Los exámenes daban negativo pero el médico insistió en que el crecimiento de la panza de Keely Favell era por un embarazo. "Mirándome, cualquiera hubiera pensado que estaba con nueve meses de embarazo. No era la primera vez que me confundían con una futura mamá y algunas veces me preguntaron cuándo tenía fecha de parto", relató la inglesa de 28 años en ese momento sólo pensaba que estaba gorda.

Pero en su panza no tenía grasa ni un feto creciendo a gran velocidad, lo que había era un quiste de ovario que pesaba 26 kilos, el equivalente al peso de siete bebés recién nacidos.

Los primeros cambios los empezó a sentir en 2014, ella vio que ganaba peso pero nunca imaginó lo que estaba ocurriendo. "Siempre fui maciza, pero en el transcurso de un par de años me creció esta barriga. Se fue agrandando tan lentamente que no noté que algo estaba mal, solo pensé que estaba engordando", dice.

Claro que los constantes cambios los llevaron a dudar más de una vez: "He estado con mi pareja Jamie por 10 años y algunas veces nos preguntamos si estaba embarazada, pero hicimos pruebas en casa y siempre daban resultado negativo".

"Algunas veces nos preguntamos si estaba embarazada", dijo Keely.

El detonante llegó a dos años de que el problema había comenzado. A fines de 2016, Keely estaba trabajando y de un momento al otro se desmayó. Cuando recuperó el conocimiento tenía en claro que debía ir urgentemente al médico.

El especialista le aseguró que estaba embarazada, y le recomendó una ecografía en enero del año pasado. Ella llegó con su pareja con la ilusión de que en pocos meses serían padres y que tal vez ese día pudieran ver algún anticipo del chiquito, pero la felicidad se interrumpió abruptamente.

"Estaba acostada con Jamie a mi lado cuando el radiólogo movió la sonda sobre mi abdomen. Vi que sus ojos se abrían con horror, pero la pantalla estaba en blanco".

"La expresión de su rostro lo decía todo: algo estaba mal. Y cuando dijo que tenía que buscar otra opinión, empecé a sentir pánico. Jamie hizo todo lo posible por tranquilizarme, pero me sentí paralizada de miedo", describió Keely. De inmediato, el médico le ordenó que se realizara una tomografía computarizada de emergencia que reveló un quiste rodeado de líquido.

Allí se supo la verdad: "El especialista me dijo que no estaba gorda, en realidad estaba bastante delgada". De nuevo la derivaron con otro médico un consultor de obstetricia de alto riesgo, a quien fue a ver en febrero. "En ese momento, incluso caminar era una lucha y tenía dificultad para respirar", destacó la joven.

El médico la revisó y también se llevó una gran sorpresa cuando entendió lo que Keely tenía en su cuerpo: "Nunca olvidaré la expresión de asombro cuando el consultor me examinó. Dijo que tenía una gran masa ovárica y que la única opción era la cirugía. No podía decir de qué se trataba exactamente, o cuán grande era". En marzo del año pasado la operaron

Se le extirpó un quiste de 26 kilos, el peso de un niño de 7 u 8 años o siete bebés recién nacidos con un tamaño promedio. "Me explicaron lo grande que era este quiste y me mostraron las fotos. No podía creer que había estado caminando tanto tiempo llevando a este alienígena", afirmó.

"Parecía un enorme montón de helado, así que lo llamé señor Whippy", bromeó ya relajada luego de haber superado una operación de mucho riesgo que le dejó una enorme cicatriz y estrías pero le permitió dejar esa pesadilla atrás. Esas marcas estéticas fueron las únicas consecuencias y ya recuperó su vida normal. Además, podrá tener hijos.

"Perdí de vista lo difícil que se habían vuelto las cosas simples, como conducir un automóvil o subir las escaleras. La operación me devolvió la vida, no puedo agradecerle lo suficiente a mi cirujano".

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