"La Saladita" y el vale todo: las ventas en efectivo, posnet, regateo o truque en el Quirno Costa
“La Saladita” es la feria más populosa y multitudinaria de Comodoro Rivadavia. Los mismos feriantes aseguran que en tres cuadras llegan a concentrarse más de “mil puestos de ventas”; entre estructuras, vendedores ambulantes, carritos de comida y manteros. A diferencia de hace quince años –cuando recién comenzaba su conformación en el barrio Quirno Costa- y sólo se aceptaba efectivo, en “La Saladita” todo vale, posnet, contado, regateo y hasta truque.
COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) - Un Comodoro desconocido por muchos y donde se puede comprar ropa nueva, usada, verduras y electrónica hasta un 50% más barato.
La presencia de las cámaras rompe con la rutina de la feria. Hace quince años que Jorge tiene un puesto y se ofrece a acompañarnos como una suerte de guía de turismo, recorriendo los apretados pasillos y presentándonos a quienes tienen más experiencia en este circuito económico informal.
Para muchos, “La Saladita” solo existe en las redes sociales, como un espacio virtual de compra y venta de diversos productos que se ofrecen a precios accesibles. Pero pocos conocen la verdadera, la física, que se extiende por más de 3 cuadras y contiene a más de mil puestos informales.
Carritos de venta de comida al paso conviven con estructuras más sofisticadas que exhiben juguetes nuevos o productos electrónicos. Tablones de madera sirven de apoyo a herramientas, ropa y películas grabadas; un gran combo de ofertas cuya clave es revolver hasta encontrar lo que se busca, o se pueda aprovechar. Los manteros son los más improvisados al momento de ofertar sus productos pero “los que más venden”, aseguran quienes conocen al dedillo los movimientos.
Sobre la misma tierra extienden una sábana o frazada y allí ordenan pilas de jeans, zapatos usados, remeras y carteras que venden a 50 o 100 pesos, dependiendo del estado de las prendas.
No es un predio vacío, sino la plaza central del barrio Quirno Costa que cambia su fisonomía los fines de semana entre las 9 de la mañana y las 6 de la tarde. Las casas que rodean la feria saben aprovechar ese movimiento intenso de gente que se acerca desde distintos barrios de la ciudad en busca de ofertas; abren puertas y ventanas y en el mismo patio ofrecen packs de gaseosas y jugos; tortas fritas o comida casera.
Es sábado a la tarde, la combinación de calor y viento encuentra a grupitos de muchachos tomando cerveza en las esquinas; la cumbia se mezcla con el reggaeton, las voces del regateo y el aroma a choripán que llega desde los carritos. “Es un paseo para la familia” dicen algunos feriantes aunque “la inseguridad trae un retroceso al lugar”.
Películas, ropa y herramientas
El stand de Jorge es una melange: ropa de trabajo, cds de música, películas y herramientas. “Hace quince años estábamos mejor que ahora, se podía vender un poquito más. Vivimos al día, la gente busca precios”. Cuando se recorre la feria la sensación es la de estar en otra ciudad, los mismos feriantes admiten no ir al centro “ese es otro lugar”, “allá hay otros precios”.
“Si te las rebuscás se puede vivir de esto”, dice uno de los feriantes que todos los fines de semana monta su estructura y vende accesorios de electrónica. Un cable USB a 100 pesos, auriculares a 200 pesos. “Las ventas cayeron un 40%”, asegura. De lunes a viernes ofrece los productos en otras ferias o por internet.
Gustavo apuesta a lo mismo. Está desempleado desde el 2015 y dice que durante este gobierno la crisis se profundizó. Comenzó como mantero, pero decidió invertir unos pesos en una estructura que le permite una mejor exhibición; incorporó productos de limpieza y gaseosas que vende a precios más económicos que los supermercados.
Ruth es del barrio San Cayetano, de un asentamiento donde viven 144 familias. Es una de las más antiguas de la feria y quien tiene la estructura de venta más importante porque concentra tres stands y tiene empleados a cargo, aunque admite que la relación contractual es en negro.
“En la temporada de navidad y año nuevo siempre se toma gente”, cuenta. Comenzó vendiendo lencería, hoy se expandió y ofrece ropa de dama, caballero y niños que compra en Buenos Aires o en el exterior. “Nos ponemos al bolsillo del cliente, porque la gente del centro paga impuestos, nosotros acá no pagamos impuestos entonces tratamos de bajar los precios”.