El ingeniero agrónomo de Comodoro que trabajó en Rutini y ahora apuesta a los vinos orgánicos en el valle de Uco
Franco Bastías nació en Comodoro, estudió en el Colegio Santo Domingo Savio y cuando tenía 11 años emigró a Mendoza, la tierra natal de sus padres. Su adolescencia pasó entre viñedos y uvas, escuchando opiniones de ingenieros agrónomos que aconsejaban a sus padres sobre cómo trabajar la tierra para mejorar su cosecha. Por eso siempre supo qué quería ser. Hoy trabaja en la bodega Urqo e impulsa los vinos orgánicos desde el valle de Tupungato.
“Para mí el lenguaje refleja algo del inconsciente y hablando con vos me nace solo el acento de allá, pero en el día a día lo pierdo. Mi novia a veces me dice ‘estás hablando mucho con la ‘s’ y hace más de 20 años que me vine, pero yo en el fondo me siento un comodorense”. Franco Bastías se entusiasma cuando hablamos de Comodoro, la tierra donde nació y pasó la primera parte de su vida. Hoy vive en Mendoza, pero como el vino no olvida sus raíces, aquel lugar donde conoció el mar y el viento es el primer recuerdo que llega cuando habla de la ciudad. Por supuesto, hay muchos otros, el Colegio Domingo Savio, la calle 12 de Octubre y aquel amigo con el que se llevó tan bien durante toda la primaria. Pero vamos al principio.
ENTRE LA CATA Y LA REFLEXIÓN
A Franco lo conocí casi por casualidad. La última semana, en esta columna te contamos sobre una propuesta que combina degustación de vinos y coaching. Las impulsoras son Analía Berges y Agustina Zuelgaray, quienes luego de la crónica me invitaron a la segunda edición de su nuevo ciclo de charlas.
Fue una experiencia única, divertida, de aprendizaje y reflexión, y entre degustaciones y enseñanzas surgió el nombre de Franco Bastías, un ingeniero agrónomo de Comodoro que trabaja en Urqo. No vamos a brindar detalles para no spoilear, pero bastó saber el nombre y un poco de su trabajo para querer entrevistarlo.
LA HISTORIA DE FRANCO
Franco tiene 34 años, nació en Comodoro y en la actualidad vive en Tupungato, una de las ciudades del valle de Uco. A la distancia asegura que le gusta sentirse de acá, y que su paso por la Patagonia sur fue fundamental en su vida.
“Me gusta sentirme parte de Comodoro, me gusta acordarme de dónde vengo, porque creo que también me ayudó a estar donde estoy hoy”, dice desde la provincia de Mendoza, donde está radicado.
Sus padres son nativos del Valle de Uco y a sus 21 años vinieron a Comodoro por el boom del petróleo. Tenían un objetivo puntual: juntar dinero para poder tener su propio viñedo y trabajar las uvas tal como habían hecho como jornaleros.
Cuando lo cuenta, Franco transmite el orgullo por sus padres y aquel amor por los viñedos que lo llevó al mundo del vino. “Mis padres toda la vida trabajaron en la viña, la temporada de cosecha, como jornaleros, podando y cuando se fueron al sur el único objetivo que tenían en mente era ahorrar lo suficiente para poder comprar un viñedo y hacer como un retiro en el Valle de Uco. Tenían 21, 22 años, y después de mucho buscar mi papá terminó en Contreras Hermanos, donde trabajó hasta el año 2000 que volvieron a su pueblo natal. Y mamá trabajaba en Etam, la tienda”.
Franco y sus hermanas, Nadia y Dayana, nacieron en la ciudad del viento y el petróleo. Sin embargo, cada uno tiene recuerdos diferentes y un sentir diferente de la ciudad. El mejor reflejo es el lenguaje, dice el ingeniero. “Cuando nos fuimos, mi hermana, que es cinco años mayor, estaba en el último año de secundaria; mi otra hermana estaba en primer grado y yo en cuarto. A mi hermana más grande le quedó el acento del sur; yo, en cambio, tengo una especie de híbrido con un poco porteño y otro poco mendocino, y mi hermana más chica es completamente mendocina. Por eso digo que el lenguaje refleja algo del inconsciente, porque yo en el fondo me siento un comodorense”.
Franco admite que le costó mucho irse de la ciudad, “estaba muy acostumbrado a lo que era Comodoro” y le gustaba mucho. “Me gustaba mucho los amigos que tenía, la escuela y me costó mucho adaptarme porque la idiosincrasia es distinta, pasé de estar cerca de la costa a estar pegado a la montaña y fue un cambio a nivel cultural muy grande. Acá es un pueblo montañés de círculos más cerrados y costó, pero hoy, viviendo la mayor parte de mi vida acá ya me acostumbré”.
En el vino, Franco encontró el sentido de pertenencia con sus raíces paternas. A la distancia, recuerda aquellos días en que los visitaba el ingeniero agrónomo, aquel hombre que sin saberlo terminó marcando su camino. “La verdad es que el vino me apasionó mucho desde un principio. Cuando vinimos para acá mis papás tenían un viñedo en Tupungato y siempre esperaban la visita de un ingeniero agrónomo que les vendía las uvas a Rutini. Cuando llegaba él lo esperaban con el mate, mi vieja anotaba las cosas que él decía, después se discutía sobre eso. Yo empecé a ver eso de chico y al ver el respeto que le daban a esa profesión decía ‘quiero ser esto, quiero ayudar de esta manera, quiero ser ese muchacho’ y ese fue un gran impulso para decidirme a esta profesión”.
Franco estudió en la Universidad Nacional de Cuyo. Cuenta que al principio muchos no entendían que se dedicara a estudiar la tierra, un mundo de trabajo y mucho sacrificio. Sin embargo, él estaba convencido de lo que quería.
Al repasar su recorrido, con orgullo dice que “con muy pocas herramientas, pero con muchos errores y algunos aciertos, hemos llegado hasta acá”. Es que en estos 10 años de trabajo en bodegas ha tenido grandes experiencias. Trabajó en Rutini Wines, Domaine Bousquet y hace unos meses se sumó al staff de Urqo, una bodega del Valle Uco que se dedica a la elaboración de vinos orgánicos de gran calidad. Además, en forma paralela asesora a viñedos de diferente escala, siendo un eslabón fundamental para el equipo de etnología.
¿Pero qué es lo que hace un ingeniero en un viñedo? Él responde: “nos encargamos de proveer en calidad y cantidad la uva que necesitan en bodega el equipo de etnología para poder realizar el vino. Entonces, tenemos que poder entregar las uvas, marcar bien las diferencias y poder sacar lo mejor para cada uno de los vinos. En Urqo, por ejemplo, la idea es tratar de empezar de seccionar las fincas pudiendo obtener en lugares de mayor concentración, uvas más concentradas para que hagan vinos acordes; y quizás en líneas más bajas, poder sacar una uva que tenga una menor concentración pero una mayor expresión de fruta, con aromas más bien primarios para que sirva para esa línea”.
Franco admite que la profesión cambió mucho en los últimos años. “Hoy los trabajos están entrelazados entre sí, porque hoy se empieza a trabajar en equipo y creo que es la forma”, dice al recordar que antes el ingeniero agrónomo casi no era considerado en este tipo de establecimiento. Incluso hoy, en muchos países aún no lo es.
En este sentido cuenta que “la uva, de alguna manera, es lo que te marca qué tipo de vino va a ser. Hoy los vinos son más honestos, más francos y cada vez se va mostrando más el terroir y se maquilla menos, entonces tiene que salir muy directo lo que vos tenés en el campo, que es lo que termina en botella y ese traslado en dos áreas diferentes tiene que estar muy bien amalgamado”.
“En lo personal no me gusta ese estilo de vino donde después no sabés de dónde viene la uva, pero creo que toda la industria va apuntando hacia este otro lado, a esto de poder pensar el terroir, las distintas zonas, de poder decir que no hay uvas mejores o peores. En mi caso soy muy partidario de que las uvas pueden ser buenas en cualquier lado, lo que cambia es el estilo que se le puede dar”.
El ingeniero se siente orgulloso de trabajar en el Valle de Uco, aquellas tierras que crecen a paso agigantados en el mundo de la viticultura. “Cada vez más bodegas o empresas vienen a comprar viñedos a esa zona”, dice con entusiasmo. “Nuestra gran limitante es el tema del agua, pero se están logrando cosas muy buenas, aunque aún queda mucho por conocer. Imaginate que el viñedo más viejo puede tener 50 años. Pero tenemos muy buenas condiciones. A nivel climático tiene una amplitud térmica que se ve en muy pocas zonas. Traducida a la botella es esa acidez natural, esa frescura que te permite tomarte una botella en vez de una copa. Todos los vinos comparten esa nota de acidez natural. Otra cosa es el suelo, más arenosos, pedregosos donde el vigor de la planta es mucho menor pero puede producir vinos con alta complejidad y concentración. No es común que en un mismo viñedo se pueda plantar Chardonnay, que se cosecha un 10 de febrero, y cabernet sauvignon, que se cosecha un 20 de abril, y los dos maduran fenomenal y son súper ricos. Entonces es una gran ventaja y con lo poco que sabemos los resultados son extraordinarios. Pero acá tenemos muchísimo para poder aprender, y ni hablar si le sumamos todo lo que es la agricultura sustentable”.
Precisamente ese es el campo de acción que le apasiona y lo desvela: la agricultura orgánica. “Me gusta mucho ser parte de un proyecto donde sé que le estoy dejando algo mejor a mi hija. Eso de alguna forma me termina de completar como profesional, el hecho de saber de qué lado de la discusión estoy. Me gustaría poder plasmarlo en la botella, pero cada vez la gente empieza a ver de dónde viene el vino. Entonces me gusta poder ayudar en ese sentido, poder devolverle a la gente y poder brindar conocimiento”, dice con convicción.
La charla va llegando a su fin y otra vez aparecen los recuerdos de Comodoro: el mar, el viento; Piero, un compañero de la primaria, y otros tantos recuerdos en las aulas de aquel colegio. Admite que tiene una visita pendiente y por qué no, quizás, visitar los pequeños emprendimientos vitivinícolas que crecen por estas latitudes, en una industria que cada vez piensa más como lo hace Franco. El vino viene de la uva, de la tierra y las condiciones de su zona en forma 100% natural.