Vendió cigarrillos en Comodoro, fue mozo en Italia y ahora toca la guitarra en grandes escenarios de Europa
Martín Díaz se crió entre las 1008, una casa de la calle Rawson y los barrios Roca y Pueyrredón. Vendió cigarrillos y trabajó en radio. Sin embargo, lo suyo siempre fue la guitarra, y un día decidió buscar suerte en Italia. El sacrificio fue grande, pero valió la pena y hoy vive de su pasión, aquella que lo llevó a grandes escenarios de Europa.
Cuenta Martín Díaz (46) que el primer trabajo que tuvo en Italia fue vendiendo sándwiches afuera de un kiosco. Tenía que ganarse el mango y era una buena forma de empezar. Pasaron más de 20 años de aquellos días de incertidumbre y sueños, y el guitarrista comodorense vive un presente totalmente distinto. Hoy es profesor de música en una secundaria de Teramo y gira por diferentes escenarios de Europa, acompañando a músicos, actores y poetas. Sin embargo, nunca se olvida de su Comodoro natal, aquel lugar de cerros y mar donde comenzó su aventura, y que aprendió amar aún más a la distancia, tal como confiesa en una charla con ADNSUR. “La verdad es que desde que estoy acá me volví mucho más argentino que en Argentina. Se extraña mucho Comodoro, se extraña mucho a la familia, a las personas. Siempre se extraña. Pero lo llevó en mi corazón y todo el tiempo hablo de Comodoro, incluso he escrito canciones para mi ciudad”.
Martín Díaz sabe lo que es el sacrificio. El músico se crió entre las 1008 viviendas, una casa de la calle Rawson y otras de los barrios Roca y Pueyrredón. Tenía 14 años cuando comenzó a tocar la guitarra en el Colegio Salesiano Dean Funes, siguiendo los pasos de dos amigos que habían sacado un par de temas y los utilizaban para conquistar a las chicas del Colegio María Auxiliadora.
“Eran unos winner”, recuerda Martín a la distancia y admite que eso fue lo que lo motivó a meterse en el mundo de las cuerdas de nylon y los acordes. Así comenzó a sacar sus primeras canciones, y poco a poco se fue enamorando de la viola, hasta que un día decidió entrar en aquel local de la calle Belgrano, frente a Erboni, donde todas las tardes veía a un pibe tocar diferentes acordes.
Cuenta Martín que esa tarde salió del colegio y el pibe otra vez estaba tocando la guitarra. Tomó coraje, entró y de una le dijo: “quiero aprender a tocar la guitarra” y del otro lado la respuesta fue inmediata: “bueno, te voy a enseñar”.
Luis Ahumada fue su primer profesor, aquel que durante siete meses le enseñó los secretos básicos del instrumento. Desde entonces nunca dejó la guitarra, ni siquiera cuando entró a la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco para estudiar licenciatura en Comunicación Social.
Lejos de alejarse de la criolla, en tiempos de cantina y libros acrecentó su pasión por las cuerdas. Mientras tanto, daba sus primeros pasos en los medios, vendiendo publicidad y haciendo sus primeras armas.
Trabajó en Radio Del Mar con Claudio Bareilles, en Río Nueva Vida y también en Visión. Incluso tuvo un programa que tituló “Cable a Tierra”. Era todavía un adolescente en busca de su camino, en una época que marcó a una generación, algo que todavía recuerda.
“En la universidad comencé a conocer gente en la cantina de la universidad relacionada con la música. Estaba Walter San Román, entre otros, y era una época en que giramos mucho. Me acuerdo que girábamos por Barobar, El Galpón, el pub del Negro Belmarejo, el Balcón y el restaurante de la Cabaña. Los miércoles a la noche, junto a Rubén Segovia y el ‘Flaco’ Schneider salíamos a tocar. También estaban Sebastián Romero, el Pocho Paolisso, la Negra Donna, Alejandra Saint Pé. Estábamos de moda y andábamos tocando por todos lados, porque éramos muy versátiles. Me acuerdo que pasábamos toda la noche con Rubén y el Flaco Schneider y amanecíamos. Nos poníamos a escuchar música de todos los músicos del mundo, tratando de sacar y robar y robar. Mis viejos se estaban levantando para trabajar y yo me estaba acostando, y me decían adónde vas a llegar con esta vida”, dice con un acento italiano que se le pegó con el paso del tiempo.
Martín cuenta hizo mil laburos en su vida, y así como apenas terminó la secundaria se puso a trabajar en radio, al poco tiempo cambió de rubro y se volcó a los cigarrillos, en una de las dos distribuidoras que había en la ciudad.
Eran días de mucha calle, charla con comerciantes y cuentas, pero siempre había espacio para la guitarra. Así, comenzó a tocar con los integrantes del Camaruco y en la escuelita con el maestro Iribarne, donde también estaba Beto Ceballos. Para él se trataba de encontrar un factor común que una todas sus pasiones, porque como dice “al final todo tiene que ver con todo; la música con la radio, la fiesta, y divulgar cultura”.
Martín recuerda esa época con alegría, y asegura que fueron tiempos de mucho aprendizaje. “En esa época estaba muy de moda Dolina, y en la universidad estábamos muy metidos en toda esa historia de lectura, bohemia, filosofía y todos esos palos que te hacen tan bien a esa edad joven”.
Pero todo comenzó a cambiar cuando surgió la primera posibilidad de viajar a Europa con el Camaruco, gracias a Guillermo Terraza, un músico que hacía conciertos para el libro Guinness y convocaba a diversos músicos para los espectáculos.
Así, Martín cayó en la bolsa y tiempo después tuvo su premio: la posibilidad de viajar a Italia, Francia y España con la academia de folclore.
“Fue un premio a todo el esfuerzo que había hecho, una experiencia que no voy a olvidar nunca, porque habían viajado varios músicos y yo deseaba hacer lo mismo. Me acuerdo que esa vez Guillermo me decía quedémonos, pero yo le decía que no, que estaba loco y volví a Comodoro”, recuerda entre risas.
El viaje a Europa para Martín fue un viaje de ida, la posibilidad de meterse de lleno en la música y seguir aprendiendo en el circuito de la ciudad, hasta que dos años después otra vez El Camaruco lo invitó a la gira y esta vez decidió quedarse. “Ahí empezó mi historia de cero en Europa", dice hoy.
EL VIENTO TRAE OTRA COPLA
Los primeros años al otro lado del charco no fueron fáciles para el músico comodorense. No solo tenía el desarraigo con su familia, sino también tenía que amoldarse a las costumbres de los italianos y al bolsillo flaco.
En los primeros cinco años, asegura que hizo de todo. Trabajó como mozo, camarero, albañil y vendió sándwiches, hasta que en 2009 decidió ir por lo que había soñado, renunció al trabajo y se inscribió en un Conservatorio de Música Jazz.
Así, con 34 años, volvió a estudiar, tal como lo había hecho alguna vez en Comodoro, pero esta vez, sabiendo que a los libros tenía que sumarle dinero. “Dije en cinco años me tengo que recibir y eso hice. Pasaba las horas blancas en vela estudiando, luego me iba al conservatorio y a la tarde trabajaba. Así fue durante cinco años, hasta que me recibí con el máximo de los votos”.
Su estancia en el conservatorio lo ayudó a conocer músicos que lo convocaban para tocar, principalmente música latina. Él sabía que no era el género que más le gustaba, pero también era consiente que era trabajo, la mejor forma de sumar un mango a las clases que daba en un taller de música.
Así comenzó su carrera musical sería, dice con orgullo, porque mientras estudiaba tuvo la posibilidad de salir de gira con Anna Marchesini, una actriz famosa del país que en un gran tour por todo Italia presentaba "Cirino Pascarella y Marilda non si puo fare".
Fue su amigo Marco Collazzoni, un saxofonista que lo adoptó en la música, quien lo invitó a hacer “un provino”, sin imaginar que no solo iba a pasar la audición, sino que iban a girar durante tres años por diferentes escenarios de Italia.
Más tarde llegaría la posibilidad de tocar con Michele Placido, hacer un tour por Miami que incluyó un concierto en el Museo de Arte Moderno, y la posibilidad de tocar en el Festival Internacional de la poesía Sarajevo con el poeta estadounidense Jack Hirschman, con quien recorrió escenarios de Estados Unidos y Europa.
No conforme con esto, y sabiendo que aún se podía crecer, Martín también le hizo caso Collazzoni, quien lo incentivó a que hagan juntos un máster en pedagogía musical en la Universidad de Sofía, Bulgaria, lo que le permitió ser docente en la escuela pública.
En la actualidad, Martín sigue trabajando con Placido, es profesor de una secundaría, y produce y compone en su estudio, donde además da clases. Además, todos los miércoles toca con Roberto Pomili, un contrabajista que la rompe en el ritmo del 2x4.
Este gran presente, luego de tanto sacrificio, él lo define con cinco palabras: “son medallas en el pecho”, es decir el orgullo de saber que a pesar del esfuerzo logró su objetivo, aquel que alguna vez soñó, en aquella tierra donde comenzó vendiendo sándwiches.