Ricardo y Diego Rubilar, padre e hijo unidos por los mismos colores y la misma pasión
Ricardo, “el Rata” Rubilar la rompió en la década del 80 y el 90; Diego entre 2003 y 2014, hasta que decidió buscar otros aires y comenzó a ver el fútbol de otra manera. Son padre e hijo, dos históricos de Huracán que dejaron su huella en diferentes momentos y hoy despuntan el vicio en Veteranos donde todo se vive y se siente distinto. Una historia de genes, momentos y recuerdos imborrables de una pasión que une a un pueblo, el fútbol.
Una camiseta sintetiza el vínculo de Ricardo (64) y Diego (35) Rubilar, padre e hijo que dejaron su huella en Huracán, el glorioso Globo del Pietrobelli que alguna vez estuvo en el Nacional y sueña con volver a las grandes ligas.
Podría ser un trapo viejo en una casa o una camiseta más que quedó en un cajón. Sin embargo, es mucho más que eso y “el Rata” lo sabe. Por eso cuando la emoción brota en el lagrimal, él deja la mesa, gambetea el momento y se esfuma hacía el fondo de la casa. Mientras tanto Diego define a su viejo y no escatima palabras. “Mi mayor orgullo es mi papá y mi mamá. Un ejemplo a seguir, la forma de ser como persona. Vos salías a la cancha, iba con él y lo quiere todo el mundo, nadie va a hablar más de él y eso es lo más maravilloso que puede pasar”.
Cuando “el Rata” vuelve muestra el trapo con orgullo, es la camiseta que usó en el campeonato de 1987, cuando Huracán se consagró campeón. Unos días antes había nacido Diego y como buen padre conocedor de lo que un título significa, le regaló la camiseta al pequeño, sin imaginar que tres décadas después iba a romper redes en la cancha del mismo club, ahora en el barrio Industrial.
Es la víspera del Día del Padre. Ricardo y Diego recibieron a ADNSUR y PDC en el quincho de su casa del barrio José Fuchs, allí donde el pibe dio sus primeros pasos en el fútbol jugando en el patio con Sebastián, su hermano.
LA PELOTA EN EL PIE
La historia de los Rubilar y Huracán comenzó cuando “el Rata” dejó Roca para sumarse al Globo, pero tuvo su génesis mucho antes.
Ricardo nació y creció en el barrio Pietrobelli, jugando en el oratorio y la canchita del Colegio Santo Domingo Savio, aquella escuela que construyó el padre Juan Corti con presos de la ciudad.
“Ahí comenzó todo”, dice con entusiasmo. “El fútbol siempre me gustó y en esa época nos juntábamos y jugábamos al básquet y al fútbol, pero ahí empezó a nacer todo”.
“El Rata” creció viendo de cerca la época gloriosa del Globo. Sin embargo, sus inicios futbolísticos estuvieron lejos de la camiseta de sus amores. A los 12 años debutó con Deportivo Sarmiento. Su padre trabajaba en YPF y fue trasladado a la ciudad de los lagos. Ricardo fichó para el equipo local y debutó una semana antes de volver a Comodoro. Su rival fue General Saavedra y su memoria asegura que fue en Sexta División.
El regreso a Comodoro lo llevó al Rata a General Roca, club donde debutó en Primera. Tenía 17 años, jugaba de defensor y en su primera temporada logró el ascenso a la A. Pero todo estaba a punto de cambiar para Ricardo que alternaba entre Quinta y Primera.
“Un día en un partido de Quinta, en cancha de Newbery, me llamó el técnico y me dijo ‘usted no es 2’. Empecé a jugar de volante por derecha y al otro año, jugábamos con Petroquímica y faltó el wing derecho. Yo iba al banco, así que me agarró el técnico de Quinta y me dijo te animás a jugar de 7. No me animaba pero jugué y no salí más. Ahí empecé a jugar de wing”.
Su buen desempeño lo llevó a Huracán, club con el que pasó a la historia por su buen rendimiento. Es que además del campeonato de 1987, el Rata fue protagonista en Regionales, torneos locales y estuvo a punto de lograr el ascenso al Nacional, en aquella famosa final contra Cipolletti donde el equipo de Río Negro logró el ascenso.
Diego vivió de cerca toda esa gran historia, aunque poco recuerda, era chico y lo que más recuerda es el final de la carrera del Rata, con algunos destellos de su paso por Universitario, aquel año en que ascendió a la A luego de vencer a Laprida.
“Me acuerdo un gol como si fuese hoy. Tenía unos 10 años. Yo estaba con mi mamá atrás del arco en la camioneta. Ella estaba hablando con alguien y le tiraron un centro desde la izquierda, anticipó al defensor y salió corriendo para el córner. Ese recuerdo me quedó grabado, igual que la última época de Huracán”, dice Diego.
Ricardo también recuerda ese campeonato y se anima a decir que en ese torneo, frente a Laprida, en el partido por el ascenso, convirtió uno de los goles más lindos de su carrera. “Metí un sombrero y antes de dejarla caer le pegue y ascendimos”.
LA HERENCIA DEL PADRE
El Rata tenía 28 años cuando nació Diego. Ya era empleado Municipal y jugaba en Huracán. Más tarde llegaría Ameghino, Ferro, Universitario y el retiro en el Globo. Con sus ojos de padre recuerda a su hijos jugando en el patio de su casa, allí donde hoy está el quincho.
Diego también tiene algunos destellos de esos años. “Tengo recuerdos de patear la pelota con mi hermano. Yo lo ponía atajar porque era el más chico”, dice entre risas. Por supuesto, también se acuerda del barrio, cuando el Gimnasio Gatti no existía y su predio era un playón deportivo donde los chicos jugaban hasta la hora de la cena.
“Estábamos ahí con los chicos del barrio, me tenían que ir a buscar para que vuelva a la noche. Teníamos un lindo grupo de amigos y después jugábamos contra 13 de Diciembre, que era el clásico, donde estaban todos los Hidalgo. Después con Damián y Dani terminamos jugando juntos en Huracán”.
Diego es futbolista por herencia. Junto a su hermano mamaron de cerca la pasión de la redonda y su padre también se los inculcó. A los 5 años, mientras Ricardo salía campeón del Nacional del Miguel Schlebusch, también lo incentivaba a Diego a a jugar en el equipo del barrio que él mismo había creado.
En 1998 finalmente el Rata le puso final a su carrera en su glorioso Huracán. El equipo era dirigido por Coco Bersán, quien le dio la oportunidad para terminar su carrera en el club de sus amores.
“Lo primero que miró fue la pancita. Yo ya tenía 38 años y en ese torneo estuve a punto de salir goleador. Cuando me retiré enseguida empecé a trabajar con Novena División y con 8 años sume a Diego y a Pochito Barrera”.
Ricardo asegura que lo sumó con ojos de entrenador porque “tenía las condiciones para hacerlo, igual que Pochito. Son dos chicos que veía que tenían potencial para llegar y no me equivoque. Así, Diego comenzó la etapa más linda de su carrera.
El 9 aún recuerda aquellos días en que iba caminando al club, los entrenamientos y el año de su debut, con 15 años. “Debuté con Pedro Tula. Jugaba en Séptima, y me acuerdo que hubo una nevada grande y estuvimos un montón de tiempo sin entrenar. La primera consiguió una hora por día en el Gimnasio de la ENET frente al Socios y empecé a ir. El tema es que íbamos poquitos. Me acuerdo que entrenamos dos semanas con Primera y yo veía que no me costaba y cuando volvió todo a la normalidad Pedro me dijo que siga entrenando con Primera y a la semana me hizo debutar contra Petro, en cancha de Petro”.
Paradoja del destino, su padre también tuvo un partido bisagra frente a Petro, ese día que se convirtió en wing. Para Diego fue el inicio de su noviazgo más largo. “Me acuerdo que jugamos y el lunes me fui de campamento, volvimos el viernes y me llama que el domingo teníamos que ir. Me llevó contra Saavedra al banco. Me metió en el segundo tiempo y metí un gol. Ahí arranqué”.
El 9 reconoce que Huracán era un club diferente al que es ahora y asegura que Pocho Portalau fue responsable de ese gran cambio. “Huracán era un club diferente. Nosotros íbamos a entrenar pero no con la ilusión de ser jugador de fútbol, sino porque era un hobby, amaba al club y me gustaba jugar a la pelota, pero nunca me imaginaba ser jugador de fútbol, hasta que ‘Pocho’ Portalau llegó al club. Él nos agarró a todos y nos hizo ver que podíamos ser jugador de fútbol, me empezó a enseñar un montón de cosas que no había aprendido, por ejemplo un perfil, una transición, un desmarque. Ahí nos hizo un click en la cabeza”.
Portalau volvió a Huracán, el club donde la rompió como jugador, luego de una experiencia en la CAI. El Globo venía de atravesar una rara etapa con el ascenso al Argentino A, de la mano de Jaime Giordanella, y el posterior descenso al Argentino B.
Cuando se desarmó el plantel ahí estaban los jugadores de la local, quienes debieron afrontar el desafío de sostener al equipo. El resultado fue el descenso al Regional C, el inicio de una reestructuración que cambió la cabeza del club y el crecimiento de varios jugadores, entre ellos Diego que tuvo la oportunidad de jugar en Buenos Aires.
“En ese torneo jugamos con un equipo de Buenos Aires y me vio un representante. Me acuerdo que después me llamó por teléfono a mi casa y me ofreció irme a probar a Banfield. Fuimos con mi viejo pero no quedé porque tenían cupo para dos jugadores y fui a San Telmo, me probé con la Cuarta y quedé”.
Durante dos años, Rubilar estuvo en el equipo porteño. Las lesiones lo tuvieron a maltraer y no pudo desplegar su potencial. Pero le sirvió para poder tener otra gran experiencia, ya que luego un representante lo llevó a Italia y durante 15 días se probó en Ancona, en la C1.
“Ellos me querían pero San Telmo pidió una locura de plata y me mandaron a mi casa. Me peleé con los dirigentes de San Telmo y volví a Comodoro”.
Su regreso a la ciudad, lo llevó otra vez a Huracán, a préstamo. De la mano de Pocho Portalau el Globo estuvo cerca del ascenso en dos oportunidades, pero no pudo concretarlo. Las distancias, los goles anulados y la mala fortuna lo impidieron.
UN PASO CLAVE DE SU CARRERA
Diego tenía 23 años y estaba decidido en volver a San Telmo y jugar la B Metropolitana, pero recibió un llamado que lo llevó a una de las experiencias más lindas de su vida, jugar la B Nacional con la Comisión de Actividades Infantiles.
“Fue lindo pasar a jugar un fútbol diferente, era la segunda categoría del fútbol argentino. Me acuerdo que debuté frente a Independiente Rivadavia de Mendoza, entré, me chocaron y me mandaron al gimnasio como se dice. Yo no hacía pesas, le esquivaba y me di cuenta que tenía que hacer pesas, entrenar el doble porque el fútbol profesional es otra cosa, no es solamente jugar bien, sino reunir un montón de cosas. Pero me quedó una experiencia hermosa al día de hoy.
En Youtube aún se pueden ver los resúmenes de algunos de esos partidos donde el 9 la rompió: un encuentro frente a Central, otro contra San Martín de Tucumán y el día de la rabona ante Atlético Rafaela. “Cuando terminó el partido, Juan Rossi, el técnico, me dijo ‘por qué hiciste esa rabona. Ahora todos van a recordar tu rabona y no el gran partido que hiciste”.
Para Ricardo, esa etapa fue una de las más hermosas de su hijo. Si bien no defendía los colores del club de sus amores era su oportunidad para seguir creciendo. “Fue algo hermoso, Iba siempre a verlo a él. Algo muy lindo más que nada para él porque uno de chico siempre pensó en que algún día iba a vivir del fútbol. Pero lo que vivió Diego con la CAI fue algo muy lindo, con la ilusión de que tenga la suerte que algún club lo vea y se lo lleve porque yo siempre pensé que podría haber sido un buen jugador profesional. No se dio, pero es un hijo maravilloso y estoy contento que esté conmigo acá”, dice y se emociona.
La aventura de Rubilar en la CAI culminó cuando el equipo se fue al Torneo Regional B, luego de dos descensos consecutivos. “El segundo descenso me dolió en el corazón. El primero era algo que se sabía que era una posibilidad, pero el segundo nos agarró por sorpresa y yo veía que podíamos, que había buen equipo y había buen grupo. Fue muy loco porque si ganamos a Cipolletti acá pasábamos a jugar para ascender, pero anularon un gol y descendimos de una manera increíble”, recuerda.
EL PRINCIPIO DEL FINAL
Con Huracán y CAI en la misma categoría, el 9 eligió volver al club de sus amores, una decisión que tomó con el corazón y no con la razón, admite a la distancia. Su regreso marcó su peor momento futbolístico, pero también el mejor.
“Yo ya no tenía mi cabeza en el fútbol. Tenía 25 años y se comenzaron a presentar todos los fantasmas. Sabía que no iba a ganar plata y mientras tanto tenía que ir a entrenar, ir a jugar, pero muchas veces sabía que mi cabeza no estaba ahí. Realmente la pasé mal. Pocho se va ese torneo, asume Roger y él me empieza a dar confianza y me pone en otra posición. Me prepare bien y fue mi mejor año, creo que metí 12 o 13 goles. Fue un año que teníamos un equipazo, jugábamos bien a la pelota, nos plantamos en cualquier cancha y terminamos siendo el número 3 del país. Después por problemas económicos ese grupo se terminó desarmando y terminamos perdiendo en cuartos de final con Altos Hornos Zapla de Jujuy; tuvimos que hacer dos viajes de 38 horas y ellos uno. Ahí decidí no jugar más, seguí un año más y empecé a trabajar y ya no era lo mismo. Salía a las dos e iba a entrenar, no podía competir de igual a igual y me fui a jugar a Rada Tilly”.
Los últimos tres años Rubilar los jugó en Rada Tilly. Logró el ascenso a Primera, jugó seis meses y se retiró sumándose al cuerpo técnico de Diego Gelinger. Durante tres años acompañó al actual técnico de USMA, pero el último año dijo basta. Desde entonces juega en Veteranos, defendiendo los colores de la villa.
“El Rata” este año también sintió que era momento de volver y se sumó a los Fundadores de Huracán, aquella categoría para mayores de 60.
Paradojas del destino, hoy ambos están lesionados, el Rata de un golpe en un brazo luego de una dura caída que casi termina en fractura y Diego en la rodilla luego de un esguince y fractura tras un golpe de un rival.
Por el momento no hay heredero para esta pasión, pero sí una pequeña heredera, la hija de Seba, el otro Rubilar que jugó un partido en Primera antes de ir a estudiar a Córdoba y hoy continúa despuntando el vicio en Neuquén.
La pequeña le quita el sueño al abuelo, el hombre que dejó su propio sello en el club de sus amores y llevó a su hijo con solo 8 años para que se convierta en referente de un club que sueña con volver a los años de gloria, porque como dice el Rata “la gente de Huracán necesita una ascenso”.