Tres muertes por monóxido, un velatorio en la Universidad y el recuerdo de un sobreviviente
El 6 de julio de 1989 fue una noche que debería haber sido de celebración y alegría, pero se convirtió en una tragedia. Tres jóvenes estudiantes universitarios murieron intoxicados por inhalación de monóxido de carbono en una casa del barrio Castelli, ubicado a unos 600 metros de la UNPSJB, donde estudiaban.
La noticia conmocionó a toda la comunidad pero además marcó un hito en la vida institucional universitaria porque ninguno de los estudiantes fallecidos era oriundo de Comodoro Rivadavia y eso implicó poner en marcha un protocolo de emergencia para afrontar la situación.
César Fernández y Fabio Gianovi de 22 años de Entre Ríos; y Héctor Frunjillo de 25 años de Buenos Aires, fueron velados en el aula Magna de la Universidad, un hecho casi inédito en la historia de la Universidad local.
Pero el trágico episodio envuelve un milagro, porque José Luís González oriundo de Buenos Aires, compartía la casa con los estudiantes y esa noche decidió quedarse a dormir a pocas cuadras de allí, en una pensión de estudiantes universitarios.
Se salvó de milagro y hoy cuenta por primera vez, con las heridas de las pérdidas a flor de piel, cómo se vive sabiendo que la vida le dio una segunda oportunidad.
AMIGOS, LA FAMILIA QUE SE ELIGE
“Ellos fueron mi primer grupo de relaciones, me abrieron las puertas, me dijeron cómo era el lugar, estaban en la misma situación, recién llegados. Favio y César estaban alquilando una casa en Km 3, Héctor y yo vivíamos en la pensión de Todoroff en el barrio Castelli. El vínculo fue creciendo porque ellos tenían los horarios cortados en la universidad, entonces venían a la pensión que quedaba cerca de la Uni y compartían con nosotros el almuerzo, cena y yo me aferré”, cuenta José Luis sobre cómo se inició la amistad.
Así, “los cuatro mosqueteros”, decidieron mudarse juntos, consiguieron una casa precaria muy cerca de la pensión. “Para nosotros era un palacio, en la pensión no podíamos traer gente de afuera, había que respetar horarios y tener tu casa era uno de los proyectos que teníamos para tener nuestro ámbito. Esa noche hicimos la fiesta de despedida, una cena en la pensión, creo que un arroz medio rapidito y habíamos podido comprar un kilo de carne picada para hacer un tuco”. Todo era celebración y buenos augurios.
Fabio y César tenían una entrevista de trabajo en YPF a la mañana siguiente, entonces decidieron acostarse temprano. Héctor los acompañó, sería la primera noche en la casa que habían alquilado y José Luís se quedó en la pensión tomando mate con un amigo. “Terminé de arreglar un poco la habitación, la cocina, me estaba yendo una media hora después que los chicos y pasé por la habitación de Miguel, charlando de la vida se nos pasó el tiempo y me dice ´quédate a dormir, ya está´. Me quedé a dormir porque me insistió. La verdad es que si existen ángeles, me rodean. Y Miguel fue una de las personas que impidió que yo sea la cuarta víctima”, reflexiona José Luís.
EL ASESINO SILENCIOSO
Muy temprano en la mañana, Josuá –como lo conocen sus amistades- caminó las pocas cuadras que separaban la pensión de la casa para despertar a sus amigos y salir rumbo a la entrevista de trabajo. “Quise entrar por la puerta, vi que la llave estaba del lado de adentro, golpeé, no me atendían, abrí la ventana y sentí el calor asfixiante de adentro, el olor al monóxido de carbono. Tremendo fue, muy tremendo”.
La autopsia constató que las muertes fueron por intoxicación por monóxido de carbono a causa del mal funcionamiento de un calefactor, en la causa intervino el Juzgado de Instrucción Nro1 a cargo de la Dra. María Elena Nieva de Pettinari.
EL ROL DE LA UNIVERSIDAD
Fue un hecho sin precedentes y que tomó por sorpresa a la comunidad universitaria, que de inmediato, puso en marcha un protocolo de emergencia. Implicó la comunicación con los familiares de las víctimas y la coordinación en el traslado de los cuerpos hacia sus lugares de residencia.
El entonces rector de la Universidad, Dr. Manuel Vivas, recordó la tragedia y el rol que le tocó asumir en aquella situación. “Fue terrible. Yo creo que fue uno de los momentos de mayor dramatismo –donde está la palabra muerte- que yo recuerde de la Universidad democrática desde 1983”.
“Fue un momento muy conmocionante porque involucraba a estudiantes y nosotros habíamos iniciados la gestión un mes antes y uno de los puntos del programa de gestión política universitaria era el tema de bienestar estudiantil, el problema que había con las gamelas estudiantiles y el comedor. Los estudiantes llegaban y buscaban alojarse en distintos lugares, algunos en las gamelas y otros buscaban casas particulares”, relata en relación a la política universitaria que se implementaba.
El equipo de gestión estaba integrado por Susana León, Manuel Migliaro, Claudia Coicadu y María Rosa Segovia como Secretaría de Extensión. Todos se pusieron a disposición de las familias de las víctimas y de José Luís que fue recibido en la casa del profesor Mario Murphy donde se quedó durante algunos días hasta salir del estado de shock. Luego, la Universidad le dio alojamiento en la gamela para estudiantes ubicada en barrio Km 5 y allí estuvo cuatro años.
“Comunicarme con las familias fue terrible. Me acuerdo de ver al Dr. Manuel Vivas abrumado hablando con los familiares diciéndole ´si usted quiere venir, la Universidad se hará cargo de su traslado y esto diciéndoselo a cada papá y a cada mamá”, recuerda María Rosa Segovia.
Bandera a media asta y cese de actividades académicas y administrativas en la universidad durante 48. hs fue la determinación del rectorado. Y fue unánime: el velatorio de los tres estudiantes sería en el aula magna de la Universidad. En una misa dolorosa pero multitudinaria, directivos, docentes y sus propios compañeros despidieron a los estudiantes.
“No había un protocolo para situaciones como estas, todo fue surgiendo espontáneamente como el trámite ante Fuerza Aérea. Su casa natural ahora era la Universidad porque no estaban en su pueblo de origen asique en ese momento el velatorio tenía que ser en la universidad”, explica Vivas.
“Me acuerdo de entrar por Km 4 y ver los tres cajones que fue terrible la imagen para mí – agrega María Rosa- y después ver cómo personal docente y no docente los trasladaron hasta el aula magna”.
EL REGRESO A CASA
Según los diarios de la época Héctor Frungillo fue trasladado a las 15hs al Aeropuerto General Mosconi y desde allí en un vuelo de línea a Buenos Aires de donde era oriundo. En cambio, Cesar Fernández y Fabio Gianovi partieron en un Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina, gentileza de la IX Brigada Aérea, con destino a Entre Ríos. “La imagen en el aeropuerto, de noche y entrando los cadáveres al avión para su traslado, no me lo olvido más”, dice Vivas.
José Luis o “Josua”, como lo conocen sus amigos, era el cuarto mosquetero de ese grupo. A más de 30 años de la tragedia todavía se pregunta ¿por qué ellos? ¿O por qué no yo? Sabe que la vida le dio una segunda oportunidad y le saca provecho cada día en memoria de sus amigos.
“Estoy convencido de que ellos siempre están -dice- agradezco haberlos conocido porque es un poco lo que yo creo que pongo en práctica. Generalmente cuando ocurren cosas, estas agobiado o algo no te sale me pregunto ´¿Cómo lo hubiesen resuelto César, Fabio o Héctor?´ y te juro que me embarga una onda positiva y se me acaban los problemas, las soluciones empiezan. Yo lo pongo en práctica. Todo lo poco o mucho que pude haber aprendido lo aprendí de ellos, los valores que tenían hoy cotizan en bolsa y a mí me ayudan todo”, dice con emoción.
Los años le dieron la templanza para transformar el dolor en un cálido recuerdo de esa amistad entrañable que le dejó tantas enseñanzas. “Los recuerdo, para mí no son una ausencia”.