La historia de La Proveeduría, el almacén de barrio que se convirtió en una histórica cadena de supermercados de Comodoro
Alberto Escribano admite que en estos primeros días de 2022 siente mucha tristeza. Sabe que en pocas semanas La Proveeduría cerrará sus puertas y atrás quedará el supermercado que fundó su familia en la década del 80, siguiendo los pasos de su madre y su padre, Felipe, un hombre nacido en Kilómetro 5, que comenzó a incursionar en el mayorismo cuando trabajaba como estafeta del ferrocarril. Este domingo te contamos una historia del Comodoro de antes, de cuando no había grandes cadenas y la convertibilidad permitía soñar con sorteos de autos, bingos y chapuzones para premiar al cliente.
“Un luchador, una locomotora, con una capacidad de laburo y de rebuscarse la vida impresionante”. Así, Alberto Escribano (78) recuerda a su padre, Felipe, el hombre que de alguna forma dio origen a lo que hoy es “La Proveeduría”; la cadena de supermercados de Comodoro Rivadavia que en febrero cerrará sus puertas luego de más de 30 años de historia. Así, atrás quedará una de las históricas empresas del Comodoro de antes.
Alberto admite que en estos días la tristeza y la nostalgia se hace sentir a menudo. Es que como dice, “hay mucha historia detrás de todo lo que está ocurriendo. No te olvides que esto nace con mi madre y mi tía, atendiendo un almacén que se llamaba ‘Los Pibes’, en Italia y Ameghino, pero el origen de todo es mi viejo vendiendo en la calle”, recuerda con ADNSUR.
Como dice Alberto, La Proveeduría nació mucho antes de aquella histórica sucursal sobre la avenida Hipólito Yrigoyen, “la de la ruta” como la conocimos los comodorenses, allí donde hoy hay un galpón desocupado que de alguna forma es el símbolo del ocaso.
Su historia comienza mucho tiempo atrás, con Felipe, el padre de Alberto, Eduardo y Marcelo; los hermanos Escribano.
Nacido en 1913, en Kilómetro 5, Felipe padre siempre fue un buscavida. Hizo de todo, pero en la Oficina de Correos y Telégrafos encontró su lugar en el mundo, aquel sitio que lo invitó a soñar y abrir nuevas puertas.
Es que en tiempos en que el horario laboral se redujo a 8 horas, lejos de quedarse mirando la luna don Felipe decidió buscar el progreso. Y así, era habitual verlo caminar por las calles de arcilla con sus valijas repletas de golosinas; dulces que vendía en bares y confiterías.
Eran épocas de suela dura y piel curtida. El auto era exclusividad de unos pocos y el colectivo también. Así, entre viento, frío y kilómetros don Felipe se fue convirtiendo en vendedor minorista, hasta que un día sin querer comenzó a dar los primeros pasos en el mayorismo.
Según cuenta Alberto, su padre siendo empleado del correo fue estafeta de la autovía, el encargado de custodiar las cartas y encomiendas que enviaban desde Comodoro Rivadavia a Sarmiento. Como muchos lo conocían, e iba y venía de la gran ciudad, de poco le fueron saliendo encargos. Un paquete de esto o un paquete de aquello, y así Felipe comenzó a incursionar en la venta al por mayor.
Hombre inquieto y buscador de un mejor porvenir, un día junto a su esposa y una de sus cuñadas decidió abrir un almacén en Ameghino e Italia. “Los Pibes”, como se llamaba el local, fue el lugar donde los dos hermanos Escribano aprendieron el oficio de almacenero. Atendido por su madre y su tía, y regenteado por su padre, el comercio los ayudó a comprender lo que era ser comerciante. Pero un día la aventura terminó y la familia Guerreiro, aquellos que luego fundaron panadería La Muñeca, alquilaron el local. Mientras tanto, don Felipe seguía vendiendo en las calles de tierra.
Pero todo cambió cuando Eduardo, el tercero de sus hijos, volvió de La Plata. Alberto, admite que es el parecido a su padre, y quien tuvo la idea de iniciar una distribuidora mayorista en el barrio Industrial; allí sobre la calle Pedro Pablo Ortega, a dos cuadras de donde hoy se encuentra el depósito de La Proveeduría.
A la distancia Alberto recuerda que las cabreadas del lugar eran las mismas que tenía el Palacio de los Deportes, aquel recinto céntrico que funcionaba donde hoy está el Centro Catamarqueño. También que fue ese lugar, donde hoy funciona la empresa que distribuye Arcor, en el que comenzó a gestarse con fuerza la cadena de supermercados.
Eduardo y Felipe fueron los principales impulsores del depósito que por ese entonces era conocido como el negocio de Escribano, lisa y llanamente.
Alberto todavía no formaba parte del negocio. Hacía poco tiempo se había recibido de contador en La Plata y buscaba un rumbo en el ámbito privado y el Estado. Es que previo a sumarse a lo que luego se convirtió en La Proveeduría, fue secretario de hacienda de Alberto Lamberti y participó de la creación de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, siendo secretario de economía en la primera gestión; su gran orgullo.
Cuando Alberto se sumó, La Proveeduría todavía era mayorista. Fue recién en una crisis, cuando ya estaba en la avenida Yrigoyen que comenzó a vender al por menor, viendo que a la gente se le hacía cada vez más difícil comprar por bulto cerrado.
Por supuesto, los Escribano nunca imaginaron que el local de la ruta se iba a convertir en 9 sucursales repartidas por todo Comodoro; desde Kennedy y Patricios, donde abrieron la segunda sucursal, hasta Laprida, donde inauguraron la última.
Pero más allá de Comodoro, “La Provee” se expandió a las afueras de la ciudad. En Rada Tilly hace años tiene una sucursal y en algún momento también tuvo una en Caleta Olivia, pero los vaivenes de la política de esa provincia llevó a la sociedad a vender el comercio a su competidor inmediato: supermercados La Anónima.
Eran tiempos de bonanza, y en que la realidad del país permitía premiar a los consumidores. Así, entre la década del 80 y el 2000 “La Prove” era famosa por los premios que repartía. Desde muñecos de ALF para aquellos afortunados que le sonaba la chicharra en la línea de caja, hasta el esperado Bingo Show que realizaba en alianza con Crónica en la década del 90. Por supuesto, otros recuerdan con nostalgia los chapuzones de niños en un piletón del hall de entrada de la sucursal de la avenida Yrigoyen para sacar premios en mercadería.
Alberto recuerda esos años con alegría y “no duda en afirmar que en esos momentos la sucursal reventaba. No vendiamos, despachabamos”, dice a modo de ejemplo y recuerda las cajas y cajas de sidra que se vendían en épocas navideñas.
COMPETIR CON LOS DE AFUERA
En esos tiempos, la competencia era La Anónima, el otro supermercado que nació en la zona y se extendió a la Patagonia. Pero todo cambió cuando aparecieron otros jugadores.
Alberto recuerda que cuando comenzó la obra del shopping analizaron cerrar, y desde entonces cada vez se hizo más difícil competir. Es que a la llegada de Casa tía a finales de los 80, se sumaron otros competidores, como Walmart y Jumbo, pero también los supermercados chinos, más contemporáneos, y los mercados de barrio, con menos personal y menores obligaciones impositivas. Así, el impacto de la competencia se hizo sentir, tal como admite Alberto.
“La competencia fue cada vez más difícil. Por muchas razones, porque estaban los grandes jugadores, pero también los otros, a los que le tenemos más miedo. Chinos y otros pequeños, porque nosotros cumplimos con todas las normas, y ellos no, ni con las cargas sociales, ni con los sueldos, ni con el resto de los impuestos que lo hacen ser más competitivos pero en una forma desleal, porque a mi me parece bien la competencia, pero mano a mano, como siempre lo hicimos con La Anónima”.
EL PRINCIPIO DEL FIN
Hace unos años la sociedad cerró su histórica sucursal de la avenida Yrigoyen. La rentabilidad no era la misma que en el pasado y tampoco llegaron a un acuerdo con el propietario del local. Así, desde entonces el lugar está abandonado a la buena de Dios.
Alberto admite que hace poco más de un año invadido por la curiosidad y la nostalgia, entró al lugar y encontró un panorama desolador. Quizás por eso, y porque el tiempo también hace de las suyas, cuando el año pasado recibieron una oferta de la Cooperativa Obrera, la sociedad comenzó a analizar con seriedad la posibilidad de vender.
Es que si bien hace tiempo habían abierto esa alternativa, una vez ya habían desechado un primer ofrecimiento de esta cooperativa. Pero ahora, con el paso del tiempo como condición natural, decidieron avanzar en la negociación.
Así en la última semana firmaron un contrato macro para que la Cooperativa Obrera se haga cargo de la firma, comprando algunas sucursales y alquilando el local en otras.
Al respecto, Alberto explica. “Es una forma especial, porque ellos no compran, alquilan, y el valor comercial está en base a las ventas, un canón que puede variar y que en base a eso te liquidan el alquiler de la sucursal. Una vez ya habíamos recibido una oferta, pero esta vez fue diferente, dije que era posible y empezaron las tratativas”.
Las negociaciones fueron duras pero amables, asegura Escribano. La Proveeduría puso una sola condición absoluta. Si había negociación la nueva firma tenía que quedarse con el personal para garantizar las fuentes laborales de 260 personas.
La Cooperativa aceptó esa condición y llegaron a un acuerdo. Se hizo cargo de los empleados, su antigüedad, pero además compró los alimentos no perecederos de la firma. El resto, las marcas que la empresa no trabaja y los alimentos perecederos fueron puestos en oferta por La Proveeduría para que la gente de Comodoro pueda adquirirlos a menor precio, con descuentos de hasta 60% hasta agotar stock, como última señal de agradecimiento por el tiempo vivido juntos.
Mientras Alberto cuenta toda esta historia, los silencios a veces se vuelven eternos, las palabras se traban y la mente vuela. Es que como dice siente mucha tristeza. “Siento mucha tristeza, mucha pena, si no fuese así tendría que ser un robot, porque esto es algo de uno. Pero las cosas de la vida se dan así y hay que aceptarlas como tales”, dice este hombre, que vivió su vida en el negocio familiar, aquel que comenzó gracias a su viejo, un hombre que vio más allá de las posibilidades de una pequeña ciudad.