Entre el estigma de vender en la calle y el sueño del progreso en Comodoro: la historia de los chicos que venden choripanes con un mini chulengo
Lautaro asegura que son vendedores por naturaleza y parece que tiene razón. Junto a Lucas vendieron bolsas, pañuelos, limpiaron vidrios y ahora hacen choripanes en la esquina de Estados Unidos y Kennedy, en un puesto que de alguna forma les concesionaron. Esta es la historia de dos chicos que sueñan con tener un trabajo en blanco, pero que no le temen a rebuscarsela, pese a los estigmas que pueden caerles encima por trabajar en la calle.
COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) - La imagen es elocuente. En una esquina, donde hace años hay un puesto de diarios, hay un hombre vendiendo el matutino. En la otra, una mujer vende budines, y en otra esquina Lucas Vera y Lautaro Llanquileo hacen choripanes en un pequeño chulengo ambulante, toda una atracción para los conductores que pasan por esa rotonda, donde se cruzan las avenidas Estados Unidos y Kennedy.
Son las 12:15 del mediodía del jueves, y los chicos van y vienen entre autos y una pequeña parrilla. Los conductores se detienen, los llaman con un ademán y les piden uno o dos choripanes.
La imagen es el reflejo de una realidad que hoy en día vive Comodoro Rivadavia: la falta de empleo, el aumento de los puestos callejeros y las ganas de rebuscarselas en un momento que no es el mejor para quien necesita llevar el mango a la casa.
Hace cinco días los jóvenes comenzaron con el emprendimiento callejero y es un éxito. Llama la atención por donde se lo mire: Laurato y Lucas son jóvenes, tienen un chulengo ambulante del tamaño de un matafuegos y el olor a choripán invade la esquina, entre salsa criolla, mostaza y otros aderezos.
“Esto surgió de la nada”, cuenta Lucas a ADNSUR. “Yo estaba limpiando vidrios y le hablé a la chica de la peluquería y me preguntó si quería vender choris en la calle. Así surgió y empezamos a laburar. Ella nos dio una mano”, contó.
El joven tiene 17 años, vive en el barrio Pietrobelli, nació en Comodoro y hace tiempo andaba limpiando vidrios, aunque también lavó coches en el Centro.
Mientras habla, Laurato asiente. Él tiene 25 años, hace 11 llegó de Capital Federal, vive en La Floresta junto a su familia y también sabe lo que es la calle. “Queremos crecer, vendemos bolsas y pañuelos de bolsillo, pero el tema es que no tenemos un trabajo, no se nos da y lo que queremos es crecer como personas, tener nuestro trabajo y nuestro empleo”, afirma sin vueltas.
Según cuenta Lautaro su mamá trabaja en una reconocida panadería de la ciudad y su papá es herrero. Un hermano, por estos días estudia en forma online y su hermana vive en El Bolsón.
Desde el lunes, cada mañana los chicos llegan a esa esquina. Cerca de las 10 comienzan a hacer fuego sobre el boulevard de tierra y cuando las brasas arden colocan los primeros chorizos. Recién en los primeros minutos del mediodía comienza la venta.
En el improvisado puesto para la camioneta 4x4, el taxi y también la mujer con los hijos. Algunos eligen ponerle mayonesa, otros solo salsa criolla.
Lautaro admite que se vende bastante. El primer día vendieron 23 choripanes y hoy iban a intentar hacer 70.
Para Lautaro el secreto está en uno. “Es todo actitud. Como en cualquier trabajo si no te esmeras no lo hacés. Por ejemplo, acá paran los autos y cuando no nos llaman nosotros los llamamos a ellos. Es como el fútbol: no tenés que esperar el pase, tenés que buscar la pelota”, dice a modo de ejemplo.
En tiempos de pandemia los chicos tratan que los clientes se sientan seguros. Por eso usan guantes de látex, alcohol en gel y barbijo. Se los ve contentos y entusiasmados. Aunque en el fondo saben que esto es algo del momento. “Esto es algo pasajero hasta que consigamos un trabajo mejor, en blanco. Nosotros somos vendedores por naturaleza, sabemos hablar con la gente, entrarle con simpatía”, dice Lautaro, deseando que quizás la nota sirva para encontrar un trabajo estable.
Y Lucas agrega: “la onda es siempre hablar con educación y respeto, mientras que la otra persona te tenga respeto también, porque hay gente que te mira bien y gente que te mira mal; algunos muy soberbios que te ven como un negro de la calle que se falopea y todo eso; te ven así vestido y hay algunos que te discriminan. Pero no hay que darle bola, hay que dejarlo pasar. También depende de como le caigas a la persona, de cómo le hables vos... siempre viene algo mejor”, reflexiona.
La charla va llegando a su fin. Lautaro atiende a un taxista al otro lado de la calle. Aún faltan unas horas para las cinco de la tarde o que se vendan todos los choripanes, lo que les permitirá volver a a sus casas.
Lucas lo dice sin tapujos. “Nos gustaría conseguir algo mejor, pero no nos va tan mal que digamos. No hay que quejarse, algo es algo, peor es nada”. Mientras tanto, las brasas comienzan a arder, el chorizo está listo, la segunda tanda va saliendo y los pibes le ponen la cara y las ganas, algo fundamental en estos tiempos, donde el carro para muchos se hizo más pesado.