a empezar.

Para la familia de Clara volver a estas tierras fue un empezar de nuevo. Su madre se casó con Rufino Riera, un primo de su padre, y volvieron a poner de pie la vieja panadería, un trabajo que costó mucho pero que les permitió salir adelante.

Cuando habla de Rufino, Clarita habla con mucho cariño y no duda en afirmar: “fue el hombre más bueno que nos pudo tocar como padre, nunca le dijimos así, pero él nos cuido, nos quiso, y nosotros también. Él se hizo cargo de la panadería que estaba fundida y de nosotras, y así salimos adelante”.

EL PUEBLO QUE SE HIZO CIUDAD

Clarita recuerda el Comodoro de antes. El viento, el frío, y las pocas casas que había. Era un pueblo, donde había una sola escuela, la 24, no había secundaría y se conocían todos.

Pero para estudiar había que irse a otro lugar, tal como hizo su hermana, quien decidió ser pupila en un colegio de Buenos Aires, donde se recibió como maestra, tarea que luego desempeñó en Río Mayo.

Clarita en cambio, eligió trabajar en la panadería de la familia, donde encontró su oficio. “Para eso serví, no me gustaba estudiar”, dice con una sonrisa. “Trabajé hasta que me casé a los 26. Yo trabajaba muchísimo, aparte era muy simpática, atendía muy bien, siempre me buscaban, no por agrandarme”, agrega.

Clarita finalmente se casó con Luis García, hijo de los dueños de La Tupinamba, una famosa cafetería de la época. Al poco tiempo, Luis comenzó a trabajar con los Riera, que por entonces ya tenían la confitería Ideal. Mientras que Clarita, con el nacimiento de sus hijos, el odontólogo Luis García y María del Carmen, se dedicó a la familia, primero a sus hijos, y luego a sus padres. 

Clarita junto a sus nietos y bisnietos.

Hoy con 8 nietos, 14 bisnietos y un tataranieto de 22 años celebra sus 100 años, Clarita asegura que no se dio cuenta del paso del tiempo. “Es algo que no te dás cuenta, no lo sabés, porque te vienen los años y seguís para adelante. Me gusta porque tengo buena memoria y porque pasé una vida muy feliz: mejor marido mejor no me pudo tocar, y él fue feliz conmigo porque me lo dijo antes de morir: ‘que felices que fuimos’’. Pero la verdad es que me han tocado cosas de la vida muy lindas, y también cosas tristes, porque los fui perdiendo a todos. Lo lindo es que tengo todos estos nietos, con hijos, que todos me quieren. Entonces que tan mal abuela no debo haber sido”, dice Clarita, entre risas y orgullosa, sabiendo que llegó a los 100, algo que le gusta y disfruta, agradecida por todo el amor que recibe. 

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