Los años dorados del histórico bowling de la galería “El Águila” de Comodoro
Se creó en 1958 en la galería El Águila, que hoy todos conocemos como Paseo del Sur. Fue el lugar donde se formaron los grandes campeones de Comodoro y aún continúa abierto. Sin embargo, quienes hicieron del juego una disciplina, aseguran que desde la salida de Eduardo “Pety” García y Nilza Calderón, en 2011, y la muerte de José Andrés Chicha, en 2013, nada volvió a ser igual. Este domingo te contamos todo sobre el primer bowling de la ciudad, una historia de parapalos, amistad, amor y tiros en cuatro líneas.
Fue cuna de grandes deportistas de la ciudad. En esas líneas se formaron campeones nacionales y jóvenes promesas que dejaron su huella en el Bowling de la Patagonia, sino basta recordar que en 2009, Cecilia García, campeona juvenil argentina, participó de un torneo Panamericano que se llevó a cabo en Bogotá, Colombia, y selló su nombre en la historia del deporte local, al ser la primera jugadora en representar a la ciudad a nivel internacional.
Bowling del Sur, no solo es la primera sala de este tipo en Comodoro Rivadavia, sino un lugar de formación de jugadores, amistad y familia, allí donde se cruzaron la vida de José Andrés Chica y Alicia Bianco con Eduardo “Pety” García y Nilza Calderón, quienes dejaron una huella tan grande en la disciplina, que una vez que se fueron nada fue igual.
El bowling tiene su origen en diciembre de 1958. Lo construyó Francisco “Paco” Cruz, un empresario de la ciudad que ideó la galería “El Águila”, hoy conocida como Paseo del Sur.
Allí tenía una agencia de viajes, locales y el bowling que funcionaba en el subsuelo.
Alicia tenía 14 años cuando comenzó a trabajar con Cruz en la agencia de Viajes y recuerda con emoción aquellos primeros tiempos en que además tenía que encargarse de abrir el bowling a los parapalos, en el inicio de cada jornada a las 5 de la tarde.
“Yo tenía 14 años y trabajaba en la agencia de viajes con Paco porque mi papá era muy amigo del suyo. También me encargaba de abrir la puerta a los parapalos, que llegaban a las 5 para limpiar las canchas y la vajilla. Era chica, pero Paco me enseñó cómo tenían que quedar, entonces me encargaba de eso, y después seguía con mis cosas, porque abajo no bajaba”.
Alicia era menor de edad y tenía prohibido bajar al bowling. A la distancia recuerda que recién comenzó a ir más asiduamente cuando su padre, Vicente D’Amario, quedó como encargado del bowling.
Eran tiempos de grandes jugadores, entre ellos Renato Guido “el Tano” Catacci, Jorge Balcón, Pedro Bravo, quienes marcaron una época en la disciplina.
Su padre estuvo un tiempo como encargado del lugar, pero luego el bowling fue vendido y todo cambió.
Alicia mientras cuenta la historia, reflota recuerdos en su mente y su corazón. Su marido, José Andrés Chicha, fue la máxima referencia de la disciplina, y uno de los responsables del crecimiento del deporte en la ciudad.
Recuerda que en la década del 70, el Tano Catacci reflotó el bowling, luego que estuvo cerrado un tiempo por inundación. También que luego lo vendió y el bowling pasó una época oscura, de mucha noche, mujeres y otras yerbas.
Pero todo cambió cuando compró el local un hombre de Mendoza, que lo mejoró y le cambió el nombre. El Bowling se pasó a llamar Kaslu en homenaje a su hijo, y otra vez volvió a recibir a la familia.
Cuenta Alicia que en ese momento, José Andrés Chicha volvió al bowling, luego de varios años de estar alejado, por cómo era manejado el local. “Ese chico lo renovó muchísimo. Me acuerdo que José fue a investigar a ver qué onda y empezó a invitar a toda su banda. Vio que el chico lo había renovado, daba gusto ir, y empezaron a ir de nuevo".
Por ese entonces, ellos ya estaban juntos. Se habían casado a principios de la década del 70.
Cuenta Alicia que siempre amó el bowling, pero nunca lo jugó porque con José se peleaban mucho. Él quería que aprenda y ella no quería perder y ser corregida, así, desde otro lugar lo acompañó en todo lo que fue el crecimiento de la disciplina.
Es que para José, el bowling era mucho más que un entretenimiento, y en la década del 90, decidió crear la Federación de Bowling de Chubut.
Por ese entonces, el local ya estaba en manos de Eduardo “Pety” García y Nilza Calderón, un matrimonio que lo había comprado en 1997, luego que el local estuvo en manos de Alberto Galindo y de una sociedad integrada por Jorge Caiado, Fernando Quistani y Hugo do Brito.
“Pety” en su caso, era un habitué del bowling, pero a modo recreativo, como quien va al billar o al pool. Sin embargo, cuando se retiró de Telefónica decidió comprar el fondo de comercio y durante varios meses trabajó acondicionándolo.
Finalmente en diciembre de 1997 reabrió Bowling del Sur, y Pety tiró la bola inaugural.
Cuentan Eduardo y Cecilia, sus hijos, que Nilza, su mujer, no quería saber nada. No le gustaba el rubro, ni tampoco la obligación horaria que imponía. Es que en los primeros años, la jornada comenzaba al mediodía y terminaba cerca de las 4 de la madrugada. Sin embargo, con el paso del tiempo, la gente y los amigos, el bowling se convirtió en su hogar, tanto para ellos como para los chicos, que crecieron en esas cuatro líneas. Así, cada mediodía recibían al Ruso Ivancich padre, que iba a jugar al bowling al mediodía, o a Jorge Balcón que iba a tomar el té y se quedaba conversando un rato.
Con el paso de los años, Pety y Nilza redujeron el horario y cada jornada comenzaba a las 17.
En los últimos tiempos, a Eduardo, su hijo, se lo veía seguido atendiendo al público. No solo algún fin de semana, sino también en algún torneo que organizaba la FeBoCh de la mano de Chica.
Pety y Nilza tuvieron el bowling hasta el 2011, cuando se lo vendieron a Mario Chicha, el hijo de José Andrés y Alicia. Desde entonces, se dedicaron a cuidarse uno al otro. Es que en ese momento, Nilza ya sufría una enfermedad hepática que le terminó arrebatando la vida el 10 de octubre de 2020 por un cáncer.
El golpe fue duro para la familia y un mes después Pety “falleció de amor”, dice Eduardo, su hijo. Tras una isquemia cayó internado en terapia intensiva, y a los tres días falleció.
Desde entonces, nada volvió a ser igual para el bowling de Comodoro, atrás quedaba la historia de quienes lo hicieron grande, marcando a varias generaciones que compitieron, pero también encontraron un lugar de esparcimiento, entre bolos, parapalos manuales y líneas inclinadas, por las secuelas que alguna vez dejó una inundación, su propia marca registrada.