Del Golfo San Jorge a Malvinas en bicicleta: se cumplen cuatro años de una travesía histórica
El viaje de Germán lo llevó a recorrer unos 700 kilómetros, en un sueño personal cargado de sentimiento: recorrer las Islas Malvinas para homenajear a nuestros soldados, los caídos y los veteranos.
Germán Stoessel es Ingeniero Forestal, docente universitario y apasionado del ciclismo. Posee un taller de venta y reparación de bicicletas al lado de su casa, en Caleta Olivia. Está casado y es padre de tres hijos. De espíritu malvinizador, este caletense se embarcó en un sueño personal, cargado de sentimiento: recorrer las Islas Malvinas para homenajear a nuestros soldados, los caídos y los veteranos, que pelearon en el archipiélago en 1982.
Este fin de semana se cumplen 4 años de aquel periplo en el que recorrió unos 700 kilómetros y pudo recorrer las posiciones donde se llevaron a cabo los distintos combates contra las fuerzas británicas. De aquel viaje en el que pudo hacer carne esa historia de nuestra Argentina, que se quedó con la vida de muchos compatriotas y que marcó a fuego la vida de otros miles, a 40 años de una gesta heróica.
EL VIAJE
Siempre estuvo la idea dando vueltas en la cabeza de Germán. Pero como él lo decía, era más parecido a una “locura” que una posibilidad que pueda concretarse.
Sin embargo, hace cuatro años, todo empezó a tomar forma. Cinco meses le llevó organizar todo. Revisó un itinerario, hizo reservas, compró un pasaje de avión y armó su bicicleta, compuesta por elementos únicos, que hicieron que empezara a concretarse un viaje más que especial.
“Yo volé desde Río Gallegos a las Islas Malvinas el sábado 10 de marzo. Hace cuatro años. Alrededor de las 12 del mediodía. Antes se podía viajar a Malvinas con unos vuelos que por estos días se están reclamando desde Cancillería para que se reanuden.
Desde la capital santacruceña "el vuelo salía el segundo sábado de cada mes hacia las Malvinas, dejaba a los pasajeros, y el tercer sábado volvía a Río Gallegos”, explicó.
Salió de Caleta Olivia en colectivo hacia la capital de la provincia. Allí se subió a una línea de bandera chilena, para pisar las Islas.
“Mi motivación para este viaje fue hacer un homenaje personal a tanto esfuerzo y sacrificio hecho por los soldados en 1982”, confiesa emocionado.
Tenía una cuestión personal sobre lo que representa tener que hacer firmar el pasaporte para ingresar a territorio argentino, pero finalmente se decidió. Era más importante “reconocer y poner en valor a los caídos y a los veteranos”.
“El viaje fue pensado como autosustentable y autosuficiente. No por una cuestión económica, sino porque la idea era poder recorrer el archipiélago de manera solitaria, en bicicleta y sin un guía”.
Germán Stoessel arribó por aire a la base militar británica de las Islas Malvinas, en Monte Agradable (Mount Pleasant), a 60 kilómetros de Puerto Argentino.
Al momento de llegar, pasó por sus cosas y su bicicleta en la Sala de Embarque, y recibió junto a los pasajeros unos consejos en español de parte de personal civil, entregaron equipajes, todos se retiraron en vehículos, y él se puso a armar su bicicleta, la compañera de ruta que lo llevaría a cumplir su propósito.
Salió de la base pedaleando con rumbo a Puerto Argentino. “Era como pedalear cerca de Río Grande o Río Gallegos, la geografía era muy similar. Fui despacio, tranquilo, sacando fotos. El avión llegó a las 14, a las 15 salí y llegué al hostel que había reservado alrededor de las 18 horas. Para mi era temprano, la tarde, pero para ellos era la hora de la cena”.
Germán estuvo dos noches allí. Recorrió el lugar, fue a la misa del domingo en la capilla Saint Mary. Y el lunes, se subió a la bicicleta rumbo a concretar su desafío emotivo.
Para el viaje cargó agua, un calentador, equipo de cocina (rancho), aislante, bolsa, carpa, alimento, y un pequeño botiquín.
El primer recorrido fue por Moody Brook, la playa Rompientes, el aeropuerto viejo, el faro, los alrededores de Puerto Argentino.
Y el lunes siguiente, luego de revisar el mapa y oír sugerencias de por donde ir, pasó por el banco para cambiar dinero y tener una libras “por si acaso”, y comenzó a pedalear. Próximo destino: el homenaje.
PRIMER DÍA
“Era temprano y se me ocurrió hablar con la policía para contarles que iba a estar recorriendo las islas en bicicleta. Pero ahí perdí casi dos horas, discutiendo. Para ellos no era posible que un ciclista pedaleara por el lugar, se puso tensa la situación, la discusión era en inglés, hasta que luego que apareció un oficial al que le pregunté si estaba prohibido andar en bicicleta. Me dijo que no. Entonces les dije que iba a salir”, manifestó.
Luego, relató que la policía se disculpó, dijo que la preocupación de ellos era porque iba a pedalear por una geografía inhóspita, bajo un clima de viento fuerte y mucho frío, sin cobertura de teléfono. “Les agradecí, me desearon buen viaje y me fui”, añadió.
Tomó camino hacia el istmo de Darwin, en búsqueda del cementerio. Ese era su primer objetivo: rendirle un homenaje a los héroes caídos y rezarles un rosario. Llegó en completa soledad, con un cielo encapotado, nubes bajas. “Vos vas por la ruta, es un camino compacto de grava, con un cartel que dice: Argentine Cementery (cementerio argentino), nada más. Te desviás a la izquierda, vas por un bajo, abrís una tranquera y desde allí se ve la imagen que uno conoce por fotos: las cruces blancas. Es impactante, es muy emocionante. Se oye el viento y el sonido de los rosarios al golpear contra las cruces. Una paz conmovedora. No había nadie más que yo, completa calma”.
El homenaje surgió quizás porque fue uno de los tantos niños de Comodoro Rivadavia que vio a los soldados partir hacia la Guerra, a ser parte de la historia grande de nuestro país.
“Yo siempre le digo a mi familia que no tenemos noción que compartimos espacio y tiempo con personajes vivos de nuestra historia. Uno ahora lee o ayuda a los hijos con las tareas, y ve La vuelta de Obligado, El Cruce de los Andes, la vida del General José de San Martín, y son cosas que uno ve plasmados en un libro, pero a los que uno no tiene más acceso que el relato de un historiador. En este caso, esta gente, que con total seguridad estará en los libros de historia de nuestros nietos, podemos verla, compartir con ellos. Si los buscás los encontrás, tenés el testimonio directo de muchos de ellos, y agardezco eso, el haberlos conocido vendiendo almanaques en el tren, cuando estudiaba en La Plata; haberlos visto en manifestaciones en Plaza de Mayo, en reuniones acá en Caleta Olivia, en Comodoro Rivadavia, en Sarmiento, y por el papel que tuvieron en esta historia reciente y porque les tengo respeto y admiración”.
DARWIN
El cementerio es un lugar emblemático. Es imposible no conmoverse, según menciona. “Lo primero que pensé cuando estuve ahí fue cómo hicieron para aguantar 74 días en ese lugar. Un sitio húmedo y arisco, pisás la turba y ahí nomás tenés agua. Cómo hicieron para vivir ahí. Después del cementerio me dirigí al pequeño poblado de Darwin, para poder armar la carpa, pero resulta que no la armé porque me invitaron a pasar la noche bajo techo. Fue la primera sorpresa. Ahí dormí en un tráiler, no tuve ningún problema, charlamos muy bien con algunos isleños. Fue gente muy amable, curiosa de ver una argentino pedaleando”, contó Germán Stoessel
El martes se fue a Pradera del Ganso, un lugar que es un ícono en la historia de ese 82.
En el caserío de Darwin vio el Centro Comunitario donde fueron alojados los civiles durante la guerra, y el galpón de esquila donde estuvieron nuestros prisioneros.
En ese lugar, Germán ató cabos, tuvo el privilegio de poner en imágenes toda la historia que conoció de antemano. En Pradera del Ganso revivió la historia del combate donde estuvieron los héroes del Regimiento 25, el Regimiento 12, el 8 de Comodoro.
“Estuve donde cayó el piloto Nick Taylor, hay un monolito allí, donde fue enterrado con honores. Y después de ahí agarré hacia el noreste, rumbo a San Carlos. Era un día con mucho viento y frío, y fui con un aviso de algunos isleños que me habían recomendado no visitar a un hombre, presumiblemente hostil, que vivía allí y que, casualmente, me encontró cuando llegué a la tranquera de su establecimiento. De una charla tensa pasamos a una más amable. Previo a eso yo pasé por el muelle donde se produjo el desembarco británico, andaba con hambre, quería parar a comer algo y después visitar el cementerio inglés que estaba muy cerca. Resulta que le pregunté si tenía comida a la venta, me dijo que no, pero me dijo que me iba a dar un lugar para cocinar. Pensé que sería un rincón, un reparo para encender mi equipo de cocina, y ese isleño me invitó a pasar a su casa, me la puso a disposición, me dejó comida, me invitó a servirme y preparar lo que quiera, se fue a trabajar y ahí me quedé".
"Ese mismo día, más tarde, tuvimos una charla muy tensa pero interesante, y él me dijo que no podía entender porqué un argentino no andaba en grupo y en condiciones más cómodas, le expliqué que era un homenaje personal para nuestros soldados, discutimos, pero convenimos que él tenía a sus héroes, yo los míos, y ambas partes se merecían respeto por el sacrificio hecho en sangre, en ese lugar. Estamos parados en puntos distintos de una misma historia. Entonces, el británico me dijo: sos un caballero, y trajo un pack de cervezas y propuso brindar. Esa noche fui su huesped de honor"
"La mañana siguiente me levanté y Mathew no estaba. Me había dejado todo listo para el desayuno. Fue muy amable, un gran tipo, para nada fue hostil como lo habían anticipado. Salí y me lo encontré cargando hacienda en un camión, paré, lo saludé, le estreché la mano y en español me dijo: vaya con Dios”.
PEDALES EN MOVIMIENTO
La travesía siguió hacie el norte de la isla, bajo un cielo encapotado. Estuvo en Elephant Beach y en Caleta Trullo (en inglés Teal Inlet). Comió, durmió la siesta en un garaje abandonado, pasó inadvertido.
“Luego seguí pedaleando, pasé por el cerro Bombilla, pasé por Estancia y salí atrás del Monte Kent, donde están los helicópteros derribado. Allí me paró un isleño que trabajaba en conectividad y hablamos un buen rato, muy amable; y de ahí fui al camino principal que me llevaba de vuelta a Puerto Argentino, o Stanley, como le dicen. Subí el monte Harriet caminando, allí estuvo el Regimiento 4, y ahí sí pude tener una mirada entera de las posiciones argentinas y sus defensores, y del avance inglés. Yo, sin habérmelo propuesto, cuando hice San Carlos, Elephant Beach, Caleta Trullo hice parte de la marcha de las fuerzas británicas, que fue a pie. Ahí estuve un buen rato, comí, y cuando emprendí el regreso en bici me agarró aguanieve otra vez, mucho frio. Ese día llegué muy mojado, de noche y me tomé una cerveza en la Taberna Globe, una Guinness. Entré, estaba lleno de isleños, saludé y salí con mi cerveza afuera. Me encontré con turistas, con otros argentinos. Volví al hostel, porque no hallé forma de acampar en Puerto Argentino, y a la mañana siguiente volví a salir. Recorrí los recordatorios y los monumentos de la Primera Guerra Mundial. Me encontré con un grupo de Veteranos de Guerra de San Luis y de San Juan, y seguí recorriendo las posiciones del Regimiento 25, anduve viendo un poco de vegetación autóctona, cosa que me gusta por mi profesión y por la carrera, donde soy docente de botánica, porque al fin y al cabo, esa era mi presentación cuando me preguntaban quién era, de dónde venía. Yo decía: Soy Germán, vengo del otro lado, de Santa Cruz, y soy profesor de Botánica en la universidad. Aproveché para ver plantas. Recorrí posiciones en Monte Longdon, en Tumbledown y Wireless Ridge, conectando las historias de nuestros veteranos. Es un viaje que vale la pena hacer con conocimiento de nuestra historia, sino no es más que un lindo viaje desde la naturaleza y los recursos naturales”, indicó.
EMOCIÓN
Llegó el viernes, casi al final del viaje. Germán hizo una parada en Moody Brook, en el preciso lugar donde estuvo el cuartel de los Royal Marines, porque José, uno de sus amigos veteranos, le encomendó que saque una foto, recordando que había estado ahí; José era miembro de la X Brigada con asiento en La Plata, allí perdió a dos compañeros, a los soldados Mosto y a Indino, en un bombardeo.
“Paré ahí, saqué la foto y toqué el suelo como él me pidió, y se me vinieron unos caballos. Una tarde hermosa, me rodearon, era una tropilla de unos doce caballos. Un isleño se acercó, me preguntó si era chileno o uruguayo, le dije que era argentino y me invitó a tomar un té. Conocí a su esposa y a sus nietos, tenía muchos árboles, recorrí su parque y hablamos de las islas, de los problemas, de la relación con Argentina, una charla amena. Este señor era médico y era legislador en las islas, miembro de la Asamblea Legislativa. Habían damascos, lengas, pinos, calafates, y también vi eucaliptos. Volví al hostel, preparé todo, y el sábado a la mañana volví pedaleando al aeropuerto. Al llegar, ya estaba en la sala de embarque y llegó la policía, se bajó aquel oficial de la discusión tensa del primer día, y me dijo: 'Hola Germán, me enteré que te fue bien en San Carlos', charlamos un rato y emprendi la vuelta”, relató.
BICICLETA NACIONAL
La movilidad de Germán Stoessel fue pensada. No fue un detalle librado al azar. Se trata de una bicicleta bien argentina, pensada hasta en el mínimo detalle para que el viaje de homenaje sea completo.
“Si yo quería rendir un homenaje al sacrificio que los veteranos, debía hacerlo en algo representativo de nuestra industria nacional, así que decidí armarme una bicicleta de bambú, con cañas que crecen en Misiones. El cuadro fue confeccionado en un taller de Rosario, y a la bicicleta la ensamblé en Caleta Olivia. Le puse un asiento hecho en cuero por un artesano de Buenos Aires, a los bolsos los hicieron dos fabricantes argentinos, de Córdoba y Buenos Aires, y la corona de las palancas, también nacionales, la mecanizaron en aluminio en un taller de Buenos Aires”, puntualizó.
Los artesanos y fabricantes sabían a lo que contribuían. Su obra iba a una buena causa, iban a ser parte de la historia de un caletense en un pedazo de tierra argentina. Sin embargo, el detalle final fue puesto por un orfebre que talló a mano las palancas.
“Escribió: Coronados de Gloria Vivamos, en la izquierda; y O Juremos con Gloria Morir, en la derecha. Con todo ese simbolismo, cargado de sentimiento y emoción pude llegar a Darwin, pude recorrer las islas, donde se hizo efectiva y palabra cierta la letra de nuestro himno, porque nos guste o no, hubo gente que cumplió. Compatriotas que murieron con Gloria”, sentenció.