COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) – Recuerda Roberto Grupallo que cuando comenzó a trabajar como guardavidas en Comodoro Rivadavia el servicio estaba integrado por seis rescatistas y tenían que usar aceite para quitarse el petróleo que había en la zona costera. Pasaron más de tres décadas de aquellos días y la realidad marca el progreso del área: en la actualidad la ciudad cuenta con 42 guardavidas y equipamiento de agua y tierra.

Grupallo es el jefe de ese servicio y un referente de la actividad. “Esta es una profesión absolutamente fascinante”, dice a ADNSUR sobre su vinculo con el mar. “Es fascinante porque uno de los motivos que a mí me mantiene acá es que es una profesión que sorprende siempre con situaciones nuevas, y uno está esperando siempre ser sorprendido y ver si puede con el bagaje de la experiencia encontrar una nueva respuesta para una nueva situación”.

Para Grupallo ser guardavidas es darle “valor a la vida del otro”, tal como dice la palabra. “Esta profesión se tiene que sentir desde ese lugar, no es un trámite, el día no es un trámite, cada vez que bajamos a la playa lo hacemos con un compromiso que nos repetimos permanentemente para que la gente más joven, los chicos que recién empiezan, lo sepan: “el valor de la vida del otro, sin importar quien, sin importar dónde”.

UNA HISTORIA DE MAR

Grupallo llegó a Comodoro Rivadavia cuando tenía 25 años. Lo hizo desde Bariloche adonde estuvo un año luego de crecer en Buenos Aires, ciudad donde realizó su primer curso de guardavidas en la Asociación Cristiana. 

“Decidí terminar la carrera de Educación Física. En ese momento existía la guía del estudiante; la abrí, me fije donde era lo más cerca que había un profesorado y era Comodoro Rivadavia”, recuerda.

Así el rescatista llegó a Comodoro, pero como el plan de estudio era diferente a los tres años que había realizado en Buenos Aires tuvo que hacer los cuatro años de Educación Física completos.

Apenas llegó comenzó a trabajar. Primero dando clases de natación y judo, y luego haciendo temporada de verano. Cuenta que la primera playa donde trabajó fue Rada Tilly, luego vino a la Costanera y nunca más se fue.

“En ese momento había habilitada solamente una playa, que era la Costanera, y el total del servicio éramos seis guardavidas. Era una época en la que el petróleo estaba cerca de la playa. Nos teníamos que limpiar con aceite para sacarnos el petróleo, en donde había una infraestructura muy básica o no había. Era el comienzo de lo que era el servicio de guardavidas por esos años, que no era reconocido por la comunidad. La gente venía a la playa y ni se enteraba que había guardavidas en la playa”, recuerda.

El reconocimiento del servicio llevó "muchos años de presencia y acciones”, asegura. Sin embargo, el paso del tiempo, la reglamentación y el crecimiento de una ciudad que buscó mar más allá de la Costanera hizo al crecimiento del servicio.

Cuenta Grupallo que por sus características, en Comodoro según “la playa hay que adaptar las estrategias para ser eficaces en lo que vamos haciendo”, y las nuevas generaciones van aportando al conocimiento a partir de la experiencia.

Por esa razón, considera que el temporal de 2017 nutrió de mucho aprendizaje al servicio, ya que por primera vez tuvo que salir a las calles de la ciudad y abandonar la costa.

Todo ese conocimiento se volcó también a la Escuela de guardavidas que funciona hace tres años en forma consecutiva.

“Los contenidos, los programas se van enriqueciendo no solo con los contenidos básicos que se dan en un curso de guardavidas, sino también con los aprendizajes de todos los rescatistas que en las temporadas les van ocurriendo situaciones y que siempre hay algo nuevo para rescatar. Esto es una construcción de muchos años, de muchos guardavidas que están pasando o que han pasado y que cada uno ha dejado su huella y su aprendizaje para todos”, resumió.

UNA PROFESIÓN PARA VALIENTES

Pero por supuesto no todo el mundo puede ser guardavidas. Grupallo, explica que más allá de la formación cultural básica y el saber nadar crol, pecho y over, el rescatista debe tener “capacidad de arrojo”.

“Debe ser una persona que ante una situación de conflicto no se inmovilice, todo lo contrario que tenga la capacidad de operar, que pueda trabajar en equipo y que adentro del agua tenga un solo objetivo: salvar y sacar la víctima”.

Grupallo sabe de lo que habla. En sus 39 años de profesión le ha tocado salvar vidas y también practicar en vano RPC. Sin embargo, de todos los rescates que ha hecho uno en particular tiene grabado en su memoria.

EL DÍA QUE PENSÓ QUE NO SALIA

Cuenta el jefe del servicio que hace unos años, cuando solo se cubría la Costanera y transportaban a los rescatistas en patrulleros tuvieron que rescatar a una adolescente de 17 años y a su hermanita en un acantilado de kilómetro 8, y en un momento pensó que no salía.

“Teníamos lo básico que era la malla y al silbato. Llegamos al lugar, recuerdo que era el acantilado de Kilómetro 8 y estaba colgada de una manguera una chica de 17 años y una chica más chiquitita. Había una pleamar extraordinaria de seis metros veinte. Era un lugar que habitualmente no se cubría y se cubrió completamente”, recordó.

“El mar de fondo hacia que las olas reboten contra el acantilado y se formen las olas en punta que muchas veces se ven en la Ducos. Me acuerdo que la chica tenía un chaleco salvavidas que se había atado y estaba colgadita con su hermana abrazadita, pero a la mitad del acantilado, a un metro y medio del agua”.

Cuenta Grupallo que los vecinos intentaron rescatar a la chica pero no pudieron hacerlo, que a ellos le tiraron un cable de trifásica al acantilado y que así pudieron bajar.

El guardavida que lo acompañaba se paró en una pequeña saliente, rescató a la pequeña y se tiró al agua. Él se quedó con la chica más grande que estaba atada a la manguera.

“Intente desatar la manguera pero el peso y el material la habían ajustado tanto que era imposible. Así que le saque el chaleco, la abrace y nos tiramos al mar y estuvimos ahí un rato largo porque para la salida hacia el sur había cerca de 200 metros en aguas complicadas”.

Grupallo junto a la chica se alejó lo que pudo del acantilado. La joven sangraba y tenía un cuadro de hipotermia. La situación era compleJa y se hacía más difícil el remolque. 

“Llegó un momento que me empecé a cansar”, admite Grupallo y confiesa: “de todos modos uno transmite seguridad: ‘vamos a salir, vamos a salir’”. Ambos tragaron agua y en un momento dudó. “Yo La iba remolcando y en un momento internamente empecé a dudar si salíamos. Me acuerdo que miraba para arriba y me tapaba el agua la vista y la gente estaba mirando arriba desde el acantilado. En ese momento te preguntas que hacés: ¿soltás a la víctima? Y yo en ese momento, como podría haber decidido cualquier otra cosa, decidí quedarme porque yo no podría seguir viviendo sabiendo que deje a una chica en el agua”.

Resistiendo el paso de los minutos, Grupallo vio acercarse a uno de sus compañeros, quien se había puesto un par de aletas. Se trataba de Eduardo Astudillo. Juntos hicieron remolque doble axila y lograron sacar a la chica. “Nunca me lo voy a olvidar de ese punto de inflexión de cuando la cosa se pone difícil. Nosotros hacemos salvatajes que están basados en técnicas, en cosas que entrenamos, que practicamos y que salen bien. Pero el tema es cuando las cosas no salen bien, realmente ahí uno se pone a prueba”.

“Todas esas experiencias de vida a uno lo forman desde muchos lugares. Y uno por ahí, en mi caso, valoro cosas que la vida me regalo en el sentido de que yo pueda vivirlas. Yo estoy muy agradecido de haber vivido cosas en situaciones que me han puesto al límite porque uno se conoce mucho mejor de esa manera. Por eso jamás me voy arrepentir ni voy a renegar de todos estos 39 años que llevo trabajando de guardavidas”, sentenció el jefe del servicio que desde la semana pasada ya custodia las costas de la zona.  

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