Wolkowyski: "hay un antes y un después del coronavirus en mi vida"
Integrante de la Generación Dorada y pionero entre los argentinos en la NBA, el "Colo" repasa en esta nota exclusiva cómo se contagió y lo que tuvo que pasar.
Rubén Wolkowyski se encuentra sentado, dormitando, en una sala de un hospital en Málaga mientras espera que lo atiendan por su preocupante cuadro de covid-19. Está dolorido, angustiado y muy cansado luego de estar varios días sin poder dormir bien a causa de la tos, los dolores y la fiebre que le genera el virus. Parece un estropajo, está lejos de verse como esa roca de 2m08 y 120 kilos que se paseaba por la cancha intimidando rivales, en Europa, la NBA y con la Selección argentina. "Cuando me hicieron entrar me dijeron que tenía neumonía y ahí me quedé helado, shockeado… Pensé que me iban a dejar internado, que mi caso se complicaba todavía más", recuerda el Colorado.
Cuando los médicos salieron, no aguantó y salió al pasillo. Se encontró a una enfermera que lo reconoció como basquetbolista profesional y el pivote tomó coraje. “Le pregunté si sabía algo de mi caso y ella me confesó que me daban dos antibióticos y me volvía a casa. No sabés el alivio que sentí, la alegría… Fue como mi angel guardián", completa este chaqueño de 46 años que hace uno y medio está radicado en el pueblo de Najir de la Costa Azul. El Colo siempre fue perfil bajo, tirando a frío, pero cuando cuenta la anécdota de su peor momento se conmueve y emociona con su relato.
Todas esas horas las recuerda como una secuencia del horror. "El día 9 del proceso fue tremendo. Yo arranqué con síntomas el 21 de marzo. Primero tos, luego levanté fiebre alta a las horas que pocas veces bajó, y después dolor de cabeza, de pecho, en todo el cuerpo... Pasé varios muchos días tirado en la cama, aislado, sin poder moverme ni levantarme. Y aquel día, cuando parecía que todo debía mejorar, me volvió la fiebre. Te digo, estaba casi entregado, lo peor se me cruzaba por la cabeza", detalla.
Y eso que a lo físico todavía había que sumarle la debacle emocional. "Ese día tuve que ir al hospital y esas cinco horas que estuve ahí fueron tremendas. Primero, al entrar, cuando me despedí de mi familia, sentí mucho miedo, aunque no se los dije... Fue sin dudas un miedo que no había sentido nunca. Realmente, cuando pasé la puerta, no sabía si iba a salir caminando o con los pies para adelante. Porque el virus se mide por cargas virales y los hospitales son los que más tienen. Te podés contagiar aún más y yo ya estaba mal”, repasa.
Wolkowyski se contagió, supuestamente, de su familia. “Primero arrancó mi mujer. Mariana estuvo diez días, aunque sin tantos síntomas, con poca fiebre. Luego les tocó a mis hijos (Tomás de 20 años y Florencia, de 17), pero ellos casi no tuvieron síntomas y en dos días estaban perfectos. Pero a mí me agarró la carga viral de todos, me atacó fuerte y tuve que aislarme de ellos. Estaba solo en una habitación y la pasé mal. Es un virus distinto a todos, nada que ver con una gripe. Mucha más fuerte, con distintos dolores y sensaciones. Me llevó la cabeza a cualquier lado, pensé que tal vez no la contaba”, se sincera.
Ahora asegura estar bien, sin dolores, aunque el miedo no se fue. "Nadie te da certezas de que no te vuelvas a contagiar. No quiero pasar de nuevo por lo mismo y, además, no sé si el cuerpo puede bancar dos golpes así", explica. El chaqueño es uno de los jugadores más fuertes que ha tenido el deporte argentino. "Sí, uno sabe que muscularmente es fuerte, porque yo sigo entrenando a full, pero hay que ver cuán fuerte es tu sistema inmunológico… Esto me hizo temblar como una hoja y perdí entre 10 y 12 kilos", comenta.
-¿Es preferible defender a Shaquille O’Neal y no enfrentar a este virus?
-Sin dudas. Es preferible defender a Shaq y Karl Malone juntos (se ríe). Un golpe, una trompada de ellos, te la bancás. Te duele, te caes pero te levantás. Acá no ves las trompadas, no sabés con quién peleas. Está adentro tuyo, es un enemigo silencioso, que sentís te va destruyendo por dentro.
-¿Cómo es eso de sentir que te destruye por dentro?
-Muy difícil explicarlo, tenés que vivirlo. No se parece a nada. Te tira mucho para abajo. Te duele todo y no tenés hambre porque no sentís gustos, ni olores. Y lo peor es la incertidumbre. Nadie te da certezas y tu cuerpo está solo, peleando contra el virus, sin ayudas. No hay cura y los antibióticos me los dieron cuando ya estaba avanzado el proceso.
-Hablaste de miedo, justo un tipo que vivió situaciones adversas, de gran tensión, en el máximo nivel del deporte… ¿Eso no te ayudó?
-No, porque es otro miedo. Cuando jugás un partido y tenés que lanzar un tiro importante sentís nervios, pero no miedo. Si no la metés, seguís. Pero acá es el miedo a perder la vida. Esto me pegó fuerte y hoy valoro otras cosas, simples, como despertarme a la mañana y ver el día, o darles un abrazo a mis hijos. Cosas que vas perdiendo, sin darte cuenta que son las más trascendentes.