Nazario Araujo, olímpico para toda la vida
Nazario es uno de los atletas más reconocidos de toda la Patagonia. Nació en Santa Cruz, pero Comodoro Rivadavia lo adoptó a los seis años. Creció en la capital petrolera, lleva los colores de Deportivo Portugués en el corazón, vivió en Buenos Aires compitiendo para Independiente y representó al país en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. En Pasta de Campeón y ADNSUR te contamos la historia de uno de los emblemas del sur argentino.
Nazario Araujo nació en Cañadón León, Santa Cruz. Fue hijo único y de chico se inclinó por la vida natural, en tiempos que la tecnología estaba lejos de todo. A los 5 años se escapaba, salía a correr al campo y su padre, Don Nicolás, tenía que ir a buscarlo.
"Cañadón León es un hermoso lugar conocido por la historia de Facón Grande. En febrero cumple 100 años y estoy invitado al pueblo porque me quieren hacer un homenaje. A los 6 años me vine a Comodoro donde me fui formando y a los 12 empecé a correr con más énfasis", contó el ex corredor a Pasta de Campeón.
En ese lapso llega a la vida del atleta el entrenador Antonio Pocoví, que había sido olímpico en Londres 1948 y entrenador de la selección de Colombia. Sobre él, Araujo no guarda halagos y admitió: "fue uno de los hombres más lúcidos e inteligentes que conocí. Cuando fui al estadio a hacerme una prueba, me vio correr y se acercó a mi papá pidiendo que me lleve nuevamente porque tenía condiciones. Fueron 12 años entrenando con él. Pocoví fue uno de los impulsores de la Federación chubutense junto a Eduardo Bernal y la convirtió en una de las más respetadas en sudamérica. Había muchos corredores extraordinarios. Si yo llegué más allá es porque tuve otras posibilidades."
Con Antonio tuvo grandes resultados y le dio a Comodoro muchos logros. Araujo corrió por las 23 provincias de la Argentina y en el trabajo pedía permisos especiales para poder estar en las diferentes pruebas donde lo invitaban.
"Una carrera me significaba medio sueldo con hotel pago, buenos premios, zapatillas y comida. No eran sumas grandes pero ayudaban para mantenerme. Siempre me ganaba el peso corriendo. Nos daban viáticos porque al ser un deporte amateur no podíamos cobrar, pero lo popular siempre consigue las cosas. Cuando me consagré campeón sudamericano decido irme de Comodoro", comentó.
Antes de que esto suceda, en 1968, Pocoví se fue con el equipo nacional a los JJOO de México. Nazario estaba clasificado pero no pudo viajar. "Un accidente que tuve junto a mi gran amigo y excelente atleta Juan Queipul en la calle me impidió ir. Crucé el boulevard de la Av. Rivadavia y me corté el arco del pie derecho con un vidrio. Pero la vida es así. Cuatro años despues voy a Alemania. Lo que tu no buscas no lo vas a encontrar ni nadie tampoco te lo va a regalar", recordó.
Araujo sabía que en su añorable Comodoro había un techo para los deportistas y emprendió viaje a Buenos Aires con la idea de que su mujer, también atleta, pueda ir con el tiempo. Algo que lograron. Recayó en el CENARD y en 1969 firmó para el club Independiente de Avellaneda. "Cuando llego, Julio Grondona era dirigente. Él me recibió. Nosotros los queríamos mucho en el barrio porque era muy solidario. Comienzo a entrenarme con el reconocido Osvaldo Suarez y logró expandirme más allá del atletismo nacional. Los mejores recuerdos de aquellos años. Me casé con Ana María en el club y a la semana gané la famosa carrera de ´El Gráfico´", enfatizó.
A su vez, el "Profe" agregó: "Independiente estará siempre en mi corazón. Fui a la fiesta del centenario con más de 30.000 personas. En las gargantas del club, a un costado, hay una especie de palquitos y en uno de ellos pusieron mi nombre. Un orgullo tremendo. En Sarandí éramos vecinos de Roberto Perfumo, Delfo Cabrera, Rubén Galván, Tomás "Negro" Rolan. Grondona se cruzaba de la ferretería para el asado típico de todas las semanas. Extrañé eso cuando me fui.
Los valores del deporte y su regreso a Comodoro
"El atletismo no es un deporte individual. Alberga amistad, entrenamientos en grupos y muchos momentos compartidos. Los fondistas y medios fondistas requieren mucha perseverancia y son trabajos duros. Hasta el día de hoy los entrenamientos de nuestro Joaquín Arbe son similares. Han cambiado las épocas, la tecnología, pero no la esencia", aseveró.
Su amor por los deportes lo llevó también al fanatismo por el boxeo y el rugby. "Trabajé con Don Ángel Guastella, que fue fundador del club Pueyrredón. Aparte de ser una eminencia, era un hombre muy allegado a los pibes humildes. Me fui formando con esa gente. Uno aprende con mayor énfasis que en la vida no tiene que tratar de ser el mejor. Sólo tiene que tratar de ser humano. Íbamos a los barrios y él organizaba eventos deportivos para esos chicos. Era hermoso llegar y ver que nos recibían con tanto cariño. Entonces aparte de ser maestro, me considero un predicador del deporte. Estábamos más allá de un resultado y eso te hace ver el deporte desde otra óptica", rememoró.
Nazario nunca se olvidó de sus orígenes y no quería pasar mucho más tiempo lejos de sus pagos. Se retiró a los 36 años de la actividad y volvió. Sobre aquella decisión, el olímpico manifestó: "siempre quise volver. Tuve propuestas de Alemania, Chile, Brasil, España y de Buenos Aires no querían que nos vayamos. Es un amor muy profundo e incomprensible para mucha gente pero yo en algún lugar de mi Patagonia me quería quedar. Volvimos con Mariana, que tenía 11 años. Don Julio no quería que me vaya. Éramos hijos adoptivos de Avellaneda con Ana María y nunca nos faltó trabajo. Le dije que me volvía por mis padres, porque quería estar al lado de ellos en sus últimos años. Era mi sueño y estuve con ellos".
Aquí en la ciudad, con la agrupación que lleva su nombre, fue entrenador de reconocidos atletas locales como Jorge Mérida, Mario Rodríguez, Sandra Amarrillo y Ezequiel Villata, entre otros.
"Para mí el deporte nunca fue un sacrificio, sino una vocación. Estoy totalmente agradecido a la vida. Soy un docente jubilado por lo que no me sobra nada, pero la herencia que la vida me dejó es una buena educación, padres maravillosos, una señora como Ana María, hija, nietos, un gran yerno, y un techo para la familia. He sido sano y nunca le hice daño a nadie. Siento que he dejado una línea de enseñanza. Nunca le cobré a nadie por entrenarlo. Tenga dinero o no. Si yo hubiera tenido que pagar una moneda para tener un entrenador, mi papá no hubiese podido. Por eso decidí nunca cobrar aún en mis peores baches económicos. La recompensa son grandes amigos del deporte. También tener alumnos que se han convertido en entrenadores, obreros, profesionales. Gente de bien", acotó.
"Estoy muy agradecido al doctor Pedro Peralta y también mi eterno agradecimiento al Deportivo Portugués. Voy a estar en el club todo el tiempo que sea necesario y que la vida me dé posibilidades colaborando. Siempre voy a estar agradecido a los muchachos del rugby porque me recibieron con el corazón que tienen ellos. Siempre los admiré y siento además un gran cariño por las chicas de hockey. Soy feliz en el club", explicó.
Munich 1972
Nazario clasificó para integrar el seleccionado argentino Olímpico tras ganar el Campeonato Nacional de 1972. Iba como candidato por sus buenas labores en distintas carreras alrededor del mundo. Si bien el atleta patagónico no pudo llegar a la meta, lo vivido allí lo marcaría de por vida por distintas razones.
"Los Juegos Olímpicos albergan a todas las naciones y el deporte es uno. El sentimiento y la filosofía es una sola. Un solo idioma. Es el sueño de todo deportista. Fue un momento extraordinario. Nos tocó estar en la Villa Olímpica en unos departamentos hermosos, pero también la experiencia de vivir el atentado del grupo ´septiembre negro´, esa contienda que padeció el universo. Lo viví de cerca, porque con la delegación israelí habíamos compartido entrenamientos, almuerzos, desayunos y diálogos a través de intérpretes", rememoró.
A su vez, hizo alusión a la competencia donde un colapso hepático no le permitió llegar a la meta y revivió: "la carrera para mí fue extraordinaria. Va a quedar en mi recuerdo permanente. Cuando me faltan los últimos metros entrando al estadio olímpico ya me sentía mal. Había llegado al límite. Te viene y no lo esperas. Mareos, contracturas musculares. Pensé para mis adentros, ya entré a la pista, pero cuando encaro la recta final no podía caminar. Se me contracturaron las piernas y caí. Veía los jueces, la meta y al empezar a arrastrarme para llegar sentia gritos de aliento que me estimulaban. No me los olvido más. Quedé sin poder atravesar la línea reglamentaria, pero para mi corazón fue todo. Luego vienen los médicos del comité, me levantan y me trasladan para asistirme. Siempre estuve conciente. Cuando me levanto voy al césped a recorrer las tribunas donde estaban los latinos y se acercó Emil Zátopek (triple campeón olímpico), que era muy amigo de mi entrenador Osvaldo Suarez. Recuerdo que me saludó y me dijo: Nazario vas a ser olímpico por siempre".