“Ya estoy viejita viejita, pero me acuerdo de muchas cosas”, dice Natalia de Jesús Morgado, una abuela de Comodoro Rivadavia que en diciembre cumplirá 100 años de vida. La mujer que vive sobre la calle Rawson, está plena, lúcida, charla con un ritmo que impresiona y hasta antes de la pandemia solía frecuentar tés y reuniones que organizaba la Asociación Portuguesa; aquella entidad de la que es socia honoraria y seguramente la de mayor edad.

Por estos días, Natalia solo se tiene que conformar con las caminatas. Sin embargo, con 99 años, es casi un lujo que se puede dar. Está última semana vía Zoom, con la ayuda de su hija Silvia,  dialogó con ADNSUR y recordó su infancia en Portugal, su niñez en Manantial Rosales y sus años de juventud, aquellos que la llevaron a vivir una ancianidad plena.

“Me acuerdo de muchas cosas; del viaje con mis padres, venimos de Portugal, de Algarve y llegamos a Buenos Aires”, dice con una tranquilidad que asombra. “En ese tiempo se venía mucho tiempo de Europa a la Patagonia, que se hizo famosa porque decían que habían descubierto petróleo y venía mucha gente porque necesitaba trabajar. Así que nos vinimos a radicar a Comodoro, a kilómetro 8”.

Como cuenta, Natalia llegó a Argentina desde Portugal. Estoi, un pueblito de la provincia de Algarve, cercano a Faro, donde parece que el tiempo no pasa, fue el lugar donde nació. Allí vivió los primeros años de su vida hasta que sus padres, Francisco y Roberta, dejaron Europa. 

Es que él no quería saber nada más con trincheras y el asedio del enemigo. Ya había combatido en la Primera Guerra Mundial, donde terminó en un campo de concentración, y temía ser convocado para un nuevo conflicto.

Era el inicio de la década del 30, y junto a Roberta y su pequeña hija, la única que tendrían en toda su vida, decidieron dejar sus pagos y buscar suerte en Argentina; ese país de oportunidades que buscaba toda Europa y donde alguna vez había estado su padre. Así, el 1 de enero de 1930 arribaron a Buenos Aires en el barco Darro. Natalia solo tenía 7 años.

Natalia junto a sus padres.

DE PORTUGAL AL SUR

La familia de Natalia primero vivió un tiempo en el barrio de La Boca. Allí ella fue a la escuela y aprendió español. Eran tiempos en que las comunicaciones eran muy distintas. Solo había radio y periódicos. Pero el boca a boca comentaba que en la Patagonia había petróleo, que era una tierra de oportunidades. 

Sin nada que perder Francisco se animó a probar suerte en la tierra del fin del mundo. Primero vino solo y una vez que consiguió trabajo y un techo trajo a su familia, algo que Natalia recuerda. 

“Recuerdo que llegamos bien, desembarcamos en kilómetro 5, en un cajoncito que está en el Museo del Petróleo. Yo recuerdo todo eso. Estaba encantada de haber llegado. Vivimos primero en Manantial Rosales y ahí estuvimos hasta que yo me case”, dice con una sonrisa plasmada en su rostro.  

En estos tiempos no había aeropuerto, ni viajes de larga distancia en colectivo. El mar era la ruta y los barcos el transporte. Como en la ciudad estaba todo por hacerse, tampoco había un puerto donde atracar. Por esa razón, los viajantes bajaban en un pequeño cajón de madera que era transportado con una grúa. Para ella era un mundo nuevo.

En Manantial Rosales Natalia pasó el resto de su niñez y su adolescencia, viajando a Kilómetro 3 para terminar la primaria en la Escuela de Frontera, y luego a Kilómetro 8 para asistir a la vieja escuela 50 donde realizó sus estudios secundarios. 

Sobre esos recuerda. “Mi hobby era recitar y en el colegio siempre me buscaban para recitar. Hacíamos teatro en la Asociación Portuguesa, en la Asociación Española, una época muy linda de mi juventud que recuerdo con mucha emoción. A mi me gustaba mucho hacer teatro, cosas así de la juventud, como estar con las amigas. Nos acompañaban nuestras madres a los ensayos, lo pasamos lindos”.

Tenía unos 18 años cuando Natalia conoció a quien sería el amor de su vida: José Estevao Belchior, un portugués que venía del mismo pueblo a probar suerte y a quien le encomendaron una misión que los enlazó para siempre: traer una encomienda de los abuelos de Natalia. 

“Ellos fueron los culpables que yo lo conociera”, dice entre risas. “Así nos conocimos y después de un tiempo en una fiesta de carnaval me sacó a bailar el Corridiño que era una música popular portuguesa. Así nos enamoramos, éramos jóvenes”.

El 4 de agosto de 1945 ellos decidieron casarse. Ella tenía 23 años, y él 25 y por entonces ya se había recibido de Técnico electricista en Buenos Aires.

Natalia y José se fueron a vivir a Kilómetro 8, donde la fábrica de zinc Metalúrgica Austral Argentina, les dio una casa. En esa época era habitual que las empresas dieran un techo a sus empleados.  Así, mientras cada mañana José llegaba al lado de la fábrica que está al lado de Petroquímica, Natalia se quedaba en casa cuidando y ayudando a sus hijos: Mabel, Néstor y Silvia.

Pero todo cambió para la familia cuando la fábrica dejó Comodoro de un día para el otro. Como le daban los años, a José lo jubilaron y desde entonces se dedicó a hacer changas de su oficio. Por ese entonces su hija mayor ya estaba viviendo en Córdoba. Mientras que su hijo estudiaba en La Plata y Silvia, en la Universidad San Juan Bosco, donde luego fue docente investigadora hasta su jubilación. Así se mudaron a la Loma, donde se quedaron para siempre. 

Natalia junto a sus hijos.

LLEGAR A LOS 100

En la actualidad Natalia continúa viviendo en esa casa de la calle Rawson, donde pasa sus días con una acompañante Tiene 8 nietos y 12 bisnietos, y asegura que le gusta leer, mirar tv y caminar, algo que hace frecuentemente.

“Salgo a caminar con una compañera muy buena que me acompaña. Vamos al Centro algunas veces. Los fines de semana me llevan a Rada Tilly, estoy con mis nietos y disfruto mucho de ellos. Me da pena que no esté mi marido porque no los pudo conocer. Pero la vida es así, como es de buena a veces nos quita a los seres queridos y tenemos que conformarnos”, dice, demostrando también cuál es su forma de ver la vida.

Es que como dice, ella trata de recordar “más las cosas felices que las tristes”, que también ha pasado. 

El próximo 15 de diciembre, Natalia cumplirá 100 años y espera la fecha con emoción, luego que el último año no pudo festejar cerca de los suyos por culpa de esta maldita pandemia. 

Al ser consultada cuál es el secreto para llegar a esa edad ella no duda. “El secreto es estar feliz con mis hijos, con mis amigas. Siempre me gustó tener amigas, no aislarme, ser feliz, estudiar, hacer algo, estar ocupada... Así es la vida, y yo estoy feliz, tengo mi familia, estoy en mi casita, con una señora muy buena que me acompaña, y mi familia me quiere mucho", dice esta mujer que está agradecida con Argentina, donde el próximo 15 de diciembre cumplirá un siglo de vida, un lujo que pocos pueden darse.

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