La decisión más difícil de Sebastián, el joven que enfrenta un cáncer en su cara
Sebas D'Amico es popular en redes sociales por contar el "día a día" de su enfermedad. Ahora debe elegir entre operar su extraño tumor o "seguir así hasta que mi cuerpo diga basta".
CAPITAL FEDERAL - "La gente en las redes sociales me ve como una referencia y a diario me llegan mensajes de a cientos rogando a que no me entregue", afirma Sebastián. Asegura que sueña todos los días con sacarse ese peso de encima que desfigura su cara, con no tener esa "pelota número cinco" que está pegada a su mejilla derecha. Asegura que "esa cosa" no se quiere ir de allí, que "esa pelota, con lo yo que amo el fútbol, me está quitando todas las fuerzas". Hace ocho años que su rostro, dice, está invadido "por un alienígena". También dice que no se imagina sin "ese mazacote" que lo fortaleció, que le cambió la personalidad y que lleva allí un tercio de su vida.
Sebastián Amurin D'Amico tiene 25 años, vive con su mamá María de las Mercedes y su hermano Rodrigo en Moreno. Empezó a ser una celebrity de las redes sociales al contar, en carne viva, el drama que está viviendo y cómo lo enfrenta. De a poco, empezó a tener miles de seguidores, hoy supera los cinco dígitos.
"La gente me ve como una referencia, como alguien joven que lucha y a diario me llegan mensajes de a cientos rogándome que no me entregue".
Sebas padece un sarcoma embrionario en el maxilar derecho, un cáncer que solamente afecta al 0,5% de los pacientes con este tipo de enfermedad. Desde 2014 que viene haciendo todo lo que está a su alcance, consultando médicos de hospitales de la provincia de Buenos Aires y de la Capital Federal, y también siguiendo algunas sugerencias de sus solidarios seguidores, que averiguan, consultan y hasta escriben a las máximas autoridades rogando una ayuda a Sebastián.
Sebastián encontró un eco y una repercusión en las redes: "La verdad es que no puedo creer las muestras de solidaridad que recibo de la gente". Algunos, incluso, desde el exterior hasta le dicen que le pagan el viaje para hacerse estudios en España o los Estados Unidos. También hay donaciones de dinero, incluso de moneda extranjera para remedios y un posible tratamiento.
"Me emociona lo que sucede con la gente, me siento querido, contenido y me sirve como una terapia, necesito canalizar por algún lado esta angustia. Hay días que no quiero escribir ni grabar un video, pero me siento obligado por esos miles que tan preocupados están por mí".
El cáncer cercó a Sebastián. Primero fue su papá Miguel Angel, que murió hace ocho años. "El viejo ni siquiera tuvo posibilidades de pelearla, a él lo liquidó en pocos días porque en su internación se pescó un virus intrahospitalario". Su tía, la hermana de su mamá, falleció hace un año y medio por un cáncer de mama. "Por suerte Rodrigo, mi hermano, luchó y está recuperado de su cáncer de testículos, y ahora él me cuida a mí, está cerca, como mi vieja". Asoma su bronca, enojo e impotencia, "¿Por qué tanto castigo?", masculla.
Son días muy vertiginosos para Sebastián, quien fue internado dos veces en una semana porque se infectó el tumor. "Me hicieron las curaciones, un tratamiento endovenoso y me mandaron a casa, pero el pronóstico es jodido... Estoy jodido, el interrogante es hasta cuándo resistirá mi cuerpo. Me hicieron una tomografía y el tumor que siempre parece tener el mismo tamaño, se agigantó por dentro y tengo comprometidas la columna y la base del cráneo".
Lo que hace unos meses podía ser la posibilidad de una eventual salvación, una "esperanzadora cirugía", es vista hoy como una puerta que aceleraría el peor de los desenlaces: "Según lo que me dijeron los médicos de los hospitales Santojanni y Clínicas, hoy no se sabe cuál sería el beneficio de la operación pero sí las cosas malas, que son muchas: probablemente no pueda hablar más, tampoco comer por mis propios medios... Me va a faltar la mitad de la cara y puede que viva con una traqueotomía de por vida".
"El principal problema con los tumores de gran tamaño en la cara y el cuello es el riesgo que corren los nervios que están allí y en una eventual operación se ponen en juego de por vida el diafragma, el habla, la deglución, lo que podría producir serios trastornos psicológicos. Todo este se le plantea al paciente, quien es el que debe aceptar o no esas secuelas. Y si bien el tumor toca la columna, hay las chances de quedar paralizado", explica a Clarín Matías Norte, cirujano oncológico del Hospital de Clínicas.
El médico, especialista en cuello y cabeza, afirma que "como cirujano oncológico uno cuenta todas las posibilidades que pueden surgir en la operación, como los riesgos -también- de cortar la carótida para curar la enfermedad. ¿Si la cura del tumor está garantizada? La idea es no ir a la cirugía si no tenemos una pequeña ventana de esperanza. Si no podemos hablar de curación, no tiene sentido atravesar por semejantes secuelas. Pero no deja de ser una decisión tan difícil como personal".
Carraspea varias veces Sebastián, la voz se quiebra en su charla. "Es un retroceso permanente y debo tomar una decisión, una decisión que me pesa, que me tiene agotado, casi vencido. ¿Vale la pena operarse? El tumor creció mucho en los últimos meses, lo que sorprendió hasta a los propios médicos. ¿Tiene sentido someterse a una carnicería de 24 horas, con serias chances de no despertarme, o de quedar tullido para toda la vida? ¿O seguir así, teniendo autonomía para moverme, masticar, pensar y que sea hasta que Dios quiera y aguante el cuerpo?".
La remoción del tumor, indudablemente, provocará también la extracción de células sanas y hueso de su costado derecho, "lo que impedirá que me coloquen una prótesis porque no hay forma de que algo la sostenga. Ese es mi panorama, la verdad es que no quiero ser dramático, soy un luchador y no me voy a dejar vencer, pero no recibo ninguna noticia alentadora. Lo único que me impulsa a seguir peleándola es mi familia y la memoria de mi viejo, que como dije, no tuvo la posibilidad que yo tengo", sigue Sebastián.
Paradójicamente, la muerte de su padre, Miguel Angel, con quien tenía una estrecha relación, incubó la enfermedad de Sebastián. "No lo quiero decepcionar al viejo, él sabe que lo estoy dejando todo pero no doy más, el estrés y el agotamiento por no encontrar una mínima luz de esperanza es devastador. Yo lo estoy dando todo, probé con casi todo, menos con la medicina no tradicional, la alternativa, que puede funcionar pero no creo que para cuadros como el mío".
Dice que no son los mejores días, que anímicamente está "hundido", encerrado en su habitación, prácticamente no sale, ve mucho fútbol y se distrae con las redes sociales. "Laburaba en una oficina de remises, después empecé a salir a la calle a llevar a pasajeros, hasta que me chorearon mal, me pusieron un chumbo, me afanaron todo y me vino cagazo y dije basta, no me mata el cáncer, me va a matar un chorro. Quedé traumado, intenté volver pero no pude... Me hacía bien laburar, ganarme unos mangos y pensar en otra cosa, pero el bocho carbura, no se relaja".
Quiere pensar en un futuro, quiere soñarse locutor, cita a Badía, "el ídolo de mi viejo", anhela un programa nocturno en alguna radio FM, "sueño que me lo daba la operación, la que hoy justamente me desvela, porque ya no parece no ser más la solución, aunque queda una mínima chance con un estudio de oclusión de carótida... Pero ya no sé para dónde correr, para dónde encontrar un espacio de tranquilidad. Sé que es un momento bisagra, así como a veces me siento demolido y sin fuerzas, pienso que Dios me tiene que tirar alguna soga... una sola".
Llora Sebastián, llora en silencio, como le pasa en muchos momentos de cada día. A la indisimulable gravedad de su situación clínica, a la incertidumbre que por momentos lo asfixia, se suma un impasse de una relación muy importante, que lo apuntaló, contuvo y cuidó: "Tengo una inestabilidad lógica, muchas veces veo todo negro, otras pocas distingo un puntito luminoso allá lejos".
Fuente: Clarín