Loli, la mujer que dirige la histórica ferretería de Rada Tilly
“Antes trabajábamos hasta el domingo, no parábamos. Me acuerdo que no teníamos máquina y teníamos que cargar la arena a pala”, dice María de los Dolores Iglesias Vázquez, la mujer que dirige Ferretería El Hornero, la más antigua de Rada Tilly. La histórica ferretera, Loli, como todos la conocen, es un personaje de la villa balnearia. Distintas generaciones pasaron por el local de la avenida Piedrabuena; aquel lugar que comenzó con la venta de materiales cuando estaba todo por hacerse. Esta es su historia.
Creció en Kilómetro 8, pero en Rada Tilly hizo su vida, tanto que hoy es uno de los personajes de la villa balnearia, aquellas personas que todos conocen y que se vuelven un icono por su presencia, su actividad o su permanencia. María de los Dolores Iglesias Vázquez, Loli (74), como todos la conocen, es la histórica ferretera de Rada Tilly. Su figura es tan conocida que incluso suplanta al verdadero nombre de la ferretería de la avenida Piedrabuena. Es que el comercio se llama Ferretería El Hornero, pero todos lo conocen como "Lo de Loli".
Allí, hace 45 años pasa la mayor parte de sus días. Llega temprano y se va tarde. En invierno de noche, y en verano cuando el sol comienza a caer. Loli está siempre, detrás del mostrador o en la segunda planta, haciendo papeles de oficina.
La ferretera tiene una rica historia. Ella nació en Huelva, España. Sin embargo, en sus primeros años de vida junto a sus padres vivió en Tánger, África. Desde allí, su madre y su padre, un químico que luego fue docente universitario y fundador de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, emigraron a Argentina, aquel lugar al que venía su abuelo para traer ovejas.
Loli tenía solo 5 años cuando llegó a San Nicolás, provincia de Buenos Aires, donde estaba la fábrica que le ofreció trabajo a su padre, aunque luego no fue lo que esperaba.
Cuatro años después llegaron a Comodoro Rivadavia; su padre había entrado a Petroquímica, la empresa cementera que hoy es un símbolo del barrio. Así, Loli llegó a Kilómetro 8, el lugar que la vio crecer, donde estudió y vivió hasta aquella tarde en que recorriendo Rada Tilly vio el terreno que hoy es la ferretería El Hornero. Loli lo recuerda como si fuese hoy.
“Me acuerdo que estaba casada porque me casé a los 21. Todavía vivía en el 8 con mi papá y mi mamá, y pasamos por Rada Tilly. Era el año 71, yo estaba embarazada de Juan Carlos y vimos un letrero que decía se vende. Le preguntamos al dueño. Me acuerdo que traíamos un coche cero kilómetro que hacía una semana lo habíamos comprado. El hombre lo miró y dijo ‘si quiere le podemos tomar el coche’. Pero faltaba plata. Y mi marido le dijo ‘que tenía un terreno en Monte Chingolo’. Entonces nos tomó el Peugeot y el terreno”.
Era el año 71. Cuando Loli llegó a Rada con su marido, para tener tenían que llenar el tanque en forma manual. Eran años distintos, donde todo era más difícil. Por eso admite que al principio costó adaptarse a la nueva vida en Rada Tilly.
Por ese entonces, la villa era un par de casas y comercios, sin servicios, pero con una gran ventaja; el mar a menos de 500 metros.
Así, se asentaron en la villa balnearia. Su marido, Domingo Flores (82), trabajaba en Bridas Castus, y ella se dedicaba al cuidado de sus hijos. Hasta que en 1976 vio una oportunidad.
“Acá no había ferretería, no había materiales de construcción ni nada, entonces le dije a mi marido que empecemos a vender”, recuerda.
Así nació Corralón Rada Tilly, como se llamó inicialmente la ferretería de Loli.
UNA EMPRESA FAMILIAR
Por esos años en la villa era todo expansión y sueños. El crecimiento de la ciudad hacía eco en el corralón, y viendo que el trabajo aumentaba Domingo decidió dejar Bridas para abocarse de lleno al negocio junto a su mujer.
“Empezamos a darnos cuenta que se trabajaba y yo sola no podía. Tenía mi hijo que tenía unos cinco años. En esa época trabajamos hasta el domingo, no parabamos. Me acuerdo que no teníamos máquina, teníamos que cargar la arena a pala, ir a buscar a la cantera. Después compramos un camión y una maquinita, la estuvimos pagando con el banco y ahí fue que empezamos a trabajar, pero era mucho sacrificio, siempre corriendo, buscando alguien para que le de comer a los chicos, yendo al banco porque las cuentas no te alcanzaban, pero era lindo, era un comercio familiar”, recuerda con nostalgia de esos años.
Como dice Loli, El Hornero, en alusión al pájaro que construye solo su hogar, siempre fue una empresa familiar. Por esa razón, en 1994 decidieron formar una sociedad e incorporar a su hijo mayor, Alfonso (51).
Eran tiempos en que se vendía mucho cemento, mucha cal y había más personal.
Con la creación de la sociedad vino el cambio de nombre y tiempo después otros rubros: iluminación, pesca, y muebles, más recientemente. “Ahora agrandamos un poco y pusimos el segundo piso”, dice Loli orgullo.
En la actualidad Loli trabaja el negocio con sus hijos Alfonso y Juan Carlos, el abogado que fue integrante del Tribunal de Faltas de Comodoro Rivadavia. Manuel en tanto es odontólogo. Mientras que su marido se dedica a arreglar máquinas suyas, pero más por hobby que por necesidad.
Con 74 años asegura que el tiempo dirá cuando deja la ferretería, aunque sabe que será hasta el final de sus días, ya que es su vida, admite. “Me gusta, es lo que me mantiene activa porque si te quedás en tu casa ya empiezan las enfermedades o que te pasa algo. A mi me gusta, no es que alguien me obligue a hacerlo. Y a mi marido le gusta arreglar las máquinas, y ahora está haciendo una pequeña construcción. Pero ya no anda con las máquinas. el que anda es Alfonso”.
Para Loli es un orgullo estar al frente de la ferretería. Sueña con que quizás la sigan sus nietos, sabiendo que el legado de sus hijos, parece estar asegurado. Es que como dice, “cuando se crían desde chiquitos le toman el gusto y cariño al local”.
La charla va llegando a su fin. Los clientes entran y salen y el reloj está cerca de la 1. Se acerca de almuerzo dentro de la ferretería. Ella no puede ocultar su orgullo, pero principalmente la felicidad que le ha dado el contacto con sus clientes, su otra familia.
“En Rada Tilly hay muy buena gente, muy buenas personas, Entonces vos no tenés clientes, sino amigos. Muchas veces te ponés a mirar y el nenito que venía con dos años ahora tiene veintipico, y me dice te acordás de la paloma que tenías, o la otra chiquita que se acuerda de cuando me traía el conejito, y ahora tiene como 34 años. Vas caminando por la calle y hola Loli, te saluda todo el mundo y eso es lo más lindo que hay, porque siempre te has llevado bien con todo el mundo, nunca has tenido problemas con nadie, entonces es lindo. Ahora está un poco difícil porque la pandemia destruyó muchas cosas, pero hay que seguir adelante para seguir viviendo, porque mientras la familia esté unida es lo mejor que puede haber. Yo tengo a mi hijos al lado todo el día. Eso es lo principal, la salud y que seamos unidos”, dice la mujer que se animó a soñar, construyó su hogar en Rada Tilly cuando todavía nada y acompañó a otros a sentirse en casa, en esa pequeña localidad balnearia donde la arena y el mar acompañan los días.