Cuenta Diana Hernández que cuando conoció Real Libros la sorprendieron dos cosas: el sótano que tenía el local comercial y unos grandes sillones de cuero de color marrón que había en el local. “Yo iba y me dejaban pasar, me sentaba y me ponía a mirar libros. Así pasaba las tardes”, recuerda volviendo el tiempo atrás. 

Por ese entonces, la librería estaba en la calle San Martín, allí donde comenzó su historia hace más de 60 años. Diana era clienta, le gustaba ir y sumergirse en ese mundo de letras y palabras, historias y conocimiento.

Cincuenta años después, la mujer sigue teniendo un vínculo directo con la librería. Es la propietaria, la encargada de llevar adelante las riendas del negocio junto a Nico, uno de sus hijos, que hace unos años volvió a Comodoro para continuar con el histórico negocio familiar. Pero vamos al principio.

Diana y Nico en la nueva sucursal de Real Libros.

UN COMERCIO DEL COMODORO DE ANTES

Cuenta la historia que Real Libros fue fundada por un inmigrante vasco de apellido Echeverry. Comerciante por naturaleza, además de la librería tenía un espacio de lotería dentro del local y una empleada. Diana aún recuerda a Isabel Otaño, aquella mujer que años después le regaló una edición de los 50 de Comodoro, libro que aún guarda como un tesoro. 

Según atestigua un documento, ella trabajó durante 10 años con Echeverry, hasta que el hombre falleció en 1966. Luego, compró la firma y se convirtió en la propietaria de Real Libros. Sin embargo, su aventura en la librería duró pocos años, el tiempo justo para que tome una decisión que de alguna forma marcó la historia del lugar.

Cuenta Diana, que la familia de Isabel es la propietaria del local que ellos alquilaron durante varias décadas sobre la calle España. Por eso, cuando compró la librería la mujer decidió mudar el local a esa dirección y Real Libros se convirtió en una referencia de la calle España, entre San Martín y Sarmiento.

En ese tiempo, Diana continuaba siendo clienta por un simple motivo: “A mí me gustaban las librerías”, dice a ADNSUR. “En Comodoro no había muchas, pero yo recorría las que había y Real Libros era una librería abierta, entonces me permitía ir recorriendo las estanterías sin que nadie me dijese nada. Me acuerdo que iba siempre, porque siempre me gustaron los libros y la música. Mi papá me daba dinero los fines de semana y siempre era para discos o libros”. 

En la década del 70, posiblemente en el año 73, Diana dejó de ser clienta y se convirtió en la propietaria. La familia de Isabel quería desprenderse del local y se lo ofrecieron a Hernán, su papá, un inmigrante chileno al que siempre le había gustado la lectura. 

“Él la compró pensando en mí”, asegura Diana. “Los dueños anteriores se querían desprender de la librería y siempre charlaban con mi papá. Como yo siempre iba a mirar, a comprar y a recorrer, un día le dicen ‘Hernán, vos tenés que comprar la librería para tu hija’ y así empezó la historia”.

Por ese entonces, Diana estudiaba ingeniería en Construcción en la universidad local. Le iba bien, cursaba cuarto año, pero un día se dio cuenta que no era lo suyo y encontró su lugar en el mundo. 

“Abandoné el día que me hicieron subir a un edificio”, recuerda. Dije ‘¿qué hago yo acá arriba? y hasta ahí llegó mi historia. Así que me fui a trabajar con mi mamá a la librería y mi papá se quedó con el autoservicio. De ahí en más nunca más me fui”.

UNA VIDA DEDICADA A LOS LIBROS

Al igual que Echeverry, la familia de Diana siempre se dedicó al comercio. Hernán e Irma, sus padres, habían llegado de Osorno, Chile, y tuvieron varios rubros antes de emprender como libreros. Fueron verduleros y almaceneros con el almacén La Apetitosa, que funcionaba donde hoy está Insumos.

A la distancia, Diana recuerda esos primeros años, tiempos en que la librería era mucho más que libros. “Era bastante especial. Teníamos libros, papelería comercial, hasta lotería, regalería y juguetería, pero los libros cada vez ocupaban más espacios, entonces empezamos a sacar rubros y nos quedamos con libros y papelería”. 

Cuenta Diana que la cantidad de libros siempre siguió creciendo. Por eso, cuando su papá sufrió un grave problema de salud, decidieron que era momento de cerrar el autoservicio, destinar ese espacio al rubro de papelería y ampliar la sucursal de Real Libros. Así construyeron otro salón y agrandaron la librería. 

Para Diana, Real Libros es una parte importante de su vida como lo es también para sus hijos: Mauro y Nico. Los chicos prácticamente se criaron en la librería y vivieron toda una vida entre aventuras y cuentos.

“Ellos prácticamente se criaron en la librería, nunca se quedaron en casa. Desde bebés, tenían 20 días y estaban ahí metidos con nosotros. Ahí dormían, ahí estudiaban cuando empezaron a ir a la escuela y ahí se criaron. Incluso su abuelo, sobre un mesón armó una cuna de madera. Yo iba y dejaba a uno y sacaba al otro y la abuela se encargaba de sacarlos y leerles”.

Diana junto a Nico y Mauro.

Nico cuenta con orgullo que en “Real Libros” siempre “se trabajó en familia”. En sus ojos aún recuerda aquellos años de juegos y tardes de estudio. “Nosotros salíamos del colegio y nos veníamos a la librería. Hacíamos la tarea ahí, jugábamos ahí, nos juntábamos con nuestros amigos ahí y después salíamos a caminar al centro, pero pasábamos todo el día ahí adentro”.

“Con mi hermano ahora lo vemos como algo lindo, interesante, pero siempre fue algo normal para nosotros, era una cuestión natural de tener una familia comerciante que vivía en un negocio”. 

A la distancia, Nico recuerda que junto a su hermano aprendieron a leer en el local. Su abuelo les hacía leer los lomos de los libros y su máquina de escribir era el abecedario perfecto para aprender cada una de las letras y poder leer aquellos libros que tanto les llamaban la atención. 

Para él fue su mundo. Siempre fue un fanático de la lectura, un amante de los libros y las librerías. Con nostalgia, aún recuerda aquel primer libro de Harry Potter que le voló la cabeza. Sus ganas de seguir leyendo y la incertidumbre de saber cómo continuaba la historia. El destino, por supuesto, luego hizo de las suyas. 

Irma y Herán, los abuelos de Nico y Mauro, quienes compraron la librería en la decada del 70 para que la administre Diana.

Cuando Mauro y Nico crecieron, dejaron Comodoro para estudiar en Mendoza. Uno eligió Diseño Gráfico y el otro Ingeniería en Electrónica. Les fue bien, se recibieron, pero un día el llamado familiar golpeó la puerta y volvieron para dar una mano. 

“Se dieron varias cosas” recuerda Nico. “Yo me recibí en 2019 de ingeniero y estaba sin trabajo y justo ese verano falleció mi abuela, Irma. Mi mamá se estaba haciendo cargo del negocio junto a Vivi, que trabajaba con nosotros hace mucho tiempo, y mi mamá se enfermó. Y bueno fue decir ‘alguien tiene que venir a abrir y ver cómo seguimos’. Venía la temporada escolar que requiere mucho trabajo y muchas horas. Así que vine a dar una mano y fue todo un desafío porque mi vieja estaba enferma y mi abuela ya no estaba. Estábamos con mi tío, Viviana y mi hermano, un poco aprendiendo y viendo cómo hacíamos para pasar la pandemia”.

Como en muchos comercios, la pandemia resultó un desafío y la necesidad de reinventarse. En Real, que todavía estaba en la calle España, aprovecharon para modernizar algunas cosas, hacer delivery y, sobre todo, pensar el futuro del local comercial. 

Fue en ese momento que Nico tomó una importante decisión. “Dije ‘yo me quedo acá y sigo con esto’. Fue por una cuestión de necesidad, pero después me di cuenta lo que representaba y me gustó esa idea de continuar con eso que se había construido”.

El ahora viejo edificio de Real Libros, la librería que fue un ícono en la calle España.

Este año llegaron nuevos desafíos para la librería. Los dueños del histórico local decidieron ponerlo en venta y Diana y su familia tuvieron que salir a buscar un nuevo local comercial para que continúe la firma. 

Finalmente, tres meses atrás Real Libros abrió en San Martín 945, donde funcionaba Carta Automática. La idea de la familia fue hacer una librería abierta, tal como funcionaba aquel local comercial que, en su juventud, conoció Diana. En el medio surgió también la idea de abrir una confitería y ¿por qué no combinar esos dos rubros que tan bien se llevan? Así nació la Cafebrería, como les gusta llamarla. 

En el local venden de todo, desde café brasilero, como expreso y varias opciones de café filtrado. Por supuesto, también hay yogures, licuados, sándwiches y tartas. Además de un aula vidriada que está pensada para charlas, cursos y otro tipo de actividades. 

Diana está feliz por este presente. “Jamás pensamos que lo que hicimos iba a tener esta repercusión. No hay día que no ingrese alguien, gente que me conoce por la librería, que me conoce de otro lugar o que nunca había entrado y me diga ‘esto es maravilloso, es hermoso’. Eso es sumamente gratificante, porque nunca pensé que íbamos a tener esto. Lo hicimos por necesidad y por el trabajo que ha hecho la familia. Pero bueno, al tener una nueva generación las cosas cambian, estimulan y ha sido genial. El ingreso de Nicolás es espectacular”, dice con orgullo.

A Nico también se lo ve contento, entusiasmado y con ganas de seguir enamorando gente a través del papel, ese formato único que vence a las pantallas digitales. “Estamos contentos, porque este formato de librería invita a venir. Dentro de lo que es el contexto estamos aguantando. Metimos un rubro nuevo y eso implica una inversión, aparte alquilamos un local más grande que eso implica otros costos, pero estamos confiados que el negocio está bien puesto y la gente está contenta, pero me gustaría encontrar la manera en que se acerque la comunidad… porque haymucho material, muchas cosas interesantes”. 

Nico admite que quiere que la gente se acerque más a los libros papel y también desea encontrar más fotos e información que le permita reconstruir la historia de la librería, aquel espacio donde creció y que hoy maneja con el desafío de continuar el legado familiar, un comercio histórico que apuesta a las nuevas generaciones.

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