COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) - “Estoy feliz y agradecida con la vida”, dice María Ancalao, una trabajadora Comunitaria en terreno de Aldea Beleiro que supo reinventarse cuando la tragedia golpeó su puerta y hoy visita a pobladores rurales en bicicleta. 

Con 48 años, tres hijos y dos nietos, María está contenta, y asegura que continúa aprendiendo lo que es vivir. Ella sabe de lo que habla. Hace 12 años la tragedia golpeó de cerca y perdió a su compañero de vida, José Riquelme, un chofer de ambulancia del pueblo que falleció de un cáncer fulminante que le quitó la vida en menos de un año. 

Para María el dolor fue infinito. Sin embargo, tenía que salir adelante y lo hizo: primero limpiando casas y planchando, y luego ingresando al sistema sanitario, donde fue mucama y más tarde se capacitó como trabajadora comunitaria. 

Desde entonces ella es la trabajadora en terreno de Aldea Beleiro, un puesto sanitario, dependiente del hospital de Río Mayo, que cuenta con cinco personas: la enfermera y encargada Patricia Tapia; la enfermera Valeria Delgado; el chofer Cándido Sánchez; y la mucama Selma Millatruz, quien se sumó hace poco al equipo. 

REINVENTARSE TRAS LA MUERTE

“Ya son 12 años que estoy trabajando en salud”, dice María a ADNSUR al repasar su historia. “Es un trabajo muy lindo, me encanta, pero estoy por circunstancias de la vida, porque el papá de mis hijos era chofer de ambulancia y desgraciadamente se enfermó: le dio cáncer en la tiroides y luchó todo lo que pudo, pero desgraciadamente falleció”.

María admite que tras la muerte de José “fueron tres años muy difíciles de enfrentar, de poder sacar” a sus hijos adolescentes adelante, tener que armarse de carácter, y aprender a hacer un montón de cosas nuevas por si sola. “Tuve que aprender a hacer un montón de cosas nuevas; como llevar adelante una casa y movilizarme sola en el auto; no fueron tiempos fáciles, pero tampoco tenía tiempo para quedar esperando que pase la vida, había que salir adelante”, dice con entereza.

En los primeros meses María trabajó limpiando o planchando en casas de familia. Con eso le bastaba para que sus hijos estudien en Sarmiento, a dónde decidió enviarlos para que no abandonen sus estudios. Por supuesto, ellos también colaboraban con la casa y cuando volvían al pueblo trabajaban juntando leña.

Eran tiempos de mucho viaje. Los viernes por la tarde, cuando salía del trabajo, primero buscaba a su hijo más chico en Río Mayo, y a veces continuaba camino a Sarmiento.

El sacrificio era grande y la tristeza mucha. Sin embargo, un día todo comenzó a cambiar, cuando se enteró que uno de sus hijos iba a ser padre con solo 15 años. 

Lejos de ser una mala noticia, María cuenta que decidieron afrontarlo como familia y ella volvió a sonreír, algo que hoy recuerda con emoción.  “Conocer a mi nietito me dio más ganas de salir adelante. Yo no me sentía mal porque iba a ser abuela, sino por el momento que estábamos pasando, por la edad que tenían los chicos, que tenían 15 años. Me hallaba media acorralada, sin saber qué hacer, qué decir, pero siempre fui con la verdad de siempre y dije se hará también lo mismo y por suerte ha salido todo bien”.

Por ese entonces, María ya trabajaba en el puesto sanitario de Beleiro. Era mucama, pero lejos de conformarse con eso decidió ir por más y 2009 realizó la capacitación para trabajadora comunitaria, con todo lo que ello implicó con 35 años. “Fue todo nuevo, compartir con mis compañeras, ponerme a la altura de ellas y aprender un montón de cosas. María Rosa Cerdá era quien nos enseñaba y nos evaluaba. Yo le decía que no hagan diferencia conmigo, tenía que saber lo mismo que sabían mis compañeras, porque la vida no es fácil, no te dan todo servido en bandeja, en la vida tenés que aprender y hacer sacrificios porque sino no te sirve”.

TRABAJAR EN BICICLETA 

Mientras habla María dice cosas que la definen. Habla de “tener un poco más de ganas”, el apoyo de su familia, y que “todo se puede”. Quizás este espíritu fue lo que en plena pandemia la impulsó a continuar visitando a los pobladores rurales en bicicleta para continuar realizando su trabajo y evitar contagios. 

“Si bien lo he hecho casi siempre, con el tema de la pandemia, busque realizar mi trabajo lo más efectivo que pudiera hacer y lo hice en bicicleta. Yo trato de hacer en bicicleta todo lo que más pueda. Si el clima está bueno y tengo que hacerlo el fin de semana lo hago porque mi pareja hace mucho deporte y me acompaña. Ahora si el clima está feo o hay que vacunar vamos con la enfermera en la ambulancia, pero hay que llegar”.

María cuenta que “en los campos no hay gente con familia”, sino mucho “golondrina, que ha venido de otros lados a trabajar, y no hay tanta cantidad de gente” como solía haber en el pasado.

“Siempre vamos por donde hay personas mayores, que son poquitos lugares. Y después hay estancias cerquita. Visitamos a la gente que vive en esos lugares y vemos si tienen algún problema de base, como hipertensión, diabetes o algún problema de salud. Si están medicados; si reciben su medicación en tiempo y forma; si ellos se la compran o si tienen que sacarla de la sala. Por lo general siempre trato de ir con la enfermera. Cuando se hace la campaña de vacunación antigripal ya se lleva todo preparado y si falta alguna medicación tratamos de dejarle y consultarle si van a quedarse en el invierno allá o se van a ir para el pueblo”.

María admite que ese es uno de los principales problemas que hay en la ruralidad. La gente del campo no quiere abandonar su lugar a pesar de las complicaciones que trae el crudo invierno de la Patagonia. 

“La mayoría se queda en el campo, y donde hay personas mayores hay que tener en cuenta que si nieva mucho, llueve mucho, hay que tenerlo presente para poder llamarlos por radio o comunicarnos a través de un campo vecino para saber si están bien o necesitan algo. Como son gente mayor que está tan acostumbrada a estar en el campo es muy difícil convencerlos que se vengan al pueblo...Quizás se los trae, pero si ellos ven que se pueden ir se van. Ellos quieren el campo", dice con resignación, pero entendiendo lo que les pasa.

María admite que en el campo “uno aprende mucho de la gente. Siempre les digo que si tienen algún inconveniente que me lo hagan saber. También le aclaro que no me vean como enfermera ni doctora, que no lo soy. Yo solamente puedo hacer lo básico, no quiero hacer que sé de algo más porque puedo cometer algún error. Mi trabajo es conversar de distintas situaciones e incentivar la parte deportiva porque la gente es muy sedentaria”.

Al ser consultada por lo mejor de viajar en bicicleta María no duda: “El paisaje es muy hermoso. Se aprende a disfrutar el silencio del bosque, el silencio de campo. Disfrutás, te relajás, pensás en tu trabajo, en la familia, en el futuro, un montón de cosas. Esto es como vivir en el paraíso porque sabiendo que hay tantos lugares que la están pasando mal, estamos bien... Ser trabajador comunitario es muy lindo" sentencia, orgullosa del camino que eligió y que hoy la lleva a ayudar a quienes más lo necesitan en la ruralidad. 

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