¿Cómo una silla de madera que estaba en una vereda de Buenos Aires, lista para tirar, termina en un depósito de Comodoro para restaurar y ser parte de un gran evento con un toque único? La respuesta la tiene Adriana Fernández, la organizadora de eventos que se convirtió en una referente del rubro en la ciudad. 

Ella lo vive con pasión y lo transmite. Por eso, cuando explica cómo recuperó esa silla, en medio de una visita a unos amigos, uno lo entiende. Es que vive 24/7 para los eventos y ha logrado hacer de La Aldea una marca registrada.

Adriana junto a Gastón, su hijo, quien hoy la acompaña en el proyecto.

Adriana tiene 54 años, es de Comodoro y antes de ser organizadora fue docente, el lugar donde entre tizas, alumnos y clases terminó de encontrar su vocación. “En marzo se cumplieron 26 años desde que arrancamos”, cuenta a ADNSUR al repasar su historia. “Soy docente, maestra de grado, maestra de nivel inicial, di clases de música, trabajé muchos años en un instituto de inglés y siempre apunté a la pintura y al tejido. Entonces, cuando daba clase en un instituto tenía algunos alumnos en casa, y llegó un momento en el que mi papá me dijo que se le iba a desocupar un lugar que él tenía, pero no veía cómo armar algo, y con una amiga decidimos hacer una artística”.

Sí, La Aldea, la empresa de organización de eventos que forma parte de la Expo Turismo, el Festín de Sabores, entre otros eventos que cada fin de semana se realizan en Comodoro, comenzó como una pequeña artística.

En esos tiempos, Gastón, el único hijo de Adriana, era chiquito. Ella no quería dejarlo solo y cuando su papá le ofreció el galpón, le gustó la idea. Era la posibilidad de disponer de sus horarios. “Era bárbaro, pero la pregunta era ‘¿qué hago?’, porque no era que contaba con capital para iniciar un emprendimiento”, recuerda.

Para no empezar sola, Adriana decidió emprender con alguien que comparta los mismos valores y tenga la misma esencia. Pensó en Lali, una maestra jardinera que es su amiga, y así empezaron. Todo a pulmón. 

“Arrancamos sin un peso. Me acuerdo que dimos clases de agosto a septiembre, juntamos plata y justo viajaba a Mendoza a ver mis tíos. Con eso que juntamos compramos piezas de madera y piezas de yeso. Enero y febrero nos dedicamos a pintar, pastinar, y arrancamos con una pequeña artística. Entonces, teníamos la piecita de yeso pintada, la teníamos en crudo para vender y dábamos talleres para chicos y adultos”.

El inicio no fue fácil, había que generar clientes y posicionar el comercio y al año siguiente tuvo que continuar sola. Lali comenzó a trabajar en un banco y no le quedó otra que elegir. Adriana, por su parte, continuó trabajando con el emprendimiento, pero no imaginaba que el destino la iba a llevar hacia otro lugar.

“De a poco se fue dando que alguien me pidió unos centros de mesa, después unos souvenirs y como que de a poco se fue volcando para ese lado. Llegó un momento en que decidí abocarme totalmente a los eventos porque había que dedicarle mucho tiempo”.

Era otra época. Adriana admite que los eventos no eran lo que son hoy. “Era el centrito de mesa y no mucho más, ni siquiera las fundas de las sillas se usaban. Era el Dj que iba que a lo sumo llevaban tres tachos y el catering”.

Ella vivió en primera persona la revolución de la industria de los eventos. Aún recuerda la primera vez que hizo 104 fundas blancas para sillas que le llevaron “sangre, sudor y lágrimas”, y cómo poco a poco se fueron sumando nuevos productos: desde luces, a espejos, sillones y demás elementos que hoy forman parte de un evento.

Ella lo vivió de cerca y Gastón también. La organizadora y madre, cuenta que el joven, que hoy muchas veces se encarga de los eventos corporativos, vivió toda su vida en La Aldea. 

“Se crió acá, salía de la escuela y venía conmigo. Entonces, hacía la tarea, tenía sus juguetes y a la noche nos íbamos a casa. Con el correr de los años, mientras estudiaba se ocupaba de la parte administrativa, porque a mí los papeles no me gustan, y también buscaba cosas que queríamos incorporar. Y cuando volvió, de a poco fue incorporándose a esta parte de La Aldea. Y sin darnos cuenta se fue encargado de ciertos corporativos”.

Gastón es licenciado en Dirección de Negocios. El joven se recibió en pandemia, y volvió a Comodoro para sumarse al negocio familiar. Adriana reconoce que le dio a La Aldea el ímpetu que tiene la juventud y juntos lograron fortalecer el equipo, entre experiencia y energía. 

“Fue mucho el crecimiento en estos últimos años. Teníamos mobiliario para 300 personas y hoy tenemos mobiliario para 1400 personas. Hacemos muchos sociales y corporativos, pero también lo que es exposiciones: el diseño estético, toda la ambientación y el montaje. Siempre tratando de darle el toque personal a cada evento, de acuerdo a cada estilo para que sea personal. Invertimos mucho, porque hoy se le da mucha importancia a la parte estética. La idea es que entres a un lugar y lo veas muy distinto a otro, que tenga ese toquecito de magia, que en cada lugar puedas sacarte una foto. Hoy hay animador, shows en los eventos, una cosa completamente distinta a lo que era. Y la persona no ve su evento hasta ese día. Por eso cuando la quinceañera te dice ‘es como yo lo soñé’, es un momento que es único, porque es la ilusión de esa chica y de esa familia. Eso es lo maravilloso de este trabajo”.

Adriana admite que nunca imaginó este presente de La Aldea, pero sí alguna vez lo anheló. “Me acuerdo que una vez hicimos un cumpleaños de quince en el Tilly. Era un cumpleaños temático. Armamos el cuento de Cenicienta con distintas estaciones. Había hecho los ratones de maderas, las hermanastras, el dormitorio de Cenicienta con una colchita con cuadraditos, con mi vestido de novia armé un maniquí y le puse el vestido con los pajaritos colgando, como si los estaban cociendo. Un laburo… los dibujaba en madera, los pintaba, los cortaba, pero me acuerdo que terminó ese trabajo y dije ‘ojalá alguna vez en mi vida tengamos un evento así al mes’, y hoy es una constante. 

Adriana anhelaba hacer eventos grandes en forma frecuente, hoy, después de mucho tiempo y dedicación, lo logró.

La organizadora está orgullosa y agradecida. Le explota el corazón cuando habla de Gastón y también recuerda a quienes estuvieron, entre ellos, Marcelo, su compadre, quien fue el creador del primer logo de La Aldea. “Es un lindo rubro. La adrenalina, los amigos que deja, porque nosotros somos los que vivimos contra el mundo, somos los que no podemos estar en una fiesta o en un cumpleaños. A veces cuesta cortar, porque también cuando te gusta mucho lo que hacés siempre encontrás algo para ver y seguís enganchado. Pero es lindo”, dice la mujer que siempre buscó su lado artístico y, aún hoy, siendo una referente del rubro, mira qué puede encontrar en la calle o en una feria para hacer la diferencia en el gran evento de su aldea.

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Del Instagram de laaldea.comodoro
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