Vacaciones suele ser sinónimo de descanso con la propuesta de hacer en 15 días lo que no se hace durante todo el año: dormir, salir a comer, conocer lugares nuevos y compartir más tiempo en familia.  Los destinos turísticos esperan a los viajeros con toda la maquinaria para que esto suceda.

El ranking de los lugares más visitados podría convertirse en un paquete de figuritas repetidas: puntos en el país a los que se va sin pensar que se pueden visitar otros sitios.

¿Qué tendrán para ofrecer los lugares que no están en listas de paraísos para vacacionar? ¿Acaso pierden la categoría de destino? ¿Y si la próxima escapada es en alguno de esos pueblos que son más que un nombre en los carteles verdes que señalizan la ruta?

Propiedad que fue del Mayor Buratovich. Arquitectura del SXIX. Fotografía Coco Páez

Las paredes altas de la casa resisten erguidas y de los techos quedan algunas chapas. El hall de ingreso que alguna vez tuvo puertas dobles es un depósito de leña y las palomas lo tomaron como hogar.  Lo que a fines del 1800 fue un palacio de lujosos ventanales, hoy se esconde silencioso entre la arboleda. El hogar del Mayor Buratovich solo queda en la memoria de los más añosos y la tranquera le corta el paso a los tiempos de la abundancia.

MAYOR BURATOVICH

El pueblo está a unos 93 km al sur de Bahía Blanca sobre Ruta Nº 3 y un cartel con letras metálicas que indica su nombre extrae a los conductores del hipnótico asfalto. A pocos kilómetros del ingreso un aroma a cebolla y ajo se cuela entre las arboledas y las casas bajas se rinden bajo el sol.

Son unos 9.000 habitantes que pertenecen a la región cebollera sur del país junto a Pedro Luro e Hilario Ascasubi.  Allí producen las cebollas que se venden en las verdulerías: la valenciana temprana, la morada, torrentina, la grano de oro, etc.

Cebollas. Fotografía Facundo

El centro del pueblo es un poco difuso porque no hay vidrieras grandilocuentes que compitan entre sí para atraer la mirada de nadie. Cada uno sabe dónde encontrar lo que necesita y no hay cómo perderse.

La plaza es una red de comunicaciones. Por sus veredas circulan los que se trasladan de una punta a la otra del pueblo. Los negocios importantes la rodean y sus bancos reciben a mujeres en búsqueda de sombra y a hombres ansiosos de compartir novedades.

Si los turistas se detienen en la plaza a disfrutar del transcurrir diario del pueblo es factible que alguien se acerque a preguntar: ¿Vienen por trabajo?, ¿Visitan familia?, ¿Sólo vinieron a pasear? Esta última más que una pregunta se convierte en una extrañeza. Pareciera que en Buratovich quien anda solo trabaja.

Vecinos de Buratovich conversan con un turista en la plaza del pueblo. Fotografía Mariela Garolini

LOS PERSONAJES DEL PUEBLO

El pueblo es pequeño. Todos se conocen hasta las mañas y pocas veces suceden eventos que los saque de su ritmo cronometrado por el calor en el verano.  Rocío Marengo, la mediática vedette nació allí y para algunos es una tarjeta de presentación para sacar a Buratovich del anonimato.

Iglesia de Buratovich. Fotografía Coco Páez

MÓNICA

Mónica Martínez es del pueblo y ahí formó su familia y se jubiló. Trabajó en una de las tiendas que está frente a la plaza. Ella sabe reconocer a los foráneos y cuando los ve se acerca para conversar, para conocer otros lugares y viajar un poquito a través de las anécdotas de otros.

La gente de pueblo es curiosa y pregunta porque quieren saber lo que hacen otros en otras ciudades y también son buenos anfitriones. Brindan información, sugieren visitas, abren las puertas de sus hogares y comparten sus sueños.

Una tarde de enero Mónica descubrió a unos viajeros que se trasladaban en un Renault 4 camperizado y a una pareja que deseaba conocer los rincones del pueblo. A los 4 les compartió pastelitos caseros que ella misma cocina y les contó sus planes sobre futuros viajes.

De izquierda a derecha: Aryton y Sofía de @pateando_argentina y Mónica Martínez vecina del pueblo

CARMEN Y NAZARENO

Carmen (89) y Toti (90) son productores de ajo y cebolla en Mayor Buratovich. Fotografía Coco Páez

A pocos kilómetros de la plaza se encuentra la casa de Nazareno Valacco (90) y Carmen Bertazzo (89), son los tíos de Mónica y hace 68 años que están casados. Un túnel de árboles le hace sombra al camino que llega directamente a su hogar que está rodeado de galpones con tractores y herramientas de otros tiempos.

“Menos al café con leche le ponemos cebolla a todo”, dice Carmen mientras Nazareno entreteje una ristra de cebolla. “La morada es la mejor para las ensaladas y para el resto de las comidas vienen bien todas”, aclaró.

Ellos le entregaron su vida al cultivo de la tierra y no se imaginaron nunca haciendo otra cosa. Tienen una huerta para el consumo del hogar: cebollas, zapallitos, tomate, lechuga y todas las verduras de estación. Diariamente Nazareno la cuida, la riega, le saca los yuyos y le trae a Carmen algo fresco para el almuerzo.

“Él comenzó a plantar ajos a los 6 años”, dice Carmen mientras ceba mate. Será que su trabajo fue siempre echar raíces. Tienen 3 hijos, 9 nietos y 3 bisnietos. Los dedos rústicos del hombre acomodan su cosecha diaria y el calor extremo de la tarde agudiza el perfume que se colocó bien temprano antes de salir de su casa. Cae el sol y ya es hora de abandonar las tareas.

Atardecer en la propiedad de Carmen y Toti. Fotografía Mariela Garolini

Las largas jornadas de trabajo no impiden que los más jóvenes amanezcan al día siguiente sin dormir. Siempre hay alguna fiesta disponible para socializar y tomar algo fresco para apaciguar el calor.

FACUNDO

Así fue que a Facundo y Matías a las 11 de la mañana de un domingo los encontró sentados en el cerco de la casa. La polvareda de la calle caía lento y los grillos aceleraban su canto al ritmo de la temperatura que cada vez era más alta.  Aún conservaban la chispa de la noche anterior y se mantenían atentos al movimiento del barrio. Por la esquina aparecieron dos turistas que deseaban saber dónde quedaba el palacio de Buratovich.

De un salto bajaron del cerco y comenzaron con las indicaciones. “Atrás de la tranquera. Vayan tranquilos que no hay perros. Parece que ahí vivía un brujo, el hombre curaba gente”

De Buratovich poco sabían, aquel hombre para ellos tenía poca importancia. A la pareja de viajeros les ofrecieron jugo bien frío para que el trayecto se les hiciera un poco más liviano.

Galpón de empaque donde trabaja Facundo. Fotografía Facundo

Facundo tiene 23 años y llegó en abril de 2023 a Buratovich y ese mismo día consiguió trabajo en una planta empacadora. Su trabajo actual consiste en comprar cebollas para llevar al galpón de empaque y también vender, coordinar equipos y logística general.  Es una tarea que requiere responsabilidad y rapidez, pero reconoce que el trabajo más duro es el de los que trabajan la tierra.

A Facundo le gusta Buratovich porque es muy tranquilo y no hay inseguridad y tal vez eso es lo que a veces también lo aburre.

Fachada de la casa del Mayor Buratovich. Fotografía Mariela Garolini

De la casona de Buratovich solo quedan en pie las paredes y como es propiedad privada no se puede ingresar a su interior. Los viajeros optaron por tomar un par de fotos desde lejos e imaginarse la belleza de esos cuartos coloniales que en los tiempos en que el ferrocarril se fundó fueron parte de fiestas y encuentros entre militares, políticos y empresarios.

Estación del ferrocarril. Ocasionalmente funciona como centro cultural. Fotografía Mariela Garolini

LA ESTACION DEL FERROCARRIL

Perteneció al ramal del Ferrocarril Roca ubicado entre las estaciones de Bahía Blanca y Carmen de Patagones. En el año 2011 aproximadamente dejó de prestar servicios. Comenzó a construirse en 1908 en tierras cedidas por Buratovich y en 1912 finalizó su construcción.

El pueblo creció en torno a la estación y en 1913 le pusieron el nombre del Mayor, el croata constructor que llegó a la Argentina en el Siglo XIX y fue el responsable de construir varios fortines para la Campaña del Desierto de Julio Roca.

La época de esplendor del ferrocarril terminó y algunos vagones quedaron como testigos de la gloria que no volverá. La vieja estación dejó de recibir pasajeros y se reconvirtió en un centro cultural donde se realizaban peñas folclóricas y otras actividades.  Hoy allí solo habita el silencio.

Vagón del ferrocarril Mayor Buratovich. Fotografía Mariela Garolini

Burato, como le dicen sus habitantes, conserva sus casas antiguas de ladrillo a la vista y persianas muy grandes. El silencio en la siesta adormece y relaja y los pájaros en los árboles y los grillos desde el piso son los únicos guardianes del pueblo.

Cebolla morada que se produce en Mayor Buratovich. Fotografía Coco Páez

En el campo la gente cosecha y descola cebolla, no interesa el horario ni la sensación térmica.  Sobre la ruta Nº 3 el tránsito no para, la vida gira en otra historia.  En temporada de verano se suman los vehículos que van en búsqueda del mejor destino para sus vacaciones.

Antiguas construcciones. Fotografía Mariela Garolini

Mayor Buratovich no tiene una cadena de hoteles, ni espectáculos nocturnos para turistas, pero ofrece el momento de contemplación de las cosas simples. Un banco en la plaza, una mateada en familia y los ojos bien abiertos con la atención puesta en cosas que no son fabricadas para nadie.

En Burato no hace falta que te instales una semana, en un día podés descubrir historias como esta, animate y pará.

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