De Comodoro al mundo: el científico e investigador que hace patria en su tierra
Héctor Álvarez muchas veces escuchó que para hacer ciencia era necesario irse de Comodoro. Pero él eligió quedarse y, desde el sur de la Patagonia, no solo llegó a diferentes países del mundo sino que también fue el impulsor de dos centros de investigación de la región: el INBIOP y el Centro Argentino Brasileño de Biotecnología, en donde fue asesor y llegó a ser director internacional.
“El conocimiento se construye, como cuando hacés un edificio, vas poniendo ladrillo por ladrillo”, dice Héctor Manuel Álvarez, el científico de Comodoro de nivel internacional, que esta última semana fue distinguido por el Senado de la Nación por su aporte a la ciencia.
Héctor es un reconocido investigador de la ciudad. Quizás muchos no lo conocen por su bajo perfil y porque, además, su labor se desarrolla dentro del Instituto de Biociencias de la Patagonia (INBIOP), un pequeño laboratorio de Kilómetro 4 dependiente de la UNPSJB y del CONICET. Sin embargo, en el ámbito académico, es un reconocido científico internacional que hizo grandes aportes a la investigación de Sudamérica, no solo en Comodoro, sino también a través del CABBIO (Centro Argentino Brasileño de Biotecnología - hoy denominado Centro Latinoamericano de Biotecnología-), que creó Raúl Alfonsín junto al José Sarney, por entonces presidente de Brasil.
El investigador, doctorado en Bioquímica, es el mejor ejemplo de que aquella frase que siempre escuchó, es una falacia: ‘en Comodoro no se puede hacer ciencia’. Desde esta ciudad del sur de la Patagonia pudo hacer carrera internacional gracias a varios componentes, admite.
DE COMODORO AL MUNDO
Héctor nació en Comodoro, se crió en barrio Saavedra, donde alguna vez defendió los colores del club, y estudió en el Instituto Martín Rivadavia y el Colegio Perito Moreno. Hijo del histórico encargado de Triax, siempre fue un amante de la naturaleza y desde chico le apasionaba mirar aquellos documentales de Jacques-Yves Cousteau, el famoso investigador y explorador francés pionero en la conservación marina.
Por eso, cuando creció supo que lo suyo eran las ciencias, aunque fue por otra rama. “Siempre, desde chico, me atrajo la investigación. Mi programa favorito eran los documentales de Jacques Cousteau. Me gustaba mucho la naturaleza y aprender de la naturaleza. Entonces sabía que mi orientación eran las ciencias naturales e investigación, pero cuando salí del Perito Moreno, sabía que mi horizonte era quedarme, entonces busqué las carreras que estaban acá, y la que más se adecuaba era bioquímica”.
Héctor confiesa que la visión de la bioquímica que tiene hoy era muy distinta cuando empezó a estudiar. Siempre tuvo claro que era por ahí, pero no sabía a qué se iba a dedicar, hasta que se dio cuenta que quería ser investigador.
Por eso, cuando egresó eligió hacer un camino diferente al que suelen realizar los profesionales de esa área, y decidió hacer un doctorado, algo complejo en aquellos años en Comodoro.
“Aprendí que si quería ser científico, tenía que hacer un doctorado. Pero era complicado hacer en Comodoro, porque era un trabajo de cinco años y uno tiene que hacer aportes originales al conocimiento mundial, y en aquella época era complicado el tema del equipamiento, por lo menos en el área que yo trabajo”.
Como era consciente de que las condiciones no estaban dadas, Héctor supo que para avanzar tenía que irse afuera, y comenzó a buscar una beca.
La oportunidad surgió en Alemania, a través de una beca Sándwich que se tramitaba a través de la Embajada de ese país en Buenos Aires. Así, por intermedio de la D.A.A.D. - Deutscher Akademischer Austauschdienst, pudo continuar su formación en el exterior; una experiencia que no solo lo formó en el plano profesional, sino también en el personal.
“Fue algo muy interesante porque, además, uno se enriquece personalmente. Fue interesante porque aprendí alemán en Alemania. Era una cuestión de supervivencia cuando uno va a comprar al supermercado o hacer sus trámites personales. Al principio fue complicado, pero fue una motivación extra sentir la necesidad de poder comunicarte”.
Durante cuatro años, desde 1993 a 1997, Héctor se formó en ese país. Por el formato de la beca, la tesis la rindió en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, la casa de estudios que luego lo cobijó como docente e investigador.
HACER PATRIA EN SU TIERRA
El científico admite que una vez que culminó sus estudios de posgrado tuvo posibilidades de trabajar en México, Rusia y Alemania, pero decidió quedarse en su tierra, buscar su propio desafío y vencer aquella máxima que tantas veces había escuchado.
“Cuando yo estudiaba decían ‘si vos querés hacer investigación científica buena, te tenés que ir de Comodoro’, eso lo escuché bastantes veces y yo decía ‘¿por qué?’, medio revelado, ‘si tenemos un sector industrial fuerte’. ‘Si no hay por qué no puede haber’. Entonces decidí quedarme. Mi idea era poder formar un grupo de investigación propio, y acá tenía más libertad intelectual para hacerlo. Es verdad que al principio fue complicado en distintos aspectos, sobre todo porque cuando uno es joven quiere aplicar muchas cosas que aprendió y las condiciones de trabajo son distintas, porque acá en ese momento no había tanto desarrollo en genética bacteriana, pero convertimos el problema en un desafío, comenzamos a trabajar y armamos un grupo chiquito”.
Así, comenzó a desarrollar su propio camino desde la ciudad donde comenzó todo. Y mientras desarrollaba su carrera en la universidad, Héctor también iniciaba su trayectoria en el CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), el organismo que en 2015 lo convocó para trabajar en la creación del Instituto de Biociencias de la Patagonia (INBIOP).
En ese organismo que funciona en Kilómetro 4, es director e integrante del grupo de biotecnología microbiana. Este tiene como misión entender los fundamentos de los procesos que ocurren dentro de los microorganismos, construir conocimiento y a la vez desarrollar procesos que puedan tener una aplicación tecnológica vinculados a bacterias, microorganismos y bioproductos que pueden tener interés industrial, aportando a la economía circular de la ciudad.
El trabajo del laboratorio es de nivel internacional y, tanto Héctor como el resto de los integrantes, han viajado a diferentes partes del mundo para disertar o colaborar en procesos de investigación.
Pero eso no es todo en su camino, ya que en su carrera también tuvo la oportunidad de trabajar en el Centro Latinoamericano de Biotecnología ocupando diversos cargos, desde miembro del comité asesor en sus orígenes a director de la escuela de posgrado, director nacional en dos oportunidades y director trinacional, cargo que ocupó hasta el año pasado y que le permitió desarrollarse también en el campo de la gestión de la ciencia.
Hace un tiempo, a Héctor le solicitaron un informe detallado sobre su trayectoria desde la universidad y al tiempo recibió un llamado de un despacho del Congreso, notificándose de la distinción que iba a recibir.
Por supuesto, se puso contento y por un momento dejó la tarea que estaba realizando y reflexionó sobre lo que pasaba.
“No soy de sacar mucho las cosas para afuera, pero si me di un momento para la reflexión. Pensé mucho en todo este reconocimiento, y creo que es un símbolo de algo que te dice que de alguna forma construiste algo interesante. Creo que es un componente de haber generado una línea competitiva de investigación a nivel internacional; también estoy feliz del grupo que tenemos acá porque son profesionalmente excelentes pero también excelentes personas. Y de haber podido gestionar cosas institucionales, como haber podido colaborar en la acreditación de carreras de posgrado en la facultad, haber podido colaborar en la gestación de una unidad de investigación nueva y haber podido colaborar en la gestión de la ciencia de nivel internacional", analizó.
Y agregó: "Me parece que eso ha fortalecido mi trayectoria, pero si yo tengo que mirar para atrás pienso que pude hacer una carrera sólida pero con muchos componentes. En realidad hay mucho de componente afectivo que a uno lo sostiene. Primeros mis padres, porque ninguno tuvo la posibilidad de estudiar y creo que hubieran hecho grandes carreras los dos si hubiesen tenido la oportunidad y nos dieron la posibilidad de estudiar a sus tres hijos; después haber podido estudiar en una universidad nacional y pública que me dio herramientas para poder salir después. También mi familia, mi hijo y mi esposa, que resignó su trabajo cuando yo me fui afuera; y el equipo de trabajo porque son profesionales, personas excelentes y juntos contribuimos para que el día que yo me vaya de acá, queden cosas que cuando yo empecé no estaban. Eso me da satisfacción, porque trabajamos a un nivel internacional de investigación. Nos conocen en otros países. La mayoría de los investigadores que trabajan acá han ido a Canadá, España, Alemania a hacer capacitaciones, hemos recibido a investigadores de España, Alemania; hay un intercambio permanente con el ámbito de investigación nacional e internacional, es decir que no estamos aislados del mundo. También hemos hecho publicaciones afuera”.
Está última semana, Héctor recibió la mención de honor. Lo hizo acompañado de su esposa y su hijo, un momento que de alguna forma coronó todo un camino realizado, y demostró que como alguna vez pensó es posible hacer ciencia desde Comodoro, la ciudad donde dejó su propia huella.