El avión Fairchild F.227 de la Fuerza Aérea Uruguaya llevaba al equipo de rugby amateur Old Christians Club, de Montevideo, a jugar un partido contra el Old Boys Club, en Santiago de Chile. Cuando cruzaban la cordillera, el piloto comenzó a descender creyendo que estaban cerca de un aeropuerto, y una de las alas golpeó contra una montaña. Luego golpeo la otra, y se desprendió la cola de la aeronave. El resto del fuselaje se deslizó por la  nieve y se detuvo en medio de la cordillera. A bordo viajaban 40 pasajeros y 5 tripulantes. Once personas murieron en el impacto. Otros fallecerían en los días subsiguientes producto de las heridas. Una avalancha se cobró algunas vidas también. 

La búsqueda oficial duró 8 días, y los dieron por muertos. Atentos a las radios chilenas y argentinas que podían sintonizar en un equipo del avión, esa noticia desesperó a los sobrevivientes, que decidieron emprender una caminata buscando ayuda. El 12 de diciembre tres de ellos comenzaron a caminar. Uno se volvió algunos días después. Los dos restantes llegaron a un arroyo, y se encontraron con un arriero al que pudieron pedirle que los rescate. "Ya volveré", les escribió el arriero en un papel que arrojó a la orilla donde estaban los uruguayos.

VIVEN

Aunque en diferentes momentos tanto los gobiernos como las fuerzas de búsqueda daban por perdidas a las víctimas del accidente que estaban a 4.200 metros de altura, 16 de los 45 pasajeros sobrevivieron y, en muchos casos, hoy son testimonio vivo de los difíciles momentos que tuvieron que atravesar en el recuerdo más duro de sus vidas y sus discursos todavía siguen conmoviendo a sus oyentes.

YA VOLVERÉ

Pasaron 49 años desde aquel 23 de diciembre de 1972 en que los jóvenes jugadores de rugby del Colegio Old Christians recobraron el aliento. Faltaban dos días para Navidad y ya iban 73 desde que estaban luchando contra el frío de 30 grados bajo cero e intentando mantener la confianza en que los iban a encontrar.

Lo cierto es que a los diez días de caída de la aeronave en plena cordillera, los pasajeros del avión fueron dados por muertos. “Nuestra actitud era de espera y en el día diez recibimos la peor noticia que te puedas imaginar, que es la de que no nos buscan más”, contó hace poco en el podcast La Cruda Carlitos Páez Vilaró. Los sobrevivientes escuchaban radios argentinas y chilenas con una aparato que tenían con ellos y, como habían visto un avión pasar, estaban seguros de que todavía seguían las tareas de rescate. Pero no.

Todo cambió cuando a los dos meses del accidente Fernando Parrado y Roberto Canessa iniciaron una expedición en la que se cruzaron, en la décima jornada del recorrido, con el arriero chileno Sergio Catalán Martínez.

El hombre que iba a caballo avistó a los jóvenes tirados al otro lado de un arroyo, éstos le gritaron para llamar su atención y le dijeron que eran parte de los “uruguayos” desaparecidos. Pero el campesino tuvo que volver al día siguiente para lanzarles un lápiz con una piedra y entender qué era lo que le querían transmitir. Allí, los sobrevivientes dejarían su tan necesario mensaje de socorro. “Vengo de un avión que cayó en las montañas, tengo 14 amigos heridos arriba. ¿Cuándo nos buscan?”, había escrito Parrado, de acuerdo con el recuerdo de Páez Vilaró.

El arriero les prometió: “Ya volveré”. A su vez, el señor que estaba pastando con su ganado del otro lado del río les dio cuatro panes y allí empezaron las tareas de búsqueda. El jueves 21, los cables de noticias que caracterizaban la forma en que se hacía periodismo por esa época empezaban a circular con la frase: “Santiago, urgente. Afirman que aparecieron dos sobrevivientes del avión uruguayo”.

El diario El País, de Uruguay, consiguió hablar el viernes 22 de diciembre con el embajador en Chile, César Charlone, quien confirmó que efectivamente habían hallado a dos de los pasajeros del avión. La novedad, además de la ratificación final, fueron los nombres: Parrado y Canessa.

“Imaginate lo que fue para nosotros escuchar esos dos nombres porque solamente así sabíamos que la historia se había terminado, que era el final de nuestra lucha, de nuestro dolor, de nuestra angustia, pero era por sobre todo el principio de la libertad. Era el volver a casa”, expresó también en el capítulo de La Cruda Páez Vilaró.

Camino a casa

El encuentro de los dos sobrevivientes con el arriero fue clave. Después del mensaje de socorro, Catalán Martínez procedió en avisarle a Carabineros la buena nueva. Para ello, recorrió 120 kilómetros a bordo de su caballo. “No se olviden, les dije, que aquí en Los Maitenes, siempre tendrán un hermano chileno que los recibirá con los brazos abiertos. Yo creo que ustedes son como los gatos: tienen siete vidas’”, les comentó el hombre, según el libro Vivir o morir, de Alfonso Alcalde.

Fue entonces cuando empezaron las tareas de rescate. Los primeros en ser recogidos fueron Parrado y Canessa. El primero, quien además había perdido a su madre y a su hermana en la tragedia, tuvo el valor además de subirse al helicóptero con los militares para volver al lugar en que se encontraban el resto de sus 14 compañeros para finalmente sacarlos de allí.

Después de 73 días de sobrevivir al frío y las condiciones extremas que los rodeaban, los jóvenes estaban más cerca de volver a sus casas y reencontrarse con sus familiares. Ahí se dio la foto en que los hombres miran hacia arriba con los brazos abiertos y el entusiasmo que esperaban expresar hace tanto tiempo. “Hola, chicos, acá les mando un helicóptero como regalo de Navidad”, decía una carta que los rescatistas le entregaron a Carlitos y que su papá, quien había participado activamente de las búsquedas, les había escrito a todos con un aparato dibujado.

Para el 24 de diciembre, los pasajeros que vivieron para contarlo ya estaban a salvo y trece de ellos pasaron la Nochebuena en el Hotel Sheraton de Chile, donde pudieron festejar con algunos de sus parientes. “Fue muy emocionante ya que nosotros nos habíamos puesto como objetivo llegar a la civilización antes de la Navidad”, comentó en una entrevista con LN+ Carlitos Páez. 

La vuelta a Montevideo fue recién el 28, aunque no todos regresaron en esa fecha. Parrado, Algorta y Harley se quedaron unos días más en el país cordillerano. En un primer momento, todos quisieron volver a casa en tren, dado que el miedo de subirse nuevamente a un avión por supuesto que estaba latente. Pero la ansiedad por ver a sus seres más queridos pudo más y fue un jet de LAN el que los trasladó. El sobrevuelo a la capital uruguaya llegó con las lágrimas de los sobrevivientes, que no podían creer lo que estaban vislumbrado y experimentando.

CON INFORMACIÓN DE LA NACIÓN

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