La trágica historia de Ramón Santos, el policía asesinado que le puso nombre al puesto que separa a Chubut y Santa Cruz
Tenía 25 años y pese a su juventud era un oficial muy respetado en el departamento Deseado. El disparo de un peligroso pistolero puso fin a su vida, hace poco más de 60 años. Una historia poco conocida, con tantas aristas como la de un verdadero héroe.
Ramón Santos Escobar nació en Puerto Deseado el 22 de enero de 1936, en el antiguo Hotel Argentino, que fuera base del militar Héctor Varela durante las huelgas santacruceñas de 1921. De ascendencia gallega, quedó huérfano de madre al año y nueve meses. Mientras su padre trabajaba debió soportar largas jornadas en soledad, en la quietud y el frío inhóspito de su casa. Tuvo una penosa infancia, de desamparo y falta de afecto, las que marcaron su carácter de hombre abstraído, pero le dieron apego por la rectitud.
La vida le tenía preparado un propósito. Él siempre quiso servir en la Policía, admiraba los uniformes y el orden, la disciplina, y deseaba, con todo su corazón, ser un emblema de la justicia en aquellas desoladas tierras del territorio de la Gobernación de Santa Cruz. La Policía, ese sería su principio, pero también, pocos años después, su trágico final.
DESTINO INEVITABLE
En su libro “En un rincón del Río Chico”, la escritora Albina Santos, hermana de Ramón, narra los únicos detalles que pueden conocerse de la vida del hombre que tras su muerte fue ascendido, como la costumbre lo marca, al grado de subcomisario.
Relata que a la edad de 11 años y sobre el final de la educación primaria, una travesura iba a permitirle acercarse, sin querer, a lo que desde siempre había sido su sueño. Varios niños de la Escuela 5 de Puerto Deseado destrozaron los tinteros de loza de los pupitres contra una de las paredes del establecimiento educativo, esto valió el enojo de los docentes y del Director Ramón Mansilla, quien “harto de las tropelías de los alumnos mayores” decidió junto al Mayor Taquín, Jefe del Regimiento Motorizado local, incluirlos en el proyecto de una escuela de Artes y Oficios.
Sumido en la vergüenza por la presunta participación de Ramón Santos, su padre acepta inscribirlo, para que pueda culminar su educación y así acceder a las ventajas de la propuesta, una formación complementaria a la primaria, y luego una especialización en Mecánica del Automotor o en Comunicación.
No obstante, tras ese trayecto les aguardaba el Servicio Militar.
La meta del pequeño Ramón, detalla su hermana, era la policía. Había rechazado un puesto en el Correo, para seguir su anhelo. “Sueña con esa carrera. Fantasea a su edad con ser un prestigioso detective. Idealiza a los héroes revisteriles o del cine”, asevera Albina, quien luego destaca que de la mano del Mayor Taquín, accede a un puesto de escribiente en la Comisaría de Puerto Deseado, perteneciente en ese entonces a la Zona Militar de Comodoro Rivadavia.
Así “achicó su niñez”, pero permaneció hasta los 17 años, ya que una serie de desavenencias y entredichos con un oficial, lo hicieron separarse de ese camino.
Toma la determinación de irse a vivir a la “Comisaría Laura” y en 1954 acepta la sugerencia de viajar a Río Gallegos para formarse en la Escuela de Policía “Eduardo V. Taret”. Inicia como cadete, hace el servicio militar y en 1958 ingresa en el cuerpo de oficialidad como Oficial Ayudante.
El amor a su carrera y los riesgos asumidos en cumplimiento del deber le valieron ascensos “vertiginosos”. En 1959 llega a ser Subinspector, y en 1960 alcanza el grado de Oficial Principal.
Se transforma en jefe de la Comisaría “Laura” y tiempo después solicita traslado a nuevo destino: Pico Truncado. Allí estará radicado junto a su esposa Marina P. de Santos, sólo un mes. Será el último sitio en el que cumplirá su misión.
BANDIDOS EN LA PATAGONIA
Si de delincuencia se habla, el inicio del nuevo siglo fue marcado por la llegada de dos peligrosos bandidos de fama continental: Butch Cassidy y Sundance Kid. Surcaron los suelos de la Patagonia, aquí se asentaron y llegaron casi al extremo sur donde también roban un banco, el banco Taparacá en Río Gallegos. Los persigue la gendarmería, al mando de Valerio Escobar, abuelo materno de Ramón. Parece de película. Ese es el primer acontecimiento histórico que protagoniza un bando de peligrosos ladrones, en este caso provenientes del “lejano oeste” norteamericano. La historia querrá que en la segunda ocasión de una banda de forajidos que se registra en los anales policiales santacruceños, entre en escena el propio Ramón Santos, pero con suerte fatal.
29 de noviembre de 1961. El pistolero Raúl Jorge Alogaray se hospeda con su pareja en “La Cantina Italiana” de Comodoro Rivadavia. Albina Santos relata que la mujer recibe maltrato de parte del facineroso, en venganza lo denuncia ante la Policía Federal, y revela el secreto del antagonista: se evadió de la cárcel de San Luis a fines de septiembre de ese año, donde debía cumplir una condena de 14 años por el delito de homicidio.
El personal policial comodorense acude raudamente al hotel para aprehenderlo, pero no logra su cometido, ya que el delincuente abandona el lugar y se da a la fuga. Intenta abandonar la ciudad, pero para ello precisa un vehículo, alguien que lo transporte. Se dirige al Hotel Colón, amenaza a un médico al que no logra convencer de trasladarlo, y fuera del hospedaje detiene a un taxista. Ahora sí, a punta de pistola y con su cómplice Juan Emilio García, emprenden rumbo a Santa Cruz.
Se detienen en Cañadón Seco, se hacen de algo de dinero, hay versiones que indican que llevaban drogas. El taxista escapa a la comisaría a dar aviso de los malhechores, allí aparece el agente Enrique Grippo, de 22 años, trata de detener a los bandidos pero recibe un disparo en el pecho y muere en el acto. Alogaray, alias “Rulito”, se adueña del arma del policía fallecido. Se escapan y tras una fuga infructuosa a Puerto Deseado, cambian de destino y se vuelven con rumbo a Pico Truncado.
La policía corre el aviso y la alarma, se ordena la urgente captura de los maleantes. Se sabe que están en suelo truncadense, presumiblemente escondidos en un hotel “de dudosa conducta”, empieza la búsqueda policial.
Ramón Santos y el suboficial “Pepe” Aguilar se separan del grupo. Van a una de las habitaciones, abren la puerta de un puntapié y, pistola en mano, avanzan al interior para su registro. Revisan el dormitorio, no encuentran nada, cama y ropero vacíos. Se retiran lentamente, Ramón Santos guarda el arma, pero “tiene un presentimiento”, piensa y cree que no pueden estar en otro lugar, quizás sujetos en los fierros debajo de la cama. Decide volver a ingresar.
“Sólo abrir la puerta para recibir el impacto mortal que atraviesa el brazo e ingresa en el tórax. Mi hermano alcanza a decir: - me jodiste”, explica Albina. El policía cae muerto, a un metro de la puerta.
Aguilar escapa del lugar, el ruido de los disparos alertan al cuerpo policial que acude armado. Alogaray se apodera del arma del policía abatido, cierra la puerta y dispara desde el interior. Se calcula que fueron 70 los disparos, el pistolero es alcanzado, resulta malherido. Lleva en sus manos ensangrentadas las pistolas de Santos y Grippo, pero no sucumbe sino a poco de llegar a Cañadón Seco, mientras era trasladado con urgencia. Muere, nadie lo llora, lo enterrarán en Caleta Olivia.
Enrique Grippo es sepultado en su Perito Moreno natal, a Ramón Santos, en cambio lo llevan a Puerto Deseado. Ambos reciben honores fúnebres policiales.
Como si esto fuera poco, no fue hasta un tiempo después que el cuerpo del héroe caído en cumplimiento del deber pudo descansar en paz. La causa abierta por el fallecimiento de Santos contenía varios interrogantes, su cuerpo fue exhumado y llevado a Río Gallegos para una autopsia, hubo una investigación, se cree que involucraba drogas, pero poco se dijo sobre ello.
Finalmente, por Decreto Provincial del Gobernador Interino Luis V. Carrizo, se asciende post mortem al Oficial Principal Ramón Santos al grado de Subcomisario. Y el 2 de febrero de 1962, el Ministerio de Gobierno resuelve: “El Destacamento Policial Caminero, sito en la ruta 3, punto limítrofe entre la provincia de Santa Cruz y Chubut, se le designará con el nombre de Ramón Santos”.
La historia de un héroe, coincidencias históricas y un acervo con pertenencia regional. La vida y la muerte de mucho más que un policía que falleció sin dejar descendencia, trágicamente, pero con la confirmación que sucumbió cumpliendo su sueño de la infancia, peleando contra el delito, aún arriesgándose como tantas veces lo hizo antes.
Albina Santos se enteró de la noticia de su hermano mientras vivía en Gobernador Gregores. Para llegar a su funeral tuvo que sortear diversas dificultades, entre ellas un accidente y un vuelco en la ruta. Antes de ver a su hermano muerto, atravesó un jardín allí vio una rosa amarilla, inspiración de un poema que le dedicó.
“La Rosa Amarilla”
Se desplomó la mañana
Galante de sol
Tranquila
Por la calle empolvada
Suspiros del viento
La animan
Aquel treinta de noviembre
Floreció esta rosa amarilla
Galopa la muerte
Suave
De silencios sorprendida
Avispas de humo
Blanco
Huyeron hacia tu vida
Para que nadie los toque,
Capullos rojos de sangre
Afloran en la noche
Fría.
Culpable me siento,
Hermano
De plantar la rosa amarilla.
Albina Santos, de “En un codo del Río Chico”