Un fonógrafo original de 1920; un reloj eléctrico sin uso que marca los segundos, los minutos y las horas con unas esferas que bajan por este; una Pastalinda original, sin uso, de la década del 70; libros y revistas de distintas épocas y juguetes de colección, como aquellos muñecos que lanzó Coca Cola en el Mundial de 1998 y una F100 a escala que enamora a cualquier amante de los fierros.

En el Anticuario Olivieri hay de todo y sorprende, principalmente porque hace casi cuatro años, José y Alejandra, sus dueños, perdieron todo en un devastador incendio que casi terminó con el emprendimiento y los obligó a empezar de 0. 

“Reabrimos acá hace dos meses, estamos terminando de acomodar las cosas”, dice José Antonio Olivieri cuando ADNSUR visita el local. “Empezamos en un local en calle La Pampa y Sargento Cabral. Era de mi mamá y estaba vacío. Ahí arrancamos de nuevo. Ahora volvimos acá, con mucho esfuerzo, porque nos quedamos sin nada. Tuvimos que empezar de cero, pero de cero”, agrega Alejandra.

Acá es en Sargento Cabral 944, el local donde el anticuario se hizo conocido. Son casi las 6 de la tarde y ellos esperan la llegada de clientes. Alejandra trabaja en la computadora y José acomoda algunos objetos que mira como si fuesen tesoros.

El Anticuario tiene de todo, desde juguetes antiguos a objetos que hoy son una reliquía.

El Anticuario fue inaugurado en 2012, por necesidad, cuentan. José trabajaba en un reconocido sanatorio de la ciudad, pero tuvo que someterse a una operación de columna y un día, luego de dos meses de recuperación, se encontró con que no le habían depositado su sueldo. La respuesta era que le guardaban el puesto laboral, pero sin goce de haberes. No sabían qué hacer. No podía hacer fuerza por la operación y decidió vender aquel fonógrafo que había comprado y que guardaba con mucho cariño. 

Era otra época y lo publicó en un diario de la ciudad. El aviso llamó la atención de un coleccionista, quien, por su vocación y ética, valoró el objeto que le estaban vendiendo. “El fonógrafo era igual a ese”, cuenta José al recordar ese momento en que comenzó todo. “Yo lo vendía a 500 dólares de hoy, ponéle, y el coleccionista de Rada Tilly vino y me dijo: ‘no, esto vale 2000’ y me dio 1000. Yo lo había comprado a 100, ponéle, y lo invertimos en muchas cosas, así arrancamos”.

En esa época, un anticuario era una rareza para la ciudad. En la Municipalidad no sabían cómo habilitarlo. Para algunos era un compraventa, para otros una feria, pero para ellos no, era un anticuario. 

En los primeros meses funcionó en un pequeño local, abriendo principalmente los fines de semana, cuando Alejandra tenía franco. Sacaban las cosas a la vereda, ponían un cartel de Feria de Antigüedades y empezaba la venta. Pero no a todos les gustó lo que sucedía en el barrio y, luego de una denuncia, Alejandra y José decidieron cerrar, hasta que reabrieron en Sargento Cabral al 900, en la casa que era de su padre. “Ahí arrancamos ya con todo. La vida, viste que te va cascoteando de distintas maneras y, sin querer, te va llevando a lo que es lo que vos tenés que hacer. Y así empezamos”, dice Alejandra con orgullo.

El anticuario era chiquito. Funcionaba en lo que alguna vez fue el quincho de la casa, y arrancó. El local tenía de todo hasta que en octubre de 2020, un incendio lo destruyó por completo.

“Perdimos todos los muebles, las computadoras, la plata que teníamos guardada y lo que no se quemó nos lo robaron”, recuerda José. “Fue un desastre. En 15 minutos perdimos el trabajo de 11 años. Entraba gente a robar, se llevaba las pocas cosas que había, vaciaban la batea, pero hubo clientes muy, muy puntuales que estuvieron con nosotros y siguen estando hasta el día de hoy, porque ahí no tomamos dimensión de la cantidad de gente que te conoce y te quiere.”

En octubre del 2020, Alejandra y José se quedaron sin nada tras un incendio.

Alejandra y José lo dicen y lo repiten. La ayuda de la comunidad fue fundamental para volver a empezar y tomar fuerzas. “Fue muy emocionante. Cuando nos fuimos para el otro local, un chico, un vecino, nos pintó las paredes, clientes venían y nos traían las cosas que nosotros les habíamos vendido. Nos regalaron cristalería, vajillas, escritorio, sillas, de todo. Entonces empezamos con un rejunte. También nos donaron muebles, espejos para el negocio, y un señor con el que hacemos la propaganda en la radio se ofreció a darnos un empuje y así; un montón de gente que por ahí no veías nunca y pasaba por la calle y te dejaba 1000 pesos, 500 pesos. Ángeles, como yo les digo, a montones que te obligan, entre comillas, a hacer lo mismo con el que le pasa algo similar”.

Mientras hablan, aparecen decenas de ángeles, muchos que prefieren no ser nombrados. Como aquella clienta que llevó su camión y lo puso a disposición, junto a sus empleados, para que puedan sacar las cosas quemadas. La misma persona que le llevaba viandas en esos días de tanta tristeza. También aquel vecino que les regaló un lavarropas u otro hombre que les llevó una heladera. O los boy scouts que ahí estuvieron para ayudar, el vendedor de alimentos para perros que les dejaba comida para sus mascotas, y Rafael, quien les dijo: “yo les voy a hacer la electricidad en la casa” y llevó todo lo necesario sin cobrar un peso. 

En el anticuario hay todo tipo de productos.

Con esta reapertura, la ilusión se renueva. Son otros tiempos. José ya superó el cáncer que lo tenía en quimio cuando fue el incendio. Su nieto ya nació y las redes sociales se vuelven un aliado fundamental para buscar y vender productos. Aunque en estos tiempos no es fácil.

“Es duro, pero vamos con fe. Hoy te levantás bien, mañana te levantás mal, hoy tenés venta, mañana no tenés, pero siempre hay un listado de clientes fijos que vos sabés que si llega algo lindo lo llamás y viene. Nosotros tenemos de todo, hay muchas que se compran y otras en consignación, gente que necesita venderlas, entonces vienen con nosotros, arreglamos un precio con ellos y les damos un recibo, y cuando se vende les pagamos”.

En el local hay de todo, desde filmadoras hasta cámaras fotográficas antiguas, muñecas, vajilla y radios, aquellas que aún se usan en el campo para sintonizar LU4 o Radio Nacional. También hay un monitor de computadora de la década del 80 que funciona, y una cama de cobre y bronce que por sí misma denota su antigüedad.

Los objetos más antiguos son el fonógrafo y un teléfono. Ambos son de la década del 20, aunque un candelabro alemán podría ser de la misma época. El secreto, dice José, está en reinvertir. “Si vendo 100, me como 10 o 15, el resto lo invierto porque siempre estamos buscando crecer y mejorar. Y bueno, todo esto te enseña algo: a valorar quién te quiere, quién te aprecia y quién está por interés, pero bueno, son cosas de la vida.”

El fonógrafo es uno de los objetos más antiguos que tiene el anticuario.

Los clientes llegan de todos lados. Algunos son de Comodoro, pero muchos del interior del país, incluso hay algunos de Chile o Brasil. Con muchos es un ida y vuelta constante, no solo en el vínculo comercial, sino también en el aporte de información sobre objetos que tienen mucha historia. “Eso es lo lindo, que todo el mundo te cuenta y te enseña. Todos los días aprendemos un montón, porque te quedás horas charlando. Tenemos un cliente que nos recontra gusta cómo es y lo recomendamos, se llama Raíces Floridas, Pedro Fernández, un tipazo. Después hay personas que son encantadoras, como el Museo de los Recuerdos en el 8. Esta vez fueron unos de los primeros clientes, pero sí, viene gente de Chile, han venido de Brasil y siempre con honestidad, si funciona, funciona y si no funciona, no funciona, por supuesto, siempre hay alguno que no le gusta algo, pero son los menos, siempre salen todos contentos.”

La charla va llegando a su fin. Alejandra y José siguen acomodando productos. La vida en el anticuario continúa en esta nueva etapa, luego de resurgir de las cenizas y volver a intentarlo, dándole vida a objetos que invitan a la nostalgia y el reencuentro con el pasado.

Del Facebook de Anticuario Olivieri
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