Culminada la primera vuelta, comienza la etapa más importante de toda esta singular elección brasileña. Nada de lo que observamos hasta ahora entra dentro de un rango mínimo de normalidad.

CAPITAL FEDERAL - Jair Bolsonaro, contra todos los pronósticos iniciales, ha logrado consolidarse como un candidato altamente competitivo, con un umbral de votos superior al esperado en función de los sondeos previos. En efecto, el “Capitán” pasó de no superar el umbral del 18% de intención de voto en los últimos dos años a imponerse en esta primera vuelta por más del 46%. A pesar de sus más que polémicas propuestas, de sus posturas externas, es evidente que Bolsonaro ha capitalizado ese profundo desgaste de las fuerzas que hasta ahora fueron fundamentales en el sistema político brasileño, como el PT, el PSDB y el PMDB.

Fernando Haddad, el candidato del PT, pudo haber tenido una mejor performance (29%) habida cuenta que solo tuvo aproximadamente un mes de campaña. En efecto, el intento de su mentor, Lula Da Silva, de conseguir de cualquier manera una autorización para competir en estas elecciones le quitó tiempo y recursos para conseguir más apoyos.

Lula era en teoría el candidato con mayor intención de voto (40%) hasta que se conformó esta ola que puso a Bolsonaro a un paso del triunfo en primera vuelta. Aunque dispute el ballotage, el PT surge como la principal víctima de la irrupción de Bolsonaro, habiendo sido derrotado en las elecciones a senadores de tres estados clave: San Pablo, Minas Gerais (donde competía la propia Dilma Rousseff) y Río de Janeiro.

Los sistemas de segunda vuelta tienen por lo general una dinámica especial: son los electores que en primera vuelta no optaron por ninguna de las dos alternativas más votadas los que terminan definiendo la elección. En este caso, hay muchas dudas de que este principio se cumpla, dado el impresionante caudal electoral que obtuvo Bolsonaro, informó TN.

Aunque sumando el apoyo de Ciro Gomes y Geraldo Alckmin, que obtuvieron alrededor del 12 y 5 % respectivamente, Haddad lograría empatar a Bolsonaro, no se sabe dónde migrarán los votos de los demás contendientes. Además, los ciudadanos votan de manera autónoma y está por verse si en efecto esos candidatos, que pudieron hasta ahora eludir el escándalo del Lava Jato, están dispuestos a apoyar a Haddad, representante del PT, el partido responsable de armar un esquema cleptocrático en Brasil.

Tal vez los interrogantes más importantes apunten no tanto al resultado de la segunda vuelta, sino a la cuestión de la gobernabilidad.

Gane quien gane dentro de dos semanas, ¿tendrá en efecto la capacidad para gobernar una sociedad tan profundamente dividida?

Por otro lado, la irrupción de Bolsonaro presenta desafíos inéditos no sólo para Brasil sino para el resto de la región. Se trata del primer candidato realmente popular y competitivo que no condena el pasado de autoritarismo militar que padeció la región, con la única excepción de la derecha chilena a comienzos de los ‘90. ¿Es tal el desgaste de los valores y principios democráticos que eso ya no es un obstáculo para ganar una elección, o al menos protagonizar un proceso electoral en el principal país de América Latina?

Bolsonaro debe ser visto, al igual que Trump, no tanto, o no solo, como la causa sino como el efecto de problemas largamente ignorados o nunca del todo encarados con decisión. En este caso, es evidente que la inseguridad se convirtió en uno de los issues centrales detrás de su sorprendente éxito. Como ocurrió con Rodrigo Duterte en Filipinas, las propuestas extremas de “mano dura”, lejos de alarmar al votante medio frustrado y atemorizado por el avance del crimen organizado, son por el contrario un elemento de seducción.

Como ocurrió en la Italia post mani pulite y el surgimiento del fenómeno Berlusconi, la crisis de los partidos tradicionales involucrados en escándalos de corrupción ha facilitado en Brasil la emergencia de liderazgos antidemocráticos. Es muy difícil revertir estos fenómenos de debilitamiento de identidades y organizaciones partidarias. Son a menudo parte del problema en términos de funcionamiento del (des) orden democrático. Sin embargo, curiosamente, su desaparición no hace sino debilitar más los mecanismos básicos de la democracia representativa.

Por último, hastiados también como tantos millones de votantes con la mediocridad y la venalidad de buena parte de la clase política tradicional, los mercados han celebrado el fenómeno Bolsonaro y es muy probable que estos días continúe la tendencia alcista en los activos brasileños, dado el resultado de los comicios celebrados este domingo. Sin embargo, recordemos que el crecimiento económico equitativo y sustentable requiere un marco de instituciones sólido que evite la discrecionalidad y asegure calidad regulatoria y la previsibilidad. Esto no se logra sin un liderazgo fuerte, legítimo y con recursos. Pero la experiencia comparada es contundente: ninguna dictadura, tampoco dictablanda, ha generado verdadero desarrollo en un entorno donde no se respeten las libertades fundamentales y los derechos humanos.

Fuente: TN/Por  Sergio Berensztein

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