Cocinaba cocaína, vendía en Madryn y Comodoro e irá preso 10 años
Es un albañil boliviano que montó una cocina en el conurbano. Traía la droga en bolsos para repartir a sus punteros. Hubo otras siete condenas y la mitad del grupo es reincidente.
COMODORO RIVADAVIA - Una pareja de bolivianos que cocinaban cocaína en el conurbano bonaerense para venderla en Puerto Madryn y Comodoro Rivadavia fue condenada por el Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia. Se trata de la enfermera Rosario Relos Mamani y el albañil Silvio “Rubén” Espinoza Espinoza, quienes fueron sentenciados a ocho y diez años de prisión respectivamente. “Rubén” está en la Comisaría de Camarones y Mamani, en el Complejo Penitenciario IV de Mujeres de Ezeiza.
El carpintero Raúl Aldauc fue condenado como parte de la estructura por tenencia a dos años y tres meses de prisión. Walter Paz y Luis “Calculín” Servanty, por tenencia para comerciar, fueron penados con cinco años de prisión.
Según informa Jornada este lunes, también fueron condenados tres hermanos: Hugo y Néstor Espíndola, por comercio agravado de droga, a seis años. Vivían en los asentamientos ilegales de Cerro Solo en Comodoro. Y Franco “Caco” Espíndola, por comercio agravado, a seis años y seis meses.
La investigación duró un año tras una denuncia de identidad reservada en agosto de 2015 que acusaba a los hermanos Espíndola de vender cocaína en Comodoro. Usaban “Virgenia”, un local comercial en Rivadavia al 2.600 y un casa en Huergo al 2.900. La Policía detectó entregas, visitas esporádicas a pie o en vehículo y pasamanos.
La intervención telefónica reveló que los proveedores eran Espinoza y Mamani. El dúo boliviano aparecía en las llamadas como “Rubén”, “los inquilinos” o “los vecinos”. Desde el conurbano bonaerense, para despistar, Mamani y Espinoza compraban pasaje a Sierra Grande pero se bajaban en Madryn. Y de allí compraban para Caleta Olivia pero se bajaban en Comodoro.
El 7 de agosto de 2016 se lanzó el operativo policial simultáneo. Hubo tres allanamientos en Madryn: en Domecq García al 500, donde vivía Paz, hallaron 200 tizas de cocaína y seis celulares; en un inquilinato del pasaje A. P. Bell, donde se hospedaban Espinosa y Mamani, había anotaciones con teléfonos, cuadernos con sumas de dinero y un bolso con 18 paquetes con 1.700 tizas de cocaína. Tenían mucho efectivo. Y en Corrientes al 800, casa de Aldauc, secuestraron marihuana, cocaína, un 22 cargado y dos balanzas digitales de precisión.
En Comodoro, en la vivienda de Hugo Espíndola en Cerro Solo, se hallaron celulares, proyectiles, cocaína, un picador y papel engomado de armar. En casa de su hermano Néstor, un rifle, cartuchos, cocaína y una calabaza de Halloween con mucha plata. Y en la tienda “Virgenia”, de Franco, un bolso con 144 tizas de cocaína y efectivo. En pasaje Urquiza al 960, casa de Servanty, un papel con el número de Espinoza, dinero y 201 tizas de cocaína.
La cocina se halló en Ingeniero Budge, en el partido de Lomas de Zamora, Buenos Aires. Había una caja con 17 celulares, tarjetas SIM, agendas, cuadernos y su acta de libertad condicional.
En una pieza separada, rollos de papel film, bolsas de polietileno, barbijos, moldes para hacer tizas, seis balanzas electrónicas digitales, un tambor azul con químicos, bidones con líquido transparente blancuzco, un embudo, 24 botellas de vidrio con líquidos, ácido clorhídrico y sulfúrico, éter etílico, prensa hidráulica, acetona, criquets hidráulicos, tubos de acero, cinco bolsas con hojas de coca y 10 bolsas de siete kilos de cocaína cortada con cafeína. Estaba todo listo para elaborar, fraccionar, conservar y expender droga. Era la misma composición que lo hallado en Chubut.
Espinoza declaró sobre la droga que “no puede decir quien se lo entregó, ni para quién en Madryn, por seguridad suya y de su familia”. Reconoció como suya la cocina. Trajo 18 kilos de cocaína en un bolso y le pagaron 50 mil pesos para transportarla de Buenos Aires a Madryn, para la venta. Lo hizo por necesidad: tras salir de la cárcel no tuvo trabajo.
“Está arrepentido pues no era el camino pero se crió en el campo, hablaba quechua y sólo escribía algo y firmaba”. En la Unidad 6 “aprendió a fabricar, para salir de la crisis compraba pasta base y trasformaba en kilos de cocaína”. En los viajes en micro traía la droga. Las comunicaciones con los demás “era para que le paguen pues le debían plata de droga que les había dado”.
Aldauc confirmó conocer a Espinoza de la U-6. Hacían “rancho” en el pabellón 13. Lo reencontró en Madryn. Dijo que la droga que le hallaron era consumo personal: “Usa desde los 15 años dos o tres cigarrillos de marihuana por día y dos o tres gramos al mes de cocaína, nunca vendió”. La balanza hallada “es de su mamá que hace tortas y tartas”. Espinoza fue a su casa tres días seguidos. “Nunca quiso saber a qué se dedicaba, ni le preguntó”.
Paz, por su parte, declaró que la droga “era para consumir y estaba re barata, inhala en su casa y en asados”. A Espinoza lo conocía. Se enteró que estaba en Madryn y le pidió. “Probó dos tizas, era mala, fea, no tenía casi nada, muy baja la dosis”.
Servanty se hizo cargo de los más de 2 kilos de cocaína. “Tenía para su consumo, una porquería de mala calidad, consume desde los 13 años y puede tomar 20-30 gramos en un día”. Le pagó 20.000 pesos a Espinoza. Estuvieron presos juntos en la U-6.
Espinoza viajó varias veces a Madryn y Comodoro para entregar droga al grupo o buscar plata. Las bolsas entraban llenas a sus casas y salían vacías. Era el mismo estupefaciente hallado en su cocina del conurbano. Los Espíndola debieron vender dos coches de la familia para pagar su deuda.
“No era una ocasional junta de consumidores destinada a satisfacer su propio vicio sino una estructura elemental con el plan común de negociar estupefacientes con sitios de discreción, cerca del lugar de expendio, ya que en este tipo de transacciones se abona al contado para asegurar ganancias y no dejar rastros”, dice la sentencia.
El agravante para la pareja boliviana Espinoza-Mamani fue “su incursión por ciudades aisladas y climas rigurosos, muy alejadas de su residencia habitual, al que confluyeron con la finalidad de obtener pingües ganancias, sin importarles las secuelas fatídicas de sus ilícitos, exponiendo varias poblaciones y en el destino del crimen, a dos importantes comunidades (…) Por su condición migratoria debieron conducirse con mayor prudencia respetando la normativa del país que generosamente los cobija”.
La mitad del grupo es reincidente. Su paso por la cárcel “se convirtió en un aprendizaje en una escuela calificada del delito. Todos volvieron a violar la ley esta vez con más eficacia y sofisticación. Cabe recomendar a la autoridad carcelaria un mayor ahínco en el aseguramiento que la condena impuesta, habrá de cumplir cabalmente su finalidad reeducativa”.
La cocina de Ingeniero Budge fue decomisada.
Al fallo lo firmaron Enrique Guanziroli, Mario Reynaldi y Alejandro Ruggero. Ya se comunicó a la República Plurinacional de Bolivia y a la Municipalidad de Lomas de Zamora.
Fuente: Jornada