Es de Bariloche y recorre el país en moto a los 63 años inspirando a viajar a otras mujeres
Alicia Burnowicz comenzó su recorrrido con una BMW. Ya van más de 65.000 kilómetros de ruta desde que salió por primera vez rumbo a las maravillas cercanas de la Patagonia.
Alicia Burnowicz tiene 63 años y un día dejó Tigre para criar a sus hijos en Bariloche, el lugar en el mundo de su madre Eva Klewe, una la artista plástica que retrató en muchas ocasiones a la Patagonia.
Después de una vida de trabajo en la cordillera como óptica técnica especialista en lentes de contacto, que compartió con la pasión por las artesanías que ahora continúa su hija Pamela que heredó la mano de la abuela, Alicia se jubiló. Entonces, arrancó otra pasión: viajar sobre dos ruedas por las rutas argentinas hasta el fin.
Lo suyo eran las caminatas de montaña con el grupo de excursiones del Club Andino, pero un día las rodillas dijeron basta y cuando eso ocurrió no había tanta tecnología médica para prevenir antes de que sea tarde. «¿Y ahora que hago?», se preguntó uno de esos días que siguieron sin naturaleza, ni aventuras ni aire puro.
La respuesta que encontró fue comprar su primera moto en el 2008, una Honda Bross 125 con patada de arranque, para empezar a meterse de a poco en ese mundo que le despertaba curiosidad cuando veía pasar a los motoqueros en las rutas de la cordillera.
Dos años después, se pasó al modelo XR, de la misma cilindrada pero con arranque eléctrico. Fueron 10 años de rodar en los ratos libres o los fines de semana, siempre cerca de Bariloche: el Circuito Chico, Villa Llanquín, la estepa, Colonia Suiza, el Llao Llao.
En el 2019, para los 60 y la jubilación, se regaló una Twister 250 de la misma marca. Y así se animó a la primera salida lejos de casa, hasta Trevelin, ese paraíso de Chubut a unos 310 km al sur por la ruta 40.
Ya con más tiempo disponible, supo que era momento de cumplir el sueño de salir a hacer viajes largos y para eso invirtió en una moto de mayor cilindrada, una Kawasaki Versys 650 que luego entregó en parte de pago por una BMW F-700 GS.
«No conseguía salir de viaje con mujeres. Y si salía con hombres era cola de barrilete, necesitaba más potencia para no quedar atrás», explica. De tanto andar, sabe cuál es la que mejor resiste el ripio y cuál es la mejor para el asfalto y suelen preguntarle esos secretos que conoce de primera mano, a pura experiencia, prueba y error.
Además de la 700, conserva la 250, con la que suele salir aún. Y lamenta que cuando va en su moto más chica los motoqueros de las máquinas más potentes no le hagan el clásico saludo de la cofradía, como si la buena onda dependiera de la cilindrada.
«Si alguien cree que la cilindrada hace a las personas, conmigo no va. Se trata de ser felices y disfrutar de la vida, de los sueños y de una pasión», dice.
Ya van más de 65.000 kilómetros de ruta desde que salió por primera vez rumbo a las maravillas cercanas de la Patagonia. Y cuando le preguntan sino tiene miedo de ir sola, responde que no. Y agrega: «Miedo tendría de quedarme en mi casa y que se me pase la vida».
A esta altura, sabe también qué pasa cuando se saca el casco y las que observan son mujeres más jóvenes: ve en sus rostros inspiración. En el lenguaje corporal, en la manera en que la miran, detecta el mensaje: si ella puede cómo no voy a poder yo. A veces, también se lo dicen. Y eso es lo que más le gusta. No es que se lo propuso, es lo que pasó. Y por eso contesta todas las preguntas en vivo y las que le hacen en las redes, les pasa todos los datos, las invita a animarse a ir por su sueño, el que sea.
Fuente: Diario Río Negro