Puerta CE, el restaurante a puertas cerradas donde estuvo Lizy Tagliani en su visita a Comodoro
“Es como que me iba encontrando con este conceptos en todos lados y ahora quise experimentarlo”, dice Lucía Paz Álvarez, la mujer que hace unos meses abrió un restaurante a puerta cerrada en Rada Tilly. Se trata de una experiencia culinaria diferente, con dos cenas únicas por mes, en un ambiente donde la interacción y la comida son las principales protagonistas.
Creció al lado de la gastronomía, solo que nunca vio en ella una salida laboral posible. Su papá, el doctor Álvarez, “siempre fue un tipo de cocina”, asegura, y a ella, cuando todavía era una adolescente, le gustaba la idea de ser chef pero no lo veía como una opción. Hoy, con 38 años y una hija, decidió apostar en ese rubro que siempre la sedujo con una propuesta culinaria diferente, que de alguna forma sintetiza su historia. Ella es Lucía Paz Álvarez, la creadora de Puerta CE, un restaurante a puertas cerradas que funciona en Rada Tilly y que recientemente recibió a Lizy Tagliani en la visita que la humorista realizó a Comodoro Rivadavia para la preselección de Got Talent.
Ese día, la conductora de Telefe, junto al equipo de producción del programa, comió y disfrutó de una noche diferente en el departamento de Lucía, una experiencia distinta.
UNA VIDA EMPRENDIENDO
Lucía es de Comodoro Rivadavia. Nació en Mar del Plata, pero a los 3 años vino a vivir a la ciudad y se siente patagónica, tanto, que cada vez que se va extraña el lugar.
Cuenta que siempre le gustó la cocina, pero cuando terminó la secundaria eligió estudiar Relaciones Públicas.
La Universidad de Belgrano fue el instituto donde cursó la mitad de la carrera, hasta que se dio cuenta que no era lo suyo. Para colmo, extrañaba su lugar. Así, volvió al pago chico y dejó ‘la jungla’, como denomina a Buenos Aires.
Cuenta Lucía que estaba trabajando en el consultorio de su viejo cuando la gastronomía volvió a hacer ruido en su cabeza, aunque esta vez sí iba a escuchar el llamado. “El problema que tenía era que nunca la vi como una carrera. Creo que ese fue el error al principio, no haberla tomado en serio, decir ‘esto es lo que quiero’, ‘esto me gusta’, porque en casa siempre se cocinó. Mi viejo sobre todo, él siempre fue un tipo de cocina, así que cuando volví de Buenos aires dije ‘vamos con gastronomía’, ‘vamos a ver qué onda esto’, y empecé a estudiar”.
Lucía estudió en el Instituto Gastronómico de las Américas (IGA). La carrera le gustó, pero al año dejó y se metió de lleno en el laburo con su padre, aunque pronto iba a volver.
Es que siempre tuvo alma de emprendedora, y buscó lo diferente. Así, tiempo después decidió iniciar un emprendimiento que de alguna forma, otra vez, la acercó a la gastronomía. “De Nanas” era una agencia de niñeras. Sin embargo, terminó convirtiéndose en una empresa con “más de 200 mujeres trabajando”, asegura.
El emprendimiento ofrecía niñera las 24 hs y con el tiempo fue sumando otros servicios; primero limpieza dentro del lugar y luego viandas para las familias. Así, Lucía otra vez volvió a aquel viejo amor que siempre tuvo.
“Muchas familias me empezaron a contratar para hacer eso: armar menú semanal. La gente tenía su comida de lunes a domingo. Yo lo único que hacía era una lista de compras, ellos me compraban lo que necesitaba para cocinar y les hacía la comida para toda la semana. Lo hice por un buen tiempo, hasta que una familia me contrató como su chef”.
Por ese entonces, Lucía ya pensaba dejar el servicio de niñera. La demanda era mucha y el trabajo también. Así pasó de tener una agencia de niñeras a ser la chef de una casa particular.
Todo iba bien en ese camino, hasta que una situación personal de alguna forma la expulsó de la ciudad. Necesitaba irse, alejarse, y la jungla otra vez estaba ahí esperando.
ENTRE EL TÉ Y LA COCINA
Su regreso a Buenos Aires la llevó a buscar nuevos rumbos. Lucía comenzó a estudiar para sommelier en la Escuela Argentina de Té, sin saber que ese rubro la iba a llevar por otro camino gastronómico.
Una vez que se recibió, fue contratada como profesora de la escuela para un programa que el establecimiento realizaba en conjunto con su fundación para difundir cursos introductorios al té y ayudar a niños de bajo recursos, de poblados rurales, donde se extrae esa materia prima. “Té Time” la llevó a viajar por diferentes lugares de Argentina. Mientras tanto, trabajaba como sommelier.
Estaba en esa ruta cuando escuchó por primera vez el concepto de restaurantes a puertas cerradas. Una amiga francesa que trabajaba en Buenos Aires fue su primer acercamiento. “Ahí me empezó a interesar este concepto de ‘a puertas cerradas’. Fue una experiencia muy interesante, porque para mí fue la forma de mezclar té con cocina. Me acuerdo que una noche hicimos un menú con té, unos bifes de lomo de carré de cerdo marinado con té de importación, y quedó buenísimo; era marinar un pedazo de carne con té, después cocinarla, hacer una salsa con té, unos bocados con hebras del té. Fue espectacular”.
Tras esa primera experiencia llegaría una segunda propuesta en Mar del Plata, en un restaurante propiedad de un chef y un ingeniero agrónomo. “Me acuerdo que tenían una huerta enorme. Entonces cocinábamos con productos sacados a dos metros de la cocina. Era muy interesante”.
Esas experiencias fueron la puerta de entrada para explorar un mundo de sabores en distintos lugares. Es que, como cuenta, el concepto de restaurantes a puertas cerradas se lo iba a cruzar muchas veces más.
Lucía recuerda que la tercera vez fue cuando viajó a Ushuaia a visitar a un amigo. Fue con su tés a cuestas, y terminó recibiendo una propuesta para dictar un curso de introducción al té y participando de una cena que fusionó comida con té.
Decidida a seguir viajando, tras ese viaje Lucía se fue a Estados Unidos. Estuvo en Houston, Chicago y New York, donde durante dos meses conoció diferentes propuestas de restaurantes a puertas cerradas; desde algunos lugares ocultos a otros más sencillos. Ahí cerró todo. “Ahí fue donde me puse a investigar qué onda esto de ‘puertas cerradas’ que está en todos lados. Pero me vine a Comodoro, decidí irme a vivir a Estados Unidos y me agarró la pandemia. Así que me tuve que quedar”.
La vida tenía preparado otro destino para Lucía. Hace un año y medio fue madre de Elena, una pequeña que fue su motivación para iniciar este emprendimiento. Es que en medio de la maternidad y con la necesidad de trabajar pensó todas sus alternativas y se dio cuenta que era el momento de probar ese concepto que tanto había encontrado.
“Yo venía hace rato pensando esta idea, pero tenía un poco de miedo porque no sabía cómo lo iba a tomar la gente. Pero necesitaba estar en casa, porque soy una mamá muy presente, así que un día lo hablé con mi marido y nos pareció muy buena la idea”.
SU PROPIO RESTAURANTE A PUERTAS CERRADAS
Lucía, a pesar de ser una fanática de la cocina, no se animaba a estar al frente del restaurante. Sin embargo, la reunión que tenía planificada con chef se pospuso varias veces, y entendió que era su momento.
“Un día dije ‘lo voy a hacer, me voy arremangar’ y empecé. Armé la cuenta de Instagram y la gente enseguida comenzó a preguntar. El 1 de octubre realizamos la primera cena para 12 personas y el plato fue un menú con té, quería hacer algo distinto”.
Pero, ¿de qué se trata esta propuesta de restaurantes a puerta cerrada? Ella lo explica. “La idea es que vos vas a comer a la casa del chef. Comés en la mesa donde el chef come todos los días con su familia. Acá me podés ver cocinar porque el salón es abierto. Pero todo se transforma: se saca todo lo que es la tele, viene una mesa para la altura del sillón, y queda un lugar para cuatro personas que comen en el living. Después armo otra mesa en la esquina y pongo otra mesa principal, porque el concepto de Puerta Ce, más allá de la comida, es cómo se preparan las mesas, porque se cambia los manteles y la decoración. El otro día hicimos Año nuevo chino y fue toda decoración china, con platos cuadrados, palitos”.
En cada apertura, cada 15 días, Lucía trata de cambiar el concepto y los platos. Muchos de sus clientes suelen repetir, y quiere que vean algo distinto cada vez que van.
“Está bueno, es algo lindo, uso todos productos orgánicos y tengo mucha cercanía con la gente. El otro día un señor se acercó a la barra y me comenzó a hablar mientras yo fritaba el pollo. Ese día unas chicas también se quedaron hablando y me invitaron a su mesa. Entonces, eso es lo lindo, que la gente se sienta cómoda, que no se quiere ir”.
Lucía está feliz del emprendimiento que creó. Asegura que no quiere abrir un restaurante, que con seis personas le alcanza y que el fin tiene más que ver con lo que le gusta. “A mí esto me copa. Tengo como esencia esto de ser anfitriona. Es algo que me encanta, vienen mis amigos y les encanta, porque les pongo el mantel, las flores, las servilletas. ‘Mesa familiar’ dicen. Entonces esto es lo que me gusta, recibir gente, que se sientan cómodos. Por eso no quiero un salón más grande para que haya 20 personas, con seis es suficiente. No lo hago por la guita, lo hago porque me gusta, sé que me sale bien y la cocina para mí es terapéutica”.
Por estos días, Lucía ya se prepara para la próxima cena. Espera poder viajar pronto a Buenos Aires y visitar el restaurante a puertas cerradas que tiene Lizy Tagliani, y también disfrutar de una noche distinta. “Con ella nos matamos de risa. Lizy es un personaje hermoso, una mujer muy sencilla. Fue todo súper divertido”, dice la cocinera que se animó a incursionar en aquello que veía tan lejano y hoy lo tiene tan cerca.