Inició su carrera en la tradicional casa de fotos "Stuttgart" de Comodoro y les abrió paso a las fotógrafas de la decáda del 90'
María Graciela Brión llegó a Comodoro en 1984, en busca de nuevos horizontes y durante 16 años fue una de las pioneras en fotografías sociales de la ciudad. Hoy, ya jubilada, mira por el lente del pasado y agradece los flashes y experiencias reveladas que le tocó vivir.
María Graciela Brión arribó a Comodoro Rivadavia en 1984, junto a quién fue su marido, y sus tres hijos, con las esperanzas de encontrar en la capital petrolera un buen puerto donde amarrar, y así lo hicieron.
Graciela nació en Carmen de Patagones, aunque creció en Bahía Blanca, sus padres trabajaban en Bahía San Blas, un reconocido balneario de la provincia de Buenos Aires. Su papá en ese momento era encargado general de una estancia, allí pasó sus primeros años de vida, junto a su madre y sus otros cinco hermanos. A los tres años se mudó a Mayor Buratovich, ubicado a 100 kilómetros de la localidad bahiense sobre ruta 3, donde pasó su infancia, hasta que se casó.
"Me casé y a los años nos vinimos a Comodoro Rivadavia, porque algo de fotografía hacíamos pero en un pueblo no había tantos eventos sociales. Acá estaba un hermano de Ángel, mi cuñado Jacobo, nosotros en Bahía teníamos algunos problemas económicos, queríamos otra cosa, buscar nuevos horizontes", relató Graciela.
El dueño de "foto Stuttgart", Marcelo Fuhr, era primo hermano de Ángel, y conociendo su situación les dijo "tengo que abrir una casa de fotos en Comodoro Rivadavia, ¿quieren hacerse cargo? y así vinimos", recordó.
LOS COMIENZOS EN "FOTO STUTTGART"
Graciela y Ángel eran matrimonio y también un gran equipo de trabajo, eran colegas. Hacían cobertura de "sociales y deportes". "Ángel hacía mucho automovilismo, 4x4, ciclismo, kárting, era hermoso", valoró la fotógrafa Brión.
"Vinimos con tres hijos chiquitos. Los domingos era armar el termo, la comida, subirnos al auto y así arrancamos. Los chicos nos acompañaban todo el día arriba del auto, les llevaba la mamadera, sanguchitos, galletitas y mientras que uno iba a una curva, el otro cubría la otra o iba a boxes. Me decía 'aquella curva es peligrosa, así que ponete que puede haber un accidente, había que sacar la mejor foto'", señaló con risa pícara.
Cuando vino lo digital Graciela dejó de sacar fotos, indicó que "su pasión era crear la fotografía, usar las cámaras de rollo". Entonces era buscar el ángulo, la luz y "cada vez que uno apretaba el obturador sabía que eso tenía un costo", explicó.
"Cuando nos contrataban para un casamiento, nos pedían 120 fotos, les entregábamos el álbum armado. Había que seleccionar imágenes, saber qué cantidad sacar en la Iglesia, en exteriores, de noche. Me encantaba hacer esas fotos. Después llegaba la fiesta y el baile. Todo eso tenías que ir regulándolo permanentemente con los rollos, porque no podías eliminar".
Trabajaban la cobertura de eventos sociales, deportivos, fotos carnet, vendían rollos, y los mandaban a revelar a Trelew. "Todos los días hacíamos una encomienda, la mandábamos en micro, y tardaba 48 horas. Cuando otras casas de fotografía comenzaron a revelar en 24 horas, ahí nos desestabilizamos. Ni te cuento cuando se aceleró a 2 hs", advirtió.
Según recuerda, por aquellos tiempos les resultaba sacrificado, pero siempre les gustó mucho su trabajo. "Vivíamos de eso", remarcó. "También tuve mis inconvenientes, fui la primera mujer fotógrafa que empezó a sacar fotos sociales en Comodoro, mis comienzos fueron duros", comentó seria, pero sus ojos hablaron mucho más, esa mirada traía recuerdos de dolor y resiliencia.
EL DESAFÍO DE SER UNA FOTÓGRAFA MUJER EN LOS 90'
"Mis colegas no aceptaban a una mujer sacando fotos", sentenció Graciela. Y recuerda su primer día como si hubiese sido ayer. "Ángel tenía que ir a cubrir a otro lugar y me dijo 'bueno tenés que ir a la Catedral'. Se hacían bautismos colectivos, con sus respectivos papás, padrinos, hermanos, era un mundo de gente. Llevaba tres nombres de las familias que nos habían contratado. Lo único que me dijo fue 'seguí a los demás fotógrafos'", rememoró.
Una vez en el lugar se puso al lado de todos los fotógrafos, y miraba expectante cada uno de sus movimientos. "Ese día lo tengo grabado, llovía, estaba frío, era diciembre antes de las fiestas. Recuerdo que los fotógrafos me miraban mal, tenía el maletín y la bateria que decía 'Stuttgart', recién empezábamos. Yo le pregunté a un colega de qué lado me ponía para comenzar y me mandó del otro lado. Y yo fui. En la primera foto salió la mano del cura que no permitía ver la cara del niño, ahí me di toda la vuelta y empecé a seguirlos. En ese momento me di cuenta, me tengo que imponer", sostuvo, y la postura enderazada dejó ver aquel convencimiento que marcaría un antes y un después en su labor.
"Había colegas muy piolas, pero fue difícil. En los egresos era terrible, porque en las alfombras, cuando vienen pasando, me agachaba para sacar la foto y cuando me levantaba siempre había una cámara que me chocaba la cabeza. Siempre había alguien que decía 'ay perdón no te vi', pero era el momento justo de tocarme con la cámara para que yo me desestabilizara y la foto saliera fuera de foco, entonces él tenía la posibilidad de sacar una buena foto. Hasta que le vas buscando la vuelta", indicó la fotógrafa.
EN BUSCA DE NUEVOS RUMBOS
Después del cierre de "Foto Color Stuttgart", trabajó cerca de con años con Tito Brondo en Super Color y en Foto San Martín, sobre calle 9 de julio y Av. Rivadavia, pero el campo laboral en la ciudad comenzaba a escasear, la vida daba algunos tumbos y Graciela decidió ir fue a probar suerte a Esquel, a un laboratorio de fotos con un tal "señor Reyes". "Me conocía de Super Color, porque en esos años él hacía fotografías en los colegios en Esquel y venía a revelar los rollos a Comodoro", puntualizó.
"Se enteró que estaba sin trabajo y me propuso abrir un labotario en Bariloche, pero no prosperó. Estaba en un lugar poco turístico y hubo una gran nevada en el 2000 que lo empeoró. No me aguanté lejos de la familia, tenía a mi hijo más chico conmigo, Matías. Ahí me volví a Bahía Blanca en el 2001", explicó.
Se había separado del papá de sus hijos, así que decidió volver a la casa de su madre. "Arranqué con una casa de fotos allá, atendía el mostrador y me habían contratado para hacer las tarjetitas de bautismo y fotos carnet", recordó.
"A los tres años renuncié y abandoné la fotografía, me llevó puesta la tecnología, cuando vino lo digital se me perdió el entusiasmo".
Regresó a Comodoro hace siete años, siendo abuela y jubilada. Hoy, su mejor versión. "Mis nietos habían empezado a nacer, los venía a visitar y me hizo un clic la cabeza una vez que me estaba yendo, y Ornella (su nieta mayor) con tres o cuatro añitos lloraba y me decía 'abuelita volvé'. Me fui llorando casi hasta Trelew. Ahí dije, mis afectos están acá", contó emocionada Graciela.
"La época de la fotografía fue muy linda. Esta es otra etapa de mi vida, ahora estoy para el baile, folclore, tango, té bingo, lanas y manualidades", concluyó. Luego de un gran repaso por un capítulo vivido entre rollos de foto, revelados, corridas y cámaras al cuello.