Monarquía en crisis: la reina podría retirarse y Carlos toma las riendas
La denuncia contra el príncipe Andrew por abuso sexual a una menor hace temblar a la Casa de Windsor.
GRAN BRETAÑA - La monarquía británica es brutal cuando lucha por su propia supervivencia. El príncipe Andrew la puso en emergencia y la familia real no va a vacilar para salvarse. Nadie es más importante en la Casa de Windsor que la institución misma.
El príncipe Carlos está a la cabeza de la crisis y de su propia sucesión, que hoy tiembla en medio de las acusaciones de pedofilia a su hermano. La reina Isabel podría retirarse a los 95 años, dentro de 18 meses, como consecuencia de este drama.
Una cumbre en el palacio de Sandringham entre el príncipe Carlos y su padre, Felipe, el duque de Edimburgo, decidirá en los próximos tres días la nueva estrategia para resucitar una institución que hoy está amenazada como cuando murió la princesa Diana. Pero esta vez con el hijo de la reina sospechado en el sórdido affaire Epstein como protagonista, en una crisis autoinflingida.
Mientras la Casa de Windsor habla solo con imágenes simbólicas, ahora es la transparencia de las cámaras de la televisión la que nuevamente la amenaza, como en las entrevistas en que la princesa Diana y Carlos reconocieron su adulterio. La reina Isabel jamás ha concedido una nota porque cree que son el misterio, la opacidad y las falsas pero fastuosas tradiciones reales lo que va a mantener la Casa Real a flote. Sin embargo, su apotegma ha sido violado por sus hijos Royals y sus escándalos.
El próximo misil sobre su reputación y utilidad es la entrevista que la BBC ha hecho para el próximo 2 de diciembre con Virginia Roberts Giuffre, que insiste que tuvo relaciones sexuales a los 17 años, por indicación de Epstein, con el príncipe Andrew, al menos tres veces. Él no lo recuerda.
Los hijos de la reina apelan a los tabloides británicos para difundir sus campañas en busca de prestigio y reposicionamiento en las crisis. The Sun, The Mirror y The Daily Mail reciben homeopáticas dosis de información de “fuentes no atribuibles” del palacio, que no son otros que sus propietarios. En estas horas, esas fuentes funcionan como una locomotora.
El spin-doctoring ("especie de limpieza de imagen") del príncipe Carlos en la crisis comenzó desde Nueva Zelanda, donde estaba en una gira junto a su esposa Camilla cuando estalló la entrevista de su hermano Andrew, con quien tiene relaciones distantes. No lo escuchó él sino su secretario privado, Clive Alderton. Pero el informe de Alderton le bastó para reenviarlo a Londres para negociar con el secretario privado de la reina y ser visto como quien sofocaba la crisis.
Por el teléfono seguro del palacio, le pedía a su madre que echara a Andrew de cualquier función real. ”No hay otra alternativa que Andrew se vaya”, dijo a su madre.
Andrew es el hijo favorito de la reina, su más cercano, quien más la visita en Windsor en una familia profundamente disfuncional. En su estudio de Buckingham Palace, la conversación fue íntima y dolorosa: la reina le dijo a su hijo que no podría cumplir funciones reales hasta que no limpiara su nombre o la opinión pública se reconciliara con él. Andrew se negaba a renunciar a sus patronazgos.
El príncipe Carlos volvió a intervenir desde Nueva Zelanda para que su abandono fuera completo: ”Hay que salvar la monarquía”, dijo a su madre, horrorizada y cansada de otra grave crisis en su familia, con sus 93 años y su esposo Felipe, el disciplinador, retirado de la vida pública y residente en Sandringham, uno de sus palacios.
En medio de la saga de Andrew, el príncipe Carlos ve una oportunidad para demostrar que él puede administrar La Firma, como ellos llaman a la Casa Real, y consolidarse como “el rey en proceso” de llegar al trono. Quiere ser visto como el Royal que protege el trono y la institución y, especialmente, recuperar el control. Por eso ha sumado a su hijo y sucesor, el príncipe William, en esta defensa del trono y exclusión de Andrew. Pueden quedarse los dos sin corona si la monarquía se diluye en el desprestigio y la impopularidad tras la muerte de la reina. Un proceso que vivieron tras el funeral de Diana.
En la Casa de Windsor de Elizabeth II hay dos palabras prohibidas: regente o cambio de régimen. Pero la reina tendrá 95 años en 18 meses y poco a poco va a cediendo a Carlos muchas de sus investiduras y actividades oficiales. En 2018 ella completó 283 actividades mientras el príncipe Carlos se ocupaba de 507. Apenas pocos años atrás era lo opuesto.
Hoy el príncipe Carlos se siente una figura muy británica: “un rey en las sombras” de su mamá, la reina nonagenaria. Sin el príncipe Felipe al lado, él quiere ocupar su lugar.
La reunión cumbre en Sandringham durará varios días. Carlos escuchara las ideas de Felipe, que es griego y brutal en sus lecciones.
Carlos quiere poner en línea a Harry y Meghan, los duques de Sussex, que están en seis semanas de reposo para decidir su futuro. Solo se sabe que miraron “espantados” el reportaje de su tío Andrew. El interrogante es si el príncipe Harry, un rebelde como su madre, obedecerá o no las indicaciones de su padre o decidirá un camino No Royal, probablemente fuera de Gran Bretaña. Otra crisis en puerta, en una familia real expuesta a la opinión pública como nunca, y con un comité de defensores globales de Meghan ante los ataques racistas de los tabloides y los cortesanos. La brutalidad debe ser cuidadosamente descartada por el futuro rey si no quiere sumar otro conflicto.
La reina Isabel está destruida y furiosa al mismo tiempo. No dudó en sacar a Andrew de las funciones reales, pero no quiere más humillaciones públicas a su hijo, a quien le cree. Carlos le exige que Andrew desaparezca. La reina no quiere que sea así. Considera que Carlos dio tantos pasos en falso como Andrew y sus súbditos lo perdonaron. A él y a Camilla, su amante y futura reina. La soberana estaría dispuesta retirarse a los 95 años, es decir en 18 meses. Y Carlos está a cargo de su propia sucesión, más consolidado que antes.
El príncipe Andrew desaparecerá de escena. Al menos hasta el discreto casamiento italiano de su hija Beatrice con su amigo de infancia divorciado, en la próxima primavera europea. Una única voz lo defiende: Fergie, su exmujer, la duquesa de York.