Hace 8 años Víctor Correia (78) cerró las puertas de la histórica Cochería Jones, casa funeraria que le dio continuidad a la primera empresa de este tipo en la ciudad, y que luego de 88 años de historia bajó su persiana, ante el imposible sostenimiento de un rubro que llegó a su fin por el servicios solidario de sepelios de la Sociedad Cooperativa Popular Limitada (SCPL). 

Pasó casi una década del ultimo adiós, sin embargo, la gente todavía lo reconoce en la calle, agradeciendo la atención que tuvo en algún momento de sus vidas, cuando le tocó despedir a un ser querido, con todo lo que ello implica.

Son las 4 de la tarde y Víctor está en su casa de la calle Aristóbulo del Valle. Hace un rato volvió a llevar a su hija a kinesiología y descansa junto a su esposa en una fría tarde de otoño. En su quincho recibe a ADNSUR y con la amabilidad que lo caracteriza invita a recordar la historia de la última cochería privada que tuvo Comodoro Rivadavia. Y quién mejor para contarla que su último propietario, el último funebrero de oficio que tuvo la ciudad.

DE PORTUGAL A COMODORO

El vínculo de Correia y cochería Jones comenzó cuando él tenía solo 15 años. Tres años antes había llegado a Comodoro Rivadavia junto a su madre, dejando atrás una linda vida en Río de Onor; una aldea de Portugal que en la actualidad tiene 60 habitantes y es considerada uno de los lugares más lindos de ese país.

Por ese entonces, Víctor trabajaba en la tienda Costa Sud, que se encontraba al frente al Coliseo y que hoy tiene continuidad con la tienda de los hijos de los propietarios, ubicadas frente a la Escuela 83. 

Dos años antes había entrado a ese local como cadete, luego que una tarde de cine vio un cartel donde ofrecían empleo. Con solo 13 años le dijo a su mamá (quien nació en Comodoro en 1918 y a sus cuatro años volvió a Portugal) que quería trabajar, y al otro día, una vecina que conocía a los dueños lo llevó a postularse para el puesto. Víctor entró de inmediato, “había que ganarse el puchero”, dice a la distancia. 

Él hablaba chapuceado el español, mezclando palabras portuguesas con argentinas, y ya vivía en Aristóbulo del Valle y Saavedra, un sector de donde nunca se fue.

Cada mañana y cada mediodía, él bajaba y subía caminando para poder llegar a la tienda. Sin embargo, una tarde se animó y le preguntó a su vecino si lo podía llevar a su casa cuando él volvía de su trabajo. A fin de cuentas ambos hacían el mismo recorrido y no le ocasionaría inconvenientes al hombre. 

Edgar Llwwyd Jones le respondió: “Si vos estás todos todos los días a las 12 en la empresa y estás a las 2 en mi casa no hay problema”, sin saber que ese día sellaba un vínculo para siempre; no solo como empleado y patrón, sino también como yerno y suegro.

Víctor recuerda esos años con una sonrisa que denota felicidad y nostalgia. Con entusiasmo cuenta que todos los días “estaba como clavo de mesa” en la puerta de la Cochería Jones, que por entonces funcionaba en Rivadavia y Belgrano, frente a la Catedral.

“Yo estaba como clavo de mesa porque lo que no quería era caminar. Así empezó mi vínculo con él, y con el tiempo me ofreció trabajo en la Cochería. Me acuerdo que me dijo:  ‘¿no querés trabajar conmigo'’. Yo le dije: ‘pero estoy trabajando en la tienda’. Y él me dice: ‘no, yo quiero que trabajes conmigo de noche, de sereno’. Tenía 15 años, y le pregunté cuánto me iba a pagar porque quería juntar algo para tener algo en la vida. Me dijo el sueldo y el horario, que era de 8 de la noche a 8 de la mañana, y nos pusimos de acuerdo. Así empecé”.

Con solo 15 años Víctor supo en carne propia lo que era el sacrificio del trabajo, algo que luego inculcó a sus hijos y nietos. Todos los días trabajaba en la cochería de 20:00 a 8:00, y luego de un descanso de una hora, donde aprovechaba a desayunar, entraba a la tienda. A las 12:00 volvía a su casa, y a las 14:00 volvía a bajar al loca. Y una vez que salía pasaba por su casa de nuevo y volvía rápido al centro para entrar a la Cochería.

A la distancia, Víctor reconoce que le gustaba el trabajo porque él “quería progresar”, pero admite que los primeros días fueron difíciles, e incluso volvía marcha atrás cada vez que tenía que ir al depósito de la cochería. Ni hablar la primera vez que le tocó preparar un cuerpo.

Víctor hizo ese recorrido por mucho tiempo, hasta que un día Jones otra vez le preguntó algo: “¿No querés trabajar conmigo todo el día?”.

La oferta era full time, disposición completa, y su respuesta fue la misma que la primera vez: ¿Cuánto me va a pagar?.

Eran 7000 pesos de la época, pero cuando Víctor le dijo a los dueños de la tienda que se iba, ellos le ofrecieron el mismo sueldo; querían que se quede. Sin embargo, su respuesta fue rotunda: ‘no, gracias, en la cochería me van a enseñar a manejar”. A fin de cuentas Víctor quería crecer, aprender para poder tener algo, sabiendo que tenía solo cuarto grado y lo había hecho en Portugal.

Víctor a la derecha junto a su suegro y patrón.

DE COMISARIO A FUNERARIO

La cochería Jones era la continuidad de la primera casa funeraria de Comodoro Rivadavia, fundada en 1924 por Ramos y Morales. Jones había comprado el fondo de comercio en 1952, cuando renunció a la Policía de la Gobernación Militar al ser enviado a Jaramillo, un lugar donde sus hijas no iban a poder continuar sus estudios secundarios. Así, renunció como comisario y compró la funeraria que incluía un viejo Ford 40, con el que la anterior empresa trasladaba a los muertos, pero también mercadería desde el puerto al pueblo. 

Cuando Jones compró el local decidió hacer algunos cambios. Uno de ellos fue comenzar a tener un servicio permanente las 24 horas, así las familias ya no tenían que esperar hasta la mañana siguiente para iniciar los trámites de sepelio. Por esa razón, necesitaba un sereno que esté atento a la puerta cuando la muerte llegue, y Víctor fue el elegido en estas tardes de bajadas y subidas. 

Su trabajo era sencillo. La persona completaba una planilla, él avanzaba con los trámites, y luego le tenía que avisar a su jefe para hacer el servicio. Como en esa época no había transporte ni teléfono, se iba en bicicleta hasta la zona de calle Alsina y Aristóbulo del Valle.

En esos tiempos los velatorios se hacían en domicilios, con capillas que se armaban en un espacio de la casa. Jones y Correia en un furgón llevaban los candelabros, la cruz y luego buscaban al muerto, casi siempre en el hospital vecinal que estaba ubicado donde hoy está la Casa del Niño. 

Víctor ya estaba casado con la hija de don Jones cuando apareció competencia en la  ciudad: la funeraria de Juan Segreto y compañía, un inmigrante italiano que había llegado de Avellaneda, Buenos Aires, y conocía el oficio. El hombre llegó con una Ford 57 carrozada, un lujo para la época. 

Preocupado por la competencia Víctor no dudó y le dijo a su jefe y suegro: “Jones tenemos que mejorar esto, comprar material de calle: una carroza”. 

“Le digo que lo primero que tenemos que hacer es comprar un funebrero nuevo, pero compró un Lincoln 41 y no mejoramos nada. Solamente era más pomposo porque era largo”, recuerda hoy entre risas.

Pero todo empeoró cuando Segreto le vendió la funeraria a Rivera y Soto, quienes la rebautizaron como “Cochería Rivadavia”, trajeron los IKA, (Industria Kaizer Carabela), un auto de lujo de fabricación nacional que llegó a ser el coche presidencial, e incorporaron sala velatorio, una novedad para el pueblo. 

Frente a esos servicios Víctor sabía que no podían competir, y le insistió a Jones para comprar otra carroza y mejorar la prestación. Su suegro lo dejó en sus manos, pero le puso otra condición: "no hagas nada que no me permita apoyar la cabeza en la almohada tranquilo". 

Así adquirieron un Ford 59, tipo fúnebre americano, y abrieron una primera sala velatorio al lado del local de Rivadavia y Belgrano. Además, compraron cajones de mejor calidad.

Sin embargo, el gran salto de calidad lo dieron en la década del 80 cuando Cochería Jones construyó su histórica sala velatorio de la calle Ameghino, donde en la actualidad funciona un centro de diagnóstico por imagen. Aunque en el fondo lo que hizo siempre distinto a Jones fue su gran capital: la atención, algo de lo que Víctor se enorgullece. 

“Nosotros siempre brindamos un servicio de primera. El problema tuyo se transformaba en el problema mío más allá de lo comercial. No regalamos nada por supuesto, pero combinamos el precio y de ahí en más nos ocupamos de todo. Nos preguntaban cómo lo íbamos a pagar, y le decíamos ‘no te preocupes, ya lo vas a pagar’, y así era. Pero además teníamos buenas comodidades: buena calefacción, buenas sillas. Tal es así que sobrevivimos a la cooperativa y los demás se fundieron. Además, yo tengo un carácter muy especial porque no es fácil ser funebrero. Nosotros no somos vendedores de cajones, porque no es vender como una cubierta o un kilo de pan. Nosotros prestamos un servicio, que es lo que más vale, porque hay que agarrar a los muertos, vestirlos, acomodarlos en el cajón, hay que ir a cualquier hora y tener un andamiaje para poder atenderlos”, dice con orgullo.

Cochería Jones siempre intentó estar a la vanguardia del servicio que prestaba.

Como dice Víctor, el oficio de funebrero no tiene día ni horario. Más de una vez tuvo que dejar un asado a medio hacer para ir a cumplir con su trabajo. Incluso, en su última Navidad, lo llamaron horas antes de Nochebuena y tuvo que dejar los festejos para acompañar la tristeza de otros.

Lejos de renegar de ese tipo de momentos inoportunos Víctor dice que forma parte del oficio.

“Yo le decía a mi familia peor está la gente que me viene a tocar un timbre porque se le murió un familiar. Yo voy, termino y vengo a comer de vuelta”.

Al ser consultado por lo más difícil de este oficio, no duda y enumera su propio decálogo.  “Lo que más te choca es levantar un muerto, lo que más te duele cuando viene un familiar a pedir un servicio, y lo peor de todo para mi es cuando muere una criatura, y por lógica para el padre que viene a pedir un servicio. Los padres no están preparados para enterrar al hijo, es a la inversa, entonces ese matrimonio queda destruido, eso es lo más difícil, y después es difícil arreglar un cuerpo porque hay que acomodarlo, presentarlo. Eso es lo malo, lo demás es un laburo y estar todo el año, todos los años”.

Año 2012, previo al cierre de la Cochería. Foto: El Patagónico

EL FINAL DE UNA HISTORIA

En 2012, Víctor decidió cerrar las puertas de la cochería. El servicio solidario de sepelios, que unos años antes lanzó la Sociedad Cooperativa Popular Limitada, terminó de fundir a este tipo de comercios. Él resistió como pudo, haciendo cremaciones en Río Gallegos, ya que por ese entonces el servicio no existía en la ciudad, y trasladando muertos a distintos puntos del país. 

Víctor asegura que veía venir el ocaso. Por esa razón dejó de comprar cajones e invertir en el negocio. Así, cuando cerró las puertas, devolvió los ataudes al proveedor para que los revenda y luego vendió los autos y el mobiliario a otra empresa de Bariloche.

Cuenta que los primeros años fueron difíciles y más de una vez se encontró llorando frente a la cochería dentro de su auto. Por suerte, tuvo la contención de su familia, sus hijos Víctor Hugo, gerente del Hotel Lucania, y Claudia, profesora del Abraham Lincoln, quienes lo supieron entender.

“La pase realmente mal, pero decí que tuve una mujer y unos hijos que me toleraban. Pasó el tiempo y mi cuñado me decía, 'los años pasan, después no vas a tener que levantarte a las cuatro de la mañana para ir a laburar'".

A pesar del dolor que le produjo Víctor reconoce que no está en contra de la decisión que tomó la SCPL, pero si la forma en que lanzó el servicio, no haciendo participe a quienes se dedicaban a ese rubro. 

Por estos días, él disfruta de sus nietos más chicos, los amigos y los llamados telefónicos de su nieto mayor, Hernán Barreda, médico que combate el Covid - 19 en el Güemes de Buenos Aires.

Asegura que no quiere ser sepultado, quiere que sus cenizas vuelvan al mar, porque como dice, el agua lo llevará a su origen, aquella tierra de Portugal, que alguna vez dejó, para ser el funebrero con mayor trayectoria de la Patagonia, medio siglo de vida acompañando el dolor de otros.

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