COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) – Javier Ruiz tenía 21 años cuando en un partido de la Liga de los Barrios recibió un pelotazo en la cabeza que le produjo un desprendimiento de retina que lo dejó ciego luego de varias intervenciones para salvarle la vista.

Pasaron 26 años de aquel partido entre Los Halcones y Los Andes, varias operaciones y el inicio de una vida nueva, tal como explicó, y ahora Javier sueña con llegar a las elecciones Generales de octubre, y alcanzar una banca en el Concejo Deliberante.

Este hombre de 46 años, delegado de la Biblioteca Municipal en el SOEM (Sindicato de Obreros y Empleados Municipales), integra la lista que encabeza el abogado Martín Galindez, y quiere ganar para trabajar en políticas que ayuden a las personas con discapacidad.  


“Me sorprendió mucho cuando me llamó el doctor Martín Galindez y me convocó, pero si llego al Concejo Deliberante quiero generar políticas de inclusión y accesibilidad, ya que las personas con discapacidad en nuestra ciudad están olvidadas. Nadie se ha preocupado y ocupado”, explicó Javier a ADNSUR.

UNA CIUDAD DIFÍCIL

Javier habla por experiencia propia. Cuenta que es imposible transitar por las veredas de la ciudad para una persona con silla de ruedas y que son muchas las barreras arquitectónicas que existen. “Yo cuando camino por la vereda el bastón se me traba por todos lados. Es más, ayer me torcí el pie afuera del Correo porque todas las baldosas están corridas. Eso es una barrera arquitectónica, pero no sólo para las personas con discapacidad sino también para los abuelos. Esto pasa porque los políticos no lo sufren ni lo padecen. Yo lo vivo en carne propia, día a día”, relata.

Entre sus proyectos, Javier quiere que todos los comercios e instituciones tengan rampa de acceso, y que el microcentro cuente con semáforos sonoros que le permitan guiarse a quienes no ven. Además, propone que se realice un censo de las personas que conviven con una discapacidad, para saber con certeza cuantos ciegos hay en la ciudad.

EL DÍA QUE LO CAMBIÓ TODO

Javier recuerda como si fuera hoy aquel partido entre Los Halcones y Los Andes. “Mi pasión era el fútbol. Yo jugaba en Los Halcones, jugaba de defensor, de cuatro, y fui a cabecear con el delantero y cuando estaba en el aire me desestabilizó. Yo para no caer mal quise apoyar la mano y la pelota me cayó arriba de la corona de la cabeza. Sentí que me pasó algo y me salió una mancha en el ojo. Ahí empezó mi odisea con la ceguera”, recordó.

El hombre, hoy padre de familia y esposo, tenía 21 años y aguantó una semana para ver qué pasaba. No quiso decirles nada a sus padres. Sin embargo, la molestia continuó y tuvo que hablar. El oftalmólogo le dijo que había sufrido un desprendimiento de retina. 

A Javier lo operaron de la vista y estuvo siete meses sin ver, pero se le volvió a desprender la retina. Luego tuvo cinco operaciones hasta que perdió la vista definitivamente. 

“Pase muchas cosas en ese tiempo. Tuve que pedir colaboración y todo eso. Mi viejo es constructor y siempre trabajó de albañil así que no podía costear las operaciones. Después cuando me quede ciego estuve cinco meses depresivo, no quería saber nada de la vida, lo único que quería era morirme. Pensaba que iba a ser un inútil, una mochila para mi familia. Estaba equivocado, porque cuando veía no veía algunas cosas, ahora que estoy ciego lo puedo ver. Cuando me quede ciego aprendí a valorar a mis hijos, mis viejitos queridos, mis hermanos y mis amigos. Aprendí a valorar lo que es la vida por eso a veces agradezco haberme quedado ciego porque la vida es hermosa”, reconoce a la distancia.


VOLVER A EMPEZAR 

A fuerza de voluntad Javier salió adelante, rindió las tres materias que le quedaban pendiente de la secundaria escuchando las lecciones en casetes que eran grabadas por sus compañeras y luego decidió ir al Centro Luis Braille.

Javier confiesa que al principio no quería usar bastón blanco porque le daba vergüenza. Se guiaba con el pie, pero era muy difícil. “Me golpeaba por todos lados, llegaba todo rasmillado, hasta que acepte mi ceguera cuando conocí a mi señora”, reconoce.

Javier conoció a su esposa a los 27 años en el Centro Luis Braille. Ella también quedó ciega a los 23 años producto de una diabetes que años más tarde la llevó a trasplantarse el páncreas y el riñón. Tiempo después decidieron casarse y luego llegó “lo más grande que hizo Dios” en sus vidas: Abigail, su hija.

Para el precandidato cuando quedó ciego “murió el Javier que veía y nació el que quedó ciego”. “Es otra vida. No es estar en la oscuridad; es otro mundo totalmente distinto; aprender a vivir a convivir con tu ceguera y poder enseñarle a tus seres queridos cómo ayudar a una persona ciega. Pero eso no te impide que puedas hacer cosas porque las limitaciones se las pone uno mismo”, asegura.

Con esa premisa, fue que decidió salir a buscar trabajo. Un año insistió en la Municipalidad, durante el gobierno de Raúl Simoncini, para que lo contraten y se cumpla la ley de cupo para las personas con discapacidad.

Su primera labor fue en el área del 0800 de la Municipalidad. Luego pasó a Comodoro Digital y posteriormente a la Biblioteca, donde debía escanear libros para no videntes. Pero cuando esa vieja máquina se rompió, Javier presentó el proyecto de la audioteca con los libros parlantes.

Ahora él quiere ir por más. “La gente me felicita por animarme; están cansados de los políticos de siempre. Yo los entiendo porque jamás hice política, pero esto es un desafío nuevo para mi vida porque si uno quiere cambiar las cosas tiene que estar adentro. Las limitaciones se las pone uno”, sentenció, este hombre que aún tiene imágenes de cuando jugaba a la pelota en el barrio, la cara de sus viejos y aquellas tardes de juegos en el barrio Ceferino, donde le escapa al viento escondiéndose detrás de una chapa.

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