No es veloz, pero es tiempista. No se especializa en los pases, pero su principal virtud es la recuperación y, a partir del corte, inicia nuevamente el juego. No titubea cuando la pelota quema, al contrario, demuestra lo aguerrido que es dentro del mediocampo, su zona de batalla. Por eso, no es casualidad que uno de los 5 más recios -y con buen pie- del fútbol argentino le haya dado la oportunidad en el profesionalismo.
“Nunca tuvimos una relación previa. Recuerdo que en la cancha de Newbery, yo jugando para la CAI, fui a cabecear en un córner y, en un rebote, trabé con Gastón Barrientos, el hijo de Hugo. Le rompí toda la media, se la puse mal. Hugo, que era el entrenador del Lobo, se puso loco y fue hasta la mitad de la cancha a protestar. Me quería matar”, recuerda, entre risas y con su acento mendocino, Cristian García una de las primeras experiencias con su mentor en la Primera B Nacional.