Ginette Reynal contó su drama por la adicción a la cocaína y el alcohol
“Te vas cayendo por un pozo que tiene paredes de barro”, contó la modelo en un diálogo con Gastón Pauls en el que se desnudó para contar su padecimiento.
La modelo Ginette Reynal contó por primera vez pública y crudamente su adicción a la cocaína y el alcohol, con las consecuencias sobre su vida.
“Si existe la posibilidad de que escuchar mi experiencia le llegue y le sirva a, al menos, una persona del otro lado, para mí es un deber hablar”, le contó a Gastón Pauls en el programa "Seres Libres", de Crónica TV.
“Empecé a sentir que perdía el control desde muy chica, a los 18 años. La primera vez que me puse en pedo fue cuando cumplí 15 años, con clericó. Si tenés una tendencia natural a la adicción, es una problemática que es muy difícil no patinar, porque es igual que la gente que tiene problemas con la comida: todo el mundo a nuestro alrededor chupa y por ahí hay gente que no te das cuenta de que se droga, pero anda por ahí cerca”, dijo.
Luego, siguió: "el primer porro que yo me fumé en mi vida lo fumé con mis abuelos y mi padre. Tenía 16 o 17 años. En ese momento era el boom de todo eso, y en mi casa todo se hablaba. No es que mis abuelos eran unos zarpados que andaban en bolas por la playa... No. Eran gente muy abierta”.
“Tenía la tendencia a tener la enfermedad de la adicción. Entonces, el camino fue muy claro y muy fuerte. Siempre luché contra eso, y lo tuve como ‘aliado’ a mi papá, porque con él podía hablar de todo. De hecho, antes de perder mi virginidad, se lo fui a contar a él”, dijo.
Reynal contó el primer momento en que sintió que perdió el control: “Me puse de novia con un pibe que era tremendo. Nos drogábamos mucho juntos y teníamos una relación muy ‘pasional’. Un día se fue a las manos. Me encerró en un cuarto y me fajó. Yo tenía 19 o 20 años. Ahí me di cuenta de que pasaba algo más grave”.
“En ese momento, por supuesto pensé que el problema era el nivel de agresión. Tenía una fuerte sensación de peligro y me di cuenta de que no quería eso, porque en mi casa nunca viví una situación semejante. Y eso me hizo pedir ayuda. La primera reacción de mi papá fue llevarme a hablar con una psicóloga. Ahí empecé a hacer terapia y la terapeuta, muy hábilmente, me hizo ver que el problema no era la agresión en sí misma sino el consumo y el descontrol al que yo me permitía llegar. Que el problema estaba ahí”, describió.
“Desgraciadamente, para el afuera, manejaba mis adicciones muy hábilmente. He tenido y tengo, gracias a Dios, una excelente educación y puse mucho cuidado en enmascarar muy bien... Me jactaba de que no se daba cuenta nadie. En el momento en el cual yo sentía que por ahí me empezaba a poner más dura -lleva su mano a la mandíbula- o se me empezaba a desdibujar la naturalidad, desaparecía. Me iba a mi casa a consumir sola”, confió.
Y finalmente contó cual fue el inicio del camino para sanar: "A mí me agarraron mis hijos. Yo creía que ellos no se daban cuenta. Y un día me agarraron los mayores, me sentaron y me dijeron: ‘Mamá, basta’. ¡Me dio una vergüenza tremenda!”.