Un joven lleva dos años y medio viajando con su perra en bicicleta
Empezaron de casualidad y ya llevan 1.850 kilómetros recorridos.
Fue una suma de causalidades. Un día Facundo tuvo que volver desde Santa Catarina, en Brasil, hasta Buenos Aires. Se había quedado solo con su perra. No podía pagar la única aerolínea que permitía volar con mascotas. Nadie "se copó" cuando hacía dedo. Se cruzó con dos muchachos que viajaban en bicicleta y le ofrecieron un carro para llevar al animal. Al principio pensó que era una locura, pero se animó a pedalear 1.850 kilómetros, durante cuatro meses, hasta llegar a su casa. Desde entonces, Facu y Luna llevan una vida itinerante.
"Fue muy hermoso. Viajando encontré una forma de vida. Yo quería ser feliz, estar tranquilo. Ahora vivo en paz, hago lo que quiero todo el tiempo", cuenta a Clarín Facundo Biosca, de 33 años. Aunque nació en Floresta, de porteño le queda poco y nada. Habla pausado, se detiene entre oración y oración, y logra en segundos bajar todas las revoluciones.
Luna tiene 4 años, es brasilera y mestiza. Con pocos meses de vida, la habían dejado abandonada en una calle de San Pablo. Fue entonces cuando Facundo la adoptó, con las heridas del maltrato a flor de piel. "Al principio tenía miedo, muy de a poco se le fue pasando. Con los viajes mejoró un montón y ahora es muy sociable", cuenta el muchacho.
Desde abril del 2016, recorrieron juntos parte de Brasil, Uruguay y Argentina. Ahora están en nuestra CIudad, preparándose para visitar la zona serrana bonaerense -Tandil, Balcarce, y Sierra de la Ventana- hasta que llegue el verano y, posiblemente, los encuentre en Pinamar. Quizás. Tal vez.
Porque este dúo inseparable lleva una vida sin planes, sin objetivos, sin ambiciones. "Voy moviéndome por lugares que me van gustando, que me llaman la atención", dice Facundo. Tampoco tiene un cálculo de los kilómetros recorridos. "No tengo ni idea, soy malo con los números", se limita a responder cuando lo interrogan.
"Luna está las 24 horas conmigo. Tiene el temperamento ideal para hacer lo que hacemos: ella es muy tranquila, se queda retirada, se acuesta y chau. No te enterás que está. Y le encanta cuando subimos a los cerros y paseamos por lugares naturales", relata el viajero.
Años atrás, Facundo no era ciclista, solo usaba la bici como medio de transporte. Con el tiempo fue aprendiendo y empezó a perfeccionarse. Cambió el vehículo y las alforjas, que son los bolsos que van a los costados. Se desplaza con una carpa, una bolsa de dormir, y elementos para cocinar. Eso, más el peso de Luna, implica cargar unos 40 o 50 kilos extra.
Ahora sí, la pregunta del millón. ¿De qué viven? "Me voy sustentando durante el viaje. Doy talleres de acroyoga, que es una mezcla de acrobacia, yoga y masajes tai. Trabajé como guardavidas cerca en San Antonio de Arredondo, en Córdoba. Y el año pasado di clases de surf en Pinamar", comenta.
"Me dí cuenta de que lo que verdaderamente buscamos las personas es más fácil de encontrar de lo que parece. Por increíble que suene, nunca sufrí inseguridad. Hay veces que no tengo dinero y, sin embargo, encuentro gente que me recibe muy bien: me invita a comer, a dormir o a compartir", dice. Esa solidaridad se potencia gracias a su peculiar compañera: "Luna genera mucha empatía", asume.
Biosca comparte sus aventuras en la cuenta de Instagram "Facu y Luna a pedal". En el camino, difunde y colabora con la actividad de entidades proteccionistas de animales. Además, escribió un libro -"Sincronía fina"-, va por el segundo, y brinda charlas aspiracionales.
"Me gusta demostrar que la vida la hacemos todos los días. Tenemos la posibilidad de transformarla, de embellecerla y colorearla. Creo que los animales y la naturaleza son excelentes compañeros para aprender a ser más consecuentes con los sentimientos", concluye el mascotero que va por la vida sobre dos ruedas.