(Pasta de Campeón - Por Carlos Álvarez) - Su vida estuvo ligada a una pelota de fútbol desde antes que comience a caminar, y su manera de transitar por este mundo hace pensar que siempre será así y seguirá detrás de la pelota hasta que no pueda más. Maximiliano Montesino comenzó jugando al fútbol con 4 años en el club San Juan que tenía a Cora y Anibal Olivera como referentes, pero Maxi está preparado, es agradecido y no quiere olvidarse de nadie ni de ningún club que le abrió las puertas.

En el nuevo quincho de Tiro Federal saca un papel del bolsillo para no olvidarse de ningún equipo y corre el mate con el termo para desplegar la hoja de cuaderno. “Empezar, empecé a los 4 años en club San Juan, Cora y Aníbal Olivera eran los responsables de ese equipo. Comencé jugando a la pelota, y a los 6 comencé en la escuelita de CAI que era La Rural, pasé por Novena, Octava, Séptima y Sexta. En ese momento mis viejos se separan y me volví un poco más rebelde tomando algunas decisiones de las que me arrepiento como no haber terminado la secundaria y es algo pendiente en mi vida”, asegura.

Cuando se fue de CAI pasó a Roca, y de ahí jugó en Nueva Generación con Nicolás Santana hasta que él se va a Deportivo Madryn y lo invitó. Estuvo seis meses y debutó en el “Aurinegro” en Primera. A los 18 años volvió a Comodoro y comenzó a jugar Futbol de Salón.

En esos momentos era jugador de cancha. Había empezado de 9, luego pasó a ser 5 y también jugó de 6 en la defensa, pero el amor de su tío, el “gringo” Solco lo llevó a ponerse los guantes de arquero. “De chico me regalaba guantes, rodilleras y ahí me divertía como arquero pensando que era el “Mono” Navarro Montoya”, cuenta con una sonrisa amplia. Ahí la pregunta surge automática: porque un arquero de Boca y no uno de Racing?. Es que él era de Boca hasta los 18 años cuando su tío, quien es de Racing, pasó por una situación de salud muy delicada. El hermano de su papá pesaba más de 110 kilos y se enfermó. Pasó a pesar 60 kilos y para él fue algo muy fuerte. Lo que más pedía era que se recupere y realizó una promesa. “Si mi tío se salva me hago de Racing”, prometió. Tenía diabetes y lo estaban medicando mal. Lo pudieron estabilizar y ahí Maximiliano dejó la casaca de Boca a un lado y nunca más se sacó la de Racing de Avellaneda.

Era una época complicada para la Academia, pero siempre le fascinó la hinchada, la conocida “guardia Imperial”. Tuvo la dicha de compartir esa experiencia con su ‘viejo’ que estuvo en el cuerpo técnico junto a Diego Cocca en el título logrado en 2014.  “Yo creo que mi papá es una persona muy creyente. Todo lo que el declara lo siente y lo logra. Una vez mirando fútbol italiano y él me dijo que iba a estar ahí. Yo no le creía pero viajó con CAI y tuvo la suerte de estar en ese estadio que él me decía, lo mismo con México cuando estuvo en un partido de Andrés Silvera”, admitió.

PARAR LA PELOTA

Pero la vida le puso una prueba difícil al hijo de Josefina Mabel Solco, quien hace seis años sufrió un cáncer de mama y tiene diabetes. Ella la peleó y fue ejemplo de vida para Maximiliano que hace tres años atrás le detectaron cáncer y la pelota se detuvo en su vida. Fue como un entretiempo donde se busca reacomodar todo para salir de nuevo a jugar y salió con más ganas a la cancha.

Yo estaba jugando en Stella Maris y tenía pensado dejar de jugar por mi hijo. Era muy chiquito y tenía esa intención. Iba a jugar sin entrenar, ellos me brindaron mucho cariño, el ‘chueco’ Echaniz es una persona excelente. Y cuando tenía decidido alejarme, a los dos meses se me diagnosticó el cáncer”, recordó como si hubiera sido ayer.

Pasó por el quirófano y luego todo se complicó aún más en su salud. “Me operan de una hernia inguinal, me tocan los ganglios y se me pasó para el otro lado, se me subió al estómago y en tres meses me consumió la enfermedad. Sabía que tenía cáncer, le tenía respeto pero no le tenía miedo. Fue muy duro, yo me ponía a pensar por qué me tiene que bañar mi señora Erica como baña a Milo, nuestro hijo”, detalla Maxi mientras mira hacia afuera del quincho que comienzan a llegar jugadores para entrenar en el predio de kilómetro 3.

Fue casi un año de pelear, de caer y levantarse. De ponerse de pie día a día y aferrarse a Dios. “Cuando me tenían que llevar al médico me llevaban como un abuelito, y no lo podía creer, pero eso fue lo que impulsó a superar esa enfermedad. Las ganas de vivir, de ver crecer a mi hijo. Me aferre a Dios, vengo de una familia muy creyente. Mis abuelos fueron pastores en Caleta Olivia, y mi tío también. Me aferré a la iglesia. Me hizo muy bien estar con ellos. Fui aprendiendo mucho más y a aceptar lo que me estaba pasando”, explica.

Era pelear diariamente. Cada día que abría los ojos sabía que no tenía la opción de bajar los brazos, por su hijo y por su familia pero reconoce que las sesiones de quimioterapia eran durísimas. “Eran diarias, de lunes a viernes, sábado y domingo descansaba. Siempre agradecido a mis doctores Espaciano, Mabel Luteral, la doctora Rigidor de los dolores porque tenía muchos dolores. Llegué a tomar morfina para dormir porque era inaguantable”, reconoció.

Su miedo en ese momento no era lo peor, para él lo más grave en ese momento era perder el trabajo en el Casino, pero ellos se portaron muy bien con él. Lo dice y lo remarca en varios tramos de la nota. El gerente Barrionuevo que ahora está en Bariloche lo tranquilizó al afirmarle que primero estaba la salud.

VOLVER A EMPEZAR QUE AUN NO TERMINA EL JUEGO

Fue casi un año de estar enfermo, pero cuando empezó a recuperarse se dio cuenta que quería volver a jugar a la pelota. Había que llevar ese momento con tranquilidad, pero en el medio de la enfermedad le agarró trombosis donde fue fundamental el apoyo de la doctora Ronsetti. Eso demoró mucho más la vuelta a jugar. Internamente sabía que era una batalla más. La superó, y le ganó también con mucha fuerza de voluntad.

En ese momento, cuando logró por fin el alta médica, el primer partido lo hizo con los chicos de Casino. En Seven y Eleven comenzó en el 2008 y comenzaron en la D cuando le ganaron a Malandras y pasó a la C. En ese año tuvo altibajos y en la C no participa. Vuelve cuando ascienden a la B, y logran saltar a la categoría A sin ser campeones hasta que llegaron a División de Honor.

Y en el último tiempo Daniel Araneda lo invitó a jugar F7 en Santa Lucía y ahí comprobó que quedaba todavía amor por defender los tres palos. Volvió a Aldaba Futsal y le dijo al cuerpo técnico que quería estar en este 2021 pos pandemia. “El primer partido del año fue frente a Lanús que tiene al “Pingüino” Almonacid que no estaba. Comenzó atajando Bruno Neves y en el segundo tiempo entro a atajar yo. Ibamos 2-1, y nos cobran un penal en contra. Ataje el penal y el rebote. Ahí me sentí tranquilo que estaba a la altura. Le tape dos tiros libres al ‘pelado’ Pinda y esa noche de regreso fue soñada. Fue una vuelta linda”, remarcó Montesino.

Internamente quería volver a cancha grande pero fue más difícil y reconoce que en un momento también sintió tristeza al pensar que nadie le abriría las puertas. Lo habían llamado de Ciudadela pero no cerró hasta que apareció la posibilidad de sumarse Tiro Federal. Lo llamó Gustavo Varas para saber si estaba para dirigir una categoría y surgió la chance de atajar. “Mi idea es sumar acá, me volvió la alegría por jugar pero disfruto cada momento. Los mates previos, las charlas de vestuario, el entrenamiento, todo. Estoy muy contento por la forma en la que me recibieron todos acá”, asegura el arquero que ya integró el banco de suplentes de Primera en el club de kilómetro 3.

Maximiliano Montesino tiene 35 años y admite que si bien no tiene un sueño deportivo por cumplir, hay algo que no puede olvidar y es como una espina. “Ya no tengo un sueño pero me arrepiento de algo que deje pasar. Estuve citado para entrenar con la Selección de Comodoro Rivadavia de Futsal y no fui. No quería competir con nadie, yo quería disfrutar. Pero bueno, era pendejo y me arrepiento de eso. Era Juvenil con 17 años. Ahora digo: ´pucha, cómo no fui”. Pero tuvo revancha – como en la vida – porque al tiempo integró el cuerpo técnico de la Selección Sub15 con Guido Gava, Javier Guerreiro y Federico García. “Ahí pude sentír lo que es disfrutar el formar parte de una selección de tu ciudad. Fue una experiencia muy buena”, sentenció.

A la hora de agradecer es interminable la lista, pero lo que más destaca es que cuando más fuerza necesitaba recibió mensajes inesperados de todos lados. “Yo estuve en Huracán, pero cuando recibí mensajes de gente de Newbery me di cuenta que esto es por el trato con las personas. No es fútbol, no es por ahí. Creo que no me llevo mal con nadie, si hubo roce en cancha queda ahí. En ese sentido me hizo muy bien los mensajes de aliento de toda la gente por redes, por mensajes de whatstsap. Es impresionante el apoyo que recibí”, concluyó.

Maximiliano Montesino sabe internamente que sale a jugar el segundo tiempo. Ya es un ganador en la vida, y admite que de ahora en más no importa el resultado del partido, sino compartir lo que uno se va a llevar para siempre. Los momentos vividos con los compañeros y la amistad de todos ellos compañeros - y también rivales - que le demuestran cariño y respeto al terminar un partido.

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