El Día del Médico en pandemia: sin festejos y en un clima de tristeza
Karina Oyarzún, Liliana Barros y Maite Aizpurua son médicas y trabajan en Comodoro Rivadavia. En el Día del Médico dialogaron con ADNSUR y contaron sus sensaciones de un año duro, donde tuvieron que acostumbrarse a una nueva realidad, sufrir la pérdida de un compañero y ver pacientes y colegas entrar en terapia intensiva, con todo lo que ello implica. Un día distinto, donde no hay festejos y la felicidad queda un poco de lado, a pesar de la vocación que cada una de ellas lleva adentro.
COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) - La nota venía bien. Karina Oyarzún (47) contaba su historia sobre cómo decidió ser médica y los pormenores de su oficio. Liliana Barros (45) y Maite Aizpurua (39), sus compañeras del servicio de clínica médica de Clínica del Valle, escuchaban. Sin embargo, la pregunta inevitable por el Día del Médico en Argentina fue como un río bravo y nos arrastró hacia la realidad: este jueves no es un Día del Médico feliz, la pandemia trajo tristeza y pesar en un 2020 que fue difícil para todos, pero aún más para ellos que vieron morir pacientes y también compañeros.
Cuando le preguntó a Karina cómo viven ellas el Día del Médico en Argentina no puede evitar quebrarse y recordar a Luis Davila, el doctor de Clínica del Valle y el Hospital Regional que falleció producto del coronavirus. “Él se contagió acá, entonces por ahí no es feliz día… es distinto”, dice Karina con lágrimas en los ojos.
Liliana, quien también trabaja en el Hospital de Rada Tilly toma la palabra y con su voz pinta un duro panorama. “A nosotros nos afectó mucho esto porque tuvimos muchos compañeros que estuvieron mal, internados, algunos que no están, que perdimos. Esas cosas te afectan, más hoy que es el Día del Médico, porque te toca ver el inicio, el paciente que está mal, saber que va a entrar a terapia, pero no saber si va a salir. Es verdad que quizás ahora te reconocen un poco más por la situación de la pandemia, sobre todos tus pacientes que saben que estás trabajando a sol y a sombra desde que empezó, pero te afecta”.
Las médicas están golpeadas, se les nota y no lo pueden disimular. Karina admite que “fue un año de mucho más trabajo y mucho más estresante” por lo implica estar en la pandemia, “por el miedo de todo el mundo, el desconocimiento de los pacientes y los colegas que no ayudaban en un principio, el exponerse a no saber a qué”.
Los contagios en el interior de la institución, inevitables en cada centro asistencial de la ciudad, tampoco ayudaron mucho. Hicieron que haya menos personal y que el agotamiento sea aún mayor.
En su caso, ellas son las encargadas de atender a los 40 pacientes mayores de 15 años que están internados y que ingresaron a ese centro asistencial por una patología no quirúrgica o que tuvieron alguna complicación tras una intervención. En esa gran lista están los casos Covid.
En ese vaivén de casos, conviven con diferentes situaciones que viven en el día a día. Como por ejemplo, dar el informe por teléfono, algo a lo que no se pueden acostumbrar asegura Liliana. Es que en estos días de pandemia, los profesionales médicos pasaron de dar el informe cara a cara, siendo una contención para la familia, a tener que usar un teléfono, donde la distancia se hace aún más grande.
A todo este malestar se suma el maltrato de la gente; la injusticia de un sistema que no los reconocen como lo merecen y que en el caso de Provincia suma la deuda de sueldos, y el egoísmo de una sociedad que a esta altura del partido hace como si ya no pasara nada. “Ver en la calle como que no pasa nada es feo para nosotros igual”, admite Liliana en ese sentido. “Es como que le da lo mismo y estar en este otro lado es un sacrificio. Nosotros todos los días trabajamos, no tuvimos un descanso. Gracias a Dios nuestro servicio no tuvo contagios, somos poquitas, pero estamos”, agrega.
LA VOCACIÓN ANTE TODO
Karina admite que está cansada, pero sigue por vocación. “Quizás sigo porque al fin y al cabo elegí hacer esto y disfruto, me gusta. A pesar de todo esto creo que vale la pena hacer lo que hago y pongo mi granito de arena al mundo, ayudando a otras personas que están mal porque nadie quiere estar internado”, dice con una sonrisa.
Maite en parte coincide con ella aunque admite que le cuesta encontrar esa vocación que alguna vez la llevó a soñar con ser médica. “Cuando decidí estudiar medicina fue como un juego de niños, porque uno cuando lo decide no tiene idea de lo que es trabajar de médico.
Ser médico es un sacrificio. La imagen popular cree que el médico gana bien y es mentira eso. El médico que está en la trinchera, que te atiende en la ambulancia y que la gente se cansa de insultar, cuestionar y discutir no gana una fortuna y está cansado porque labura 24, 36 horas de corrido. Y sentir que años de formación y estudio son cuestionados sin motivos es desmoralizante y más en este año particular, pero evidentemente hay vocación”, asegura.
Maite entre risas dice que hay días que quisiera irse de hippy al Bolsón a vender artesanías, pero sabe que es un descargo. Al final del día no cambiaría lo que eligió, algo en qué coinciden las tres: la vocación es más fuerte más allá de estos tragos amargos que trae esta dura carrera.