¿Cuántas veces escucharon "lo que sufrí" en estas horas? ¿Cuántas veces lo dijeron?
A la selección, experta en planteos y en imponer condiciones en el Mundial, los festejos le llegaron desde la idea de que lo que más se espera, más se disfruta. Como si fuera la única manera de que un título se valorara (¡como si no alcanzara con ganarlo!), siempre tuvo un momento del cual sobreponerse. La argentinidad en los poros.
La derrota contra Arabia desestabilizó. Y hasta que Messi acertó de afuera, el equipo contra México era una bola de nervios. Frente a Polonia, el penal que le atajaron al 10 pudo haber sido un freno y fue un trampolín. Ante Australia estaba ganado, podía ser goleada; un gol de casualidad dejó suspenso hasta el final y obligó a un gran cierre de Lisandro Martínez tanto como a una inolvidable atajada de Emiliano Martínez. La semi contra Croacia quedó fuera de contexto: con el fútbol sobró.
Pero qué decir de la final: si bien había reducido a Francia a la mínima expresión, en pocos minutos sufrió el empate y pudo haberlo perdido en el final de los 90 reglamentarios. No sólo eso sino que, en el suplementario, el 3-2 de Messi parecía el mejor cierre para un guión interminable y lleno de vaivenes. Mbappé tenía otros planes. Y en la última (o en la anteúltima porque hubo tiempo para un cabezazo desviado de Lautaro Martínez), todavía no se sabe cómo Dibu le sacó el gol y la gloria a Kolo Muani.
Un camino repleto de tensión. De hechos emocionales que nos desbordaron cuando todo terminó. De momentos que parecían definitivos y le daban paso a otros que hacían interminable esa definición. ¿Somos así? ¿Sin mística no vale? ¿No puede alcanzar con los recursos? El tango nos define: primero, sufrir; después, amar y partir (desde Doha con la copa en la mano).
Cualquier futbolista juega como vive. Este equipo lo potenció. Jugó con el corazón en la mano. Como describieron los medios europeos en más de una oportunidad, jugaron como hinchas. Lo son. No fue una postura demagógica. Están los que se marcharon muy jóvenes de nuestro país y como no llegaron a vivir la esencia de nuestro fútbol desprolijo pero apasionado, les encanta. Y también están los que pudieron completar un par de temporadas y les quedó el sello para siempre.
Resta el último gancho, quizás forzado. Pero como lo dijo uno de los campeones (Nicolás Tagliafico), vale: la selección argentina demostró la fortaleza de la unión. El plantel se armó en el vestuario y luego, en la cancha. Todos los integrantes entendieron que debían sacrificarse por su capitán. Y él, el genio que encima se hizo épico, los lideró desde el principio hasta el final. En el medio, siempre a la distancia más prudente, el cuerpo técnico gestionó, intervino y acompañó cuando hizo falta.
El seleccionado campeón del mundo tiene todas esas causas. Como consecuencia, nos deja esta inolvidable emoción.