El partido estaba complicado, Racing dominaba y dominaba ante un Godoy Cruz

Sin embargo esa pesada historia que en la cancha y en el juego parecía cosa del pasado no se podía dejar atrás, porque faltaba ni más ni menos que el gol.

El árbitro ya no había cobrado dos penales, bastante claros, a favor del equipo local que seguía buscando, como lo hizo en casi todo el campeonato -empujado por su gente e ideología- ratificar conceptos y terminar con el ambiente pesado que se había instalado, como esos nubarrones que nadie esperan pero que –a veces- se instalan.

Cvitanich recoge un rebote, la aguanta y siempre molestado por su defensor, sin darse vuelta mete un pase precioso para Lisandro López, el capitán y símbolo de este Racing, el único que –por compartir visión de juego – podía esperar ese pase del ex taladro. El licha, en segundos, gana  unos centímetros en el área, se acomoda y define al gol.

Primero beso desaforado hacia el compañero y de inmediato, pero siempre con su dedo en la sien, y ante el delirio del cilindro mágico, un pique rápido de  unos metros hacia el técnico que, sorprendido, recibe ese abrazo que conmueve y lo hace emocionar. Es que ese abrazo, sin palabras, dice tantas cosas.

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