Está sentado frente a su mamá. Son las 3 de la tarde y en la Costanera se siente calor ante el próximo inicio del verano. Algunos disfrutan de la playa, otros se animan a los deportes acuáticos. Máximo en cambio escucha la entrevista y cuando puede mete bocado. Cada acotación es oportuna, justa y sencilla. Luego sigue escuchando y cuando menos lo espera besa en la mejilla a su madre. Ella recibe el beso y todo continúa. Es que así es él, cariñoso y amoroso con los afectos que elige.

Este jueves sin duda no será un día más para el pequeño que juega en la M11 de Comodoro Rugby Club. Las autoridades de la Escuela 44 de Kilómetro 11 lo eligieron como uno de los escoltas titulares de la bandera de ceremonia, y alrededor de las 11, tomará posesión, con todo lo que significa acompañar la bandera para cualquier argentino, pero también para su madre y su padre, quienes conocen el esfuerzo y la garra que le ha puesto a la vida en estos años. Pero vamos al principio.

LA HISTORIA DE MÁXIMO

Máximo Loveccio tiene 11 años y "una edad cronológica de un nene de seis o siete años”, cuenta su madre, Nadia Lamas, quien aceptó una entrevista con ADNSUR luego de un posteo que realizó en agradecimiento a quienes ayudan a que el pequeño siga mejorando.

Nadia cuenta que su lucha es de toda una vida. La mujer asegura que cuando Máximo tenía un año y medio se dio cuenta que algo diferente había en él. A la distancia, recuerda que lo amamantaba y no la miraba a los ojos, estaba disperso y a ella le preocupaba. Es que era madre primeriza y no podía entender qué su hijo no tuviera conexión con ella. 

Así, con sus miedos y mucha valentía, decidió consultar a diferentes especialistas, pero todo les respondían lo mismo: que era normal, que era un bebé disperso, pero no era tan así. Y luego de muchas idas y vueltas, y de no encontrar respuestas, o respuestas poco esperanzadoras, finalmente pudo dar con un diagnóstico inicial: Máximo había sufrido  un posible Shut down. Así se lo indicaron en el Instituto Fleni.

“Lo que me dijeron es que hizo un a shut down a partir de los estudios que le hicieron, cuando tenía 6 meses, tenía problemas para ir de cuerpo y le hicieron un montón de estudios super invasivos. Entonces fue como que el sistema nervioso se apagó, porque al ser chiquito y no poder manifestarse es como que hizo una desconexión y a partir de ahí se desconectó del mundo. Fue su manera de padecer el estrés que le generaron esos estudios”, cuenta con entereza. 

Pero llegar a ese diagnóstico no fue sencillo para Nadia y su marido. En Comodoro los médicos insistían en que el pequeño no tenía nada, incluso un neurólogo le aseguró que Máximo nunca iba a poder escolarizarse, algo que recuerda como si fuese hoy. 

“Me acuerdo que nos sentó y nos dijo. ‘Van a tener que ir a ver a un psicólogo para sobrellevarlo: El nene sufre de autismos, hipoacusia y posiblemente tiene parálisis cerebral, por ende no va a tener una vida de una persona normal, va a depender de por vida de ustedes’. Era como que de por vida iba a estar postrado en una silla de ruedas, que no iba a poder escolarizarse y nada. Pero yo no me quedé con este diagnóstico y empecé a buscar lugares alternativos”. Así Nadia y Máximo llegaron a Fleni, donde fueron atendidos por la neuróloga Mónica Ferrea, quien desde entonces la acompaña junto a su equipo.

SIN LÍMITES

Por su patología a Máximo le cuesta sociabilizar, es defensivo táctil, es decir que le cuesta que lo acaricien o le corten pelo u otras actividades cotidianas que le repercuten en su sistema inmunológico y su sistema nervioso. Así prefiere que lo aprieten fuerte a que le hagan una caricia, o si no congenia con una persona se le hace casi imposible generar un vínculo. 

Para mejorar en su patología, todas las semanas asiste al centro Pilares, donde un equipo de trabajo lo acompaña en su proceso. Para él es jugar y divertirse, tanto con chicas como chicos. Por supuesto, todos lo miman, pero él tiene un preferido, Santiago, el psicólogo que lo acompaña desde hace un tiempo. 

A lo largo de los años, Máximo ha ido evolucionando en su diagnóstico. En algún momento le dijeron que tenía características vinculadas al autismo, pero en su última consulta en Buenos Aires, hace dos años, le diagnosticaron que tiene discapacidad intelectual. Sin embargo, ese diagnóstico no le impide llevar una vida normal.

Es que Máximo además del aula, donde se destaca en matemáticas, juega al rugby, disciplina que le permitió encontrar un lugar de esparcimiento, compañerismo y aprendizaje, tal como le sucede en la escuela, donde hace dos semanas le dieron una noticia que emocionó a todos: iba a ser escolta titular de la bandera.

Máximo admite que se siente “orgulloso y con mucha felicidad” por haber sido elegido para acompañar la bandera. Su madre, por supuesto, también, y admite que estas últimas semanas ha sido muy difícil no emocionarse al compartir su felicidad con otros.

“Estuve una semana llorando, iba a los terapistas y lo mismo. El orgullo que siento, le debe pasar a cualquier madre, pero más que todo eso es que él como hijo no tiene límites. El me dice que estudia tanto porque quiere ser médico y lo único que piensa es que no quiere dejarnos solos a nosotros. Pero la verdad es que él se esforzó un montón, es un nene que por ahí le cuesta más que a otros, pero puede estar estudiando todo el día para que le salga algo. Hace sus exposiciones como cualquiera, es muy inteligente, le encanta matemáticas y es muy habilidoso con muchas cuestiones. Es un nene que es bueno con sus compañeros, ayuda un montón a sus compañeritos que por ahí tiene problema de adaptación, no falta y es muy aplicado. Es un nene inteligente y le pone todo”.

Nadia por supuesto tiene palabras de agradecimiento para todos los acompañaron este proceso, desde los integrantes de Pilares, hasta Sole, su maestra integradora con la que asiste a la escuela y lo acompaña en las tareas, como también el equipo directivo y docente que demuestra su apoyo día a día. 

“Estamos super agradecidos porque había ingresado a otros colegio pero cuando lo vieron y fue con el acompañante hombre nos pusieron un montón de peros. Nos dolió un montón y no nos quedó otra que buscar una escuela pública y allá le dieron todo el amor del mundo. Las seños son lo más, él no falta al colegio nunca, y nos sentimos muy acompañados, porque una escuela pública, tan chiquita, que nos haya cobijado es re importante. Estamos felices”, aseguró está mujer que no se dio por vencida, y enseñó a su pequeño a no ponerse límites, tal como él demuestra día a día. 

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