“La infancia es ese mágico lugar de sueños donde todo es posible y lo mejor recién empieza”. Alguna vez cuando era chico, Miguel Capparelli leyó esa frase en un póster que había en una galería de Buenos Aires. Le encantó tanto que prometió que algún día lo iba a comprar. No pudo hacerlo, pero en su memoria lleva grabada a sangre esa frase que, de alguna forma, sintetiza las partes más importantes de su vida: su niñez, el día que ingresó a la residencia médica del Hospital de Niños de la ciudad de las diagonales y su camino profesional, aquel que lo ha llevado a atender miles de niños de Comodoro.

Miguel junto a una de sus pacientes en su consultorio.

UN MÉDICO DE OFICIO

Capparelli es una referencia en pediatría, un médico recordado por cientos de familias que fueron acompañadas por él, y ¿qué mejor que homenajearlo en este Día de las Infancias?, fecha en que se celebra el ser pequeño en toda su dimensión.

“Ser pediatra no solo es para el control sano o cuando un chico está enfermo” dice al hablar con ADNSUR, “sino que tenemos que estar atentos a todo, lo que es el vínculo, el apego y todo lo que pasa a su alrededor”.

Son las tres del miércoles, Miguel hace una pausa a su jornada de trabajo y con una taza de té en la mano repasa su historia, aquella que comenzó hace 67 años en La Plata y hace más de tres décadas continúa en Chubut.  

“Hace 38 años que ya estoy en Comodoro, a veces me asusta reconocerlo”, dice entre risas. “Nací en el barrio Mondongo, una zona humilde de trabajadores que se llama así por un frigorífico de Berisso que está pegado a La Plata”. 

“Era un barrio de esos que uno sueña tener con los chicos en la calle, jugando a la pelota, a las escondidas, a la mancha, subiéndose a los árboles, pescando ranas, y de estar en la calle hasta que mamá nos llamaba a los gritos para que vayamos a cenar”. 

Mientras lo cuenta, Capparelli sonríe. Las imágenes de su infancia pasan por su mente. 

Hijo de un obrero de una fábrica y de una madre que se dedicaba al cuidado de niños y al de sus hijos, Miguel admite que tuvo una infancia humilde pero feliz. "Nunca nos faltó amor, comida, ropa limpia, un plato de sopa caliente y pautas muy claras de cómo uno debía andar por la vida. No abundaba el lujo, pero sí sobraba la charla respetuosa y los consejos”, recuerda.

Miguel en su infancia, la etapa que despertó su deseo de ser médico.

En su caso, fue el mayor de cuatro hermanos, el ejemplo a seguir y quien vio de cerca el crecimiento de cada uno de ellos. Cuando le pregunto por qué eligió pediatría, piensa y responde. “Yo creo que médico se nace, no se hace. Yo siempre lo supe, pero creo que hubo mucha influencia de mi medio familiar. Mi familia ama profundamente a los chicos, un amor natural, espontáneo por una criatura, un culto a la niñez y la infancia”, dice con orgullo y felicidad. 

“También creo que tiene mucho que ver con el amor de mi madre y una forma de calmar el dolor en los chicos. A mí, ver un chico sufrir me tortura. Cada vez que veo chicos que pasan hambre, están desnutridos o son víctimas de una guerra, genera en mí un deseo muy grande de ayudar, hay una cuestión solidaria que tiene que ver con la crianza”.

DEL LLANTO Y EL TEMOR AL CONSULTORIO

Miguel tiene marcados recuerdos de su infancia en el Hospital de Niños: el techo, un vitro con la imagen de angelitos que están haciendo tributo a Sócrates o Platón, la imagen de la hermana sor María Ludovica, las veces que sus hermanos fueron atendidos por diferentes urgencias o consultas y también aquella historia que escuchó repetida veces durante su infancia, aquella que lo tiene como protagonista y que de alguna forma influyó en su decisión de ser médico.

“Mi familia siempre contaba que a los pocos meses de vida hice un cuadro de gastroenteritis y me deshidraté. Estaba mal, a mis padres les dijeron que yo no iba a vivir y me tuvieron que bautizar ahí porque no podían hacerlo fuera del hospital. Quieras o no, estas historias te marcan. Entonces yo entraba al hospital, escuchaba el llanto de los chicos y tenía pánico. Me generaba cierto resquemor, pero después esos llantos me llevaron a entrar a pediatría”.

Como Miguel cuenta, toda su historia lo llevó a la pediatría. Por eso, cuando tuvo que elegir entre un sinnúmero de carreras que le ofrecía su ciudad y la universidad pública, eligió Medicina. 

Era el año 74 y el país deambulaba en otro momento difícil, con guerrillas y conflictividad política que iba a llevar a los años más trágicos del país. Miguel lo recuerda como si fuese hoy. 

“Eran tiempos de mucha convulsión política. Todos teníamos una idea revolucionaria por ese entonces. Es una parte muy linda de mi vida, pero de alguna forma también es la más oscura. Tengo muchos compañeros desaparecidos, muertos. Teníamos actividad en el Centro de Estudiantes totalmente alejados de las guerrillas violentas, como cualquier chico de 20 años que quiere un mundo más justo. Pero por pertenecer al Centro de estudiantes o no tener una idea parecida al proceso hubo muchos desaparecidos”.

Miguel sufrió dos intentos de secuestro en su casa, pero por cosas del destino no estaba en esos momentos. Así cursó los años de facultad entre el miedo y el aprendizaje. 

Miguel en sus años de juventud.

Con 25 años, un excelente promedio y mucho dolor por lo vivido, Miguel se recibió en la Universidad, sabiendo cuál era su rumbo: el Hospital de Niños donde alguna vez había estado internado.

“Yo quería entrar ahí. La residencia como pediatra en el Hospital de Niños de La Plata era una de las más buscadas en pediatría y neonatología. Me acuerdo que había 15 cargos y nos presentamos más de 90 postulantes y entré en los primeros lugares. Creo que fue el día más feliz de mi vida, incluso más que cuando me recibí, porque entraba al hospital que conocía desde chico que amaba profundamente, que quería formar parte de su estructura”.

DE LA PLATA A LA PATAGONIA

El regreso a la democracia trajo nuevos aires a quienes estudiaban en las universidades argentinas. “Era poder volver a hablar, poder tener compañeros con los cuales compartir un proyecto, una idea…”, dice Miguel y asegura: “era todo pasión, no era que ibas al laburo, ibas a la residencia del hospital de niños”.

Miguel estaba próximo a terminar esa etapa de su vida cuando llegó la posibilidad de trabajar en la Patagonia. “Yo tenía dos opciones: quedarme en La Plata o ver dónde trabajaba, y en el camino apareció Comodoro Rivadavia. El doctor Néstor Gil fue al hospital e invitó a un grupo de médicos que recién terminaban la residencia para venir al Hospital Regional. En ese momento había un conflicto muy fuerte entre el plantel médico y el servicio de pediatría, algo que nosotros desconocíamos y me vine con el doctor Néstor Dodero, un amigo entrañable”.

Para Miguel y Néstor el viaje a la Patagonia desde Buenos Aires fue una aventura. Un Renault 12 con el caño de escape pinchado fue su transporte para recorrer los 1800 kilómetros que separan Comodoro de Buenos Aires. Eran otros tiempos, otras rutas y otras velocidades. Así, en dos días y luego de un párate en Carmén de Patagones, llegaron a la ciudad del petróleo. 

“Me acuerdo que nos impactó la ciudad, el hospital y nos gustó el modelo que tenía el servicio de pediatría. También nos cerraban los números, así que nos quedamos a terminar los últimos tres meses de la residencia y ver cómo seguíamos en el Hospital”, recuerda Miguel. 

Eran tiempos duros en Argentina, como ahora. La inflación marcaba el ritmo de la economía y los sueldos perdían valor poco a poco. Capparelli lo sentía y tenía que buscar opciones. Ya era padre y el sueldo no sobraba. Así, decidió buscar otro trabajo y se sumó al staff de la Asociación Española, donde en ese entonces trabajaban los doctores Horacio Tejo, Manuel Vivas, Emanuel Carballo.

Capparelli recuerda esa época con agradecimiento. “Nos abrieron las puertas y nos permitieron más que trabajar porque armamos el servicio de Pediatría, el servicio de Guardia, cubrimos el área de Neonatología, la atención de recién nacidos en Sala de Partos. Después pusimos una Terapia Pediátrica. En ese momento hacíamos consultorio, guardia en neo y pediatría, también terapia. Era una terapia que era centro de referencia de la región. Atendíamos de la zona norte de Santa Cruz, de Chubut, después se sumaron especialistas, un neurocirujano, cirujano infantil, fue una época muy linda”. 

En ese sanatorio Miguel pasó la mayor parte de su carrera, como también en el Centro Pediátrico del Sur, el lugar que hace 26 años (se cumplieron el jueves) fundó junto a los pediatras Ernesto Rappallini, Néstor Dodero, Ricardo Ponce de León, Carlos Díaz, Gabriel Sebastián y el Bioquímico Ernesto Dahinten. Ambos lugares forman parte de su gran recorrido profesional. 

Miguel en su juventud junto a una de sus hijas.

SENTIR Y VIVIR LA PEDIATRIA

Miguel se siente afortunado de poder trabajar como pediatra y no duda al hablar sobre lo que significa para él. “La pediatría es una especialidad que amo profundamente de la manera que yo la entiendo, muy comprometida, muy al lado de la familia, muy estar siempre. Creo que es la forma que tenemos los pediatras de trabajar porque hay un vínculo con la familia. Hay pacientes que uno sigue toda la vida y de golpe lo saludás en la calle y es como saludar a un sobrino, un chico que conocés toda su historia. Es una sensación que a veces es difícil de explicar en dos palabras. Primero de enorme responsabilidad porque un padre está entregando a su hijo, lo más preciado que tiene. La mayoría de las veces son controles sanos, pero a veces te encontrás con situaciones difíciles donde todos sufrimos, porque uno no deja de ser una persona comprometida con esa familia”. 

Por supuesto, como buen pediatra no puede ocultar su preocupación por el crecer de los niños en este presente de pantallas y dispositivos móviles. “Es algo preocupante. Nos preocupa el bienestar físico del chico. Estamos atravesando momentos muy críticos con el abuso de las pantallas, el maltrato, el bullying que se ha instalado de una manera alarmante, como también nos preocupa la cantidad de trastornos de neurodesarrollo que estamos viendo, un tema que debe ser debatido profundamente y donde las pantallas deben ser miradas de manera muy aguda porque consideramos que muchos de los trastornos del neurodesarrollo tienen que ver con que la familia ha sido reemplazada por la pantalla. Cerca del 30% de los chicos tiene un trastorno en el neurodesarrollo, por eso ser pediatra no solo es para el control sano o cuando un chico está enfermo, sino que tenemos que estar atentos a todo".

En la actualidad, Miguel continúa haciendo consultorio en el Centro Pediátrico. Además presta servicios en el Servicio de Neonatología de La Española, a cargo del servicio de internación conjunta, es decir el control del recién nacido que está en sala con la madre. Él es quien da las pautas básicas del cuidado del recién nacido, lactancia, prevención de muerte súbita, y quien lo revisa por última vez al bebé para ver que esté todo bien”. También integra la Sociedad Argentina de Pediatría, un espacio que permite seguir ampliando el conocimiento y luchar por mejorar la profesión. 

Miguel junto a sus cuatro hijas.

Padre de cuatro hijas, Aldana (37), Antonella (35), Giuliana (33) y Ailín (26), es un agradecido de la ciudad porque le permitió trabajar de la especialidad que tanto ama y en la que todavía tiene mucho para dar. “Mientras el cuerpo y la cabeza me dé, voy a querer seguir queriendo trabajar. Me interesa mucho lo que hago y siento que puedo seguir brindando mi conocimiento, mi capacidad de poder interactuar con las familias. Es una necesidad de uno, brindar un servicio y estar a disposición del otro”, dice el médico que abrazó su profesión, aquella que amó desde chico y que lo llevó a cuidar a miles de niños de la ciudad.

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