COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) – Una bola de fuego salía por la puerta y las ventanas destrozadas y hacía arder las sillas del exterior. En cuestión de minutos, el bar Irlanda quedó destruido. Los bomberos llegaron al instante pero nunca imaginaron que esa tarde de domingo iba a perder la vida Luis Gramajo, el primer mártir que falleció en servicio en esta ciudad.

Era el 20 de marzo de 2016 y la fecha quedaría para siempre en la memoria de toda una comunidad, y en especial los bomberos voluntarios. Gramajo tenía 35 años, esperaba a su primer hijo y trabajaba como cocinero en el Casino. Hacía 10 años que era voluntario y estaba en el interior del bar junto a dos compañeros cuando los vidrios estallaron producto del calor. El ingreso de oxígeno hizo que el fuego se expanda y cayera el entretecho.

Gramajo quedó adentro, mientras sus dos compañeros pudieron escapar. Sin embargo, al notar su ausencia ingresaron a buscarlo: había quedado atrapado detrás de la barra del local.

Desesperados, intentaron reanimarlo, acompañados por Guardavidas y personal de Prefectura. Los esfuerzos fueron en vano y el bombero fue trasladado al Hospital, donde finalmente falleció por la inhalación de humo y las graves quemaduras que sufrió en las manos y la cabeza.

El incendio es la tragedia más dura que vivieron los bomberos de Comodoro Rivadavia, desde la creación de su primer cuerpo el 4 de julio de 1939 cuando Marcial Riadigos, Kurt Zeiter, Julián García, Ernesto Neippe, Atanasio Castaño y Emilio Alegría, crearon el primer equipo, que contó con el apoyo del comisionado municipal. Sin embargo, no fue la única tragedia que vivió la ciudad.

LA TRAGEDIA DE CASA TÍA

El 23 de noviembre de 1999, se produjo la tragedia de Casa Tía, donde murieron dos mujeres. Esa mañana un obrero realizaba tareas de impermeabilización con un soplete en el techo del edificio, ubicado en Pellegrini 851, cuando se observó que salía humo del centro de las chapas del local.

El incendio fue feroz. Se desplomó una parte del cielorraso del local, y el fuego y el humo invadieron todo a su paso.

En el local había 94 empleados y al menos 250 clientes haciendo sus compras. Todas las dotaciones de Bomberos apoyados por equipos de Rada Tilly llegaron al lugar. También personal de Defensa Civil, de la IX Brigada Aérea, Fuerza Aérea Argentina e incluso de la IX Brigada de Infantería del Ejército Argentino 43.

El panorama era catastrófico. Del interior salía gente ensangrentada, desde afuera otros intentaban romper los vidrios para rescatar a quienes no podían salir, mientras que otros intentaban saltar desde el primer piso.

Cecilia Baigorria, una joven embarazada, estaba en el local en el momento de la tragedia. Fue trasladada de urgencia al Hospital Regional, donde le hicieron una cesárea. La beba nació sin complicaciones, pero ella sufrió quemaduras en el 35% de su cuerpo quemado y falleció días después en un hospital de Buenos Aires.

María Maliqueo, la otra fallecida, fue encontrada por los bomberos entre unas góndolas. Mientras que otros dos heridos graves fueron trasladados en avión a Buenos Aires. En el incendio hubo más de 60 heridos.

Foto enviada por Moira Mendonca.

LA FUNCIÓN DE CINE QUE CASI TERMINA EN TRAGEDIA

En la década del 70 también se produjo otro incendio que tuvo en vilo a la ciudad. El domingo 30 de julio de 1972 amaneció lluvioso, ideal para disfrutar en un espacio cerrado, y el Coliseo proyectó una función matinée de una película de Luis Sandrini y Piero.

Unas 1000 personas asistieron, entre chicos, soldados y adultos. Todo es felicidad hasta que detrás de la pantalla, donde está la caldera, se genera una explosión. El pánico se adueña de la sala.

Enseguida llegan los bomberos, que están a pocas cuadras, y la policía. Nadie sabe que pasó pero el miedo es evidente. Hay personas heridas y algunas de gravedad.

En la ciudad se declara la emergencia e incluso los remises ayudan a trasladar heridos. Los daños son elocuentes, pero no se registran fallecidos, según indican las crónicas periodísticas.

LA EXPLOSIÓN DE CALETA CÓRDOVA

Otro incendió que enmudeció a la ciudad ocurrió el Caleta Córdova, cuando el 3 de mayo de 1980 explotó uno de los seis tanques de petróleo de crudo que llega de las cañerías de Manantiales Behr.

Todas las fuerzas civiles llegan al lugar: bomberos voluntarios, bomberos de YPF, Policía, Ejército, Prefectura y equipos de bomberos de empresas privadas. Eran las 13:45 cuando se escuchó la explosión.

Según relata el libro Crónicas del Centenario, la columna de humo y fuego superaba los 100 metros de altura. El tanque que explotó contenía 8 millones de libros de petróleo.

Los bomberos apelan a enfriar las paredes del tanque, la única alternativa para apaciguar el desastre. Las casas están cerca y todo es miedo e incertidumbre.

“Tres horas después, petróleo y fuego, avanzan hasta el borde del terraplén. La tarde avanza el riesgo…se decide abrir un canal para encauzar el petróleo encendido hasta una laguna próxima al desastre. El torrente de llamas avanza tan rápido que los bomberos apenas tienen tiempo de correr, igualmente sufren quemaduras leves y principio de asfixia”, detalla esa publicación.

El temor es que exploten otros tanques. Algunos vecinos comienzan a autoevacuarse y los obreros de YPF cortan cañerías para desviar el petróleo que los equipos de bombeo continúan enviando.

A la noche el siniestro parece estar controlado, pero la temperatura del ambiente comienza a aumentar y se produce una nueva explosión. El petróleo desborda como lava y destruye los autos estacionados. Explotan otros tanques y todo se descontrola.

El fuego avanza incluso por debajo de un autobomba. Un bombero esta arriba de la unidad y sus compañeros logran rescatarlo. Para evitar que el fuego agarre otros autos comienzan a tirarlos en un pequeño barranco. Es el mal menor entre tanto desastre.

Al otro día el petróleo sigue ardiendo hasta que ya no hay más combustión.

El escenario parece de guerra; afortunadamente no hay heridos de gravedad pero 13 autos quedan destruidos, entre ellos un auto bomba, la camioneta particular de un bombero, tres camiones cisterna y ocho vehículos de la petrolera estatal, entre ellos el auto del administrador.

Una vez más, como sucedió en los años posteriores, los bomberos voluntarios le hicieron honor a su lema: abnegación, sacrificio y desinterés.  

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