María Teresa Martínez recibió hace apenas algunos días su diploma por finalizar el secundario en la Escuela de Naciones Unidas de Monte Grande. 

"Esta mujer es un ejemplo para los más jóvenes que la ven en un aula. Nunca tuvo excusas, nunca faltó a clase, es la que más se empeña y la que más estudia, la verdad es que es un faro para sus compañeros", dice Nicolás Bonino, docente de Química. 

Mayte irradia calidez y ternura. La quieren profesores y alumnos, es la más grande y mimada del curso nocturno y luce emocionada tras el acto de este martes, porque ella sabe todo lo que le costó llegar hasta este punto.

 "Muchos obstáculos en mi vida, palos en la rueda, temores, pero intenté sobreponerme a cada cosa y haber llegado a graduarme en el secundario después de mi tercer intento es como mi Mundial. ¿Entendés? No es mi tercera copa pero sí mi tercera oportunidad... y no la desaproveché", expresa.

Mayte no quiere detener el envión de estar rodeada de libros y estudio. "Seguiría un año más –dice y ríe con ganas–, la pasé tan bien, pero ahora que tengo el secundario siento un embale bárbaro... Como que mis alas se extendieron y empiezo a volar... Y en ese vuelo puedo divisar todo lo que hay para crecer y formarme. Me gusta escribir, me gusta leer ficción, sólo quiero seguir estudiando para tener la libertad del saber", reflexiona ante Clarín esta auxiliar de jardín de infantes, que lleva 22 años trabajando en el "906" de Ezeiza.

Mayte nació en Ezeiza, donde hizo la escuela primaria. Quería estudiar en una escuela de Cañuelas para ser profesora de educación física, pero su papá le bajó el pulgar. "Me quería cerquita, tampoco le convencía lo que yo quería hacer. Qué se yo, hay que ponerse en contexto, 50 años atrás... Yo obedecí, no tenía otra opción... Además en Ezeiza, por esos tiempos, no había secundarios". Pero Mayte, adolescente, se las rebuscó con un curso de secretariado entre sus 13 y 15 años y de ahí empalmó con su precoz bautismo laboral.

Dice que siempre se sintió una todoterreno. "No tenía 15 y ya ganaba mi platita como niñera. Después me dediqué a ser empleada doméstica, hasta que a los 18 empecé a trabajar en un frigorífico como operaria. Conocí a Gerardo, mi marido, me casé a los 21, tuve cuatro hijos y me aboqué a la familia hasta los 37, cuando volví al ruedo laboral como auxiliar en una escuela pegadita al aeropuerto de Ezeiza", detalla. Al tiempo se cambió a un jardín de infantes hasta que, comenzado el milenio ingresó al 906, donde permanece.

En 2005 un terremoto sacudió la rutinaria vida de esta, por entonces, costurera: en febrero murió su esposo, en mayo su mamá, Serafina, y en diciembre su papá, Aurelio. Intentando superar el trance, y causalidad mediante, Mayte se anotó en la escuela Naciones Unidas, de Monte Grande, ya sin la presión de la mirada de los hombres adultos de su familia. 

Arrancó el secundario para adultos en turno noche y se demostró que era su lugar en el mundo. "Arranqué con todo y me fue muy bien, no me llevé ninguna materia. Tenía varios años menos, un poquito más de 50, otra energía", sonríe.

En mayo de 2022 se decidió a averiguar si no era tarde para arrancar el último año –ya comenzado– del secundario. Fue a una escuela más cercana a su casa, le pidieron el analítico, los años cursados y regresó a buscarlos al Naciones Unidas, donde había hecho los dos años.

Con información de Clarín

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