Patricia Peralta, la hija del primer sastre de Rada Tilly que se encargó de recopilar parte de la historia de la villa
“Desde el 76 a esta fecha yo me acuerdo de todo, parece que fue ayer”, dice Patricia Peralta, una mujer que llegó a Rada Tilly cuando la villa eran cuatro cuadras y los vecinos estaban a 200 metros de distancia. “Pato” vivió en primera persona el Rada de antes, el de calles de tierra y con escasos servicios, un lugar donde se conocían todos y donde ella encontró su lugar en el mundo.
Cuando Patricia Peralta (64) llegó a Rada Tilly, desde su casa, en calle Sarmiento, veía el circuito del hipódromo. Era la década del 70, y por entonces no estaba lleno de casas a su alrededor. Eran tiempos en que en la villa estaba todo por hacerse. Todavía era el lugar de fin de semana de cientos de comodorenses y la playa para descansar en verano. Tiempos de escasos servicios y largas distancias.
Patricia admite que dejar la avenida Tehuelches, donde creció gracias al oficio de sus padres, fue difícil. Por ese entonces, Kilómetro 3 ya no era un campamento de la ciudad, sino parte de la vida comercial de la creciente Comodoro Rivadavia, aquella tierra que habían elegido para vivir miles de inmigrantes europeos que llegaron escapando de las crisis y las diferentes guerras del siglo XIX y XX.
“Fue un cambio y bastante extraño venir de la avenida Tehuelches, donde tenía luz, agua, comercios, a venir acá”, dice Pato y lo pinta en imagen. “Cuando llegué a vivir a la vuelta del Concejo, en la Sarmiento, vos mirabas adelante y veías el hipódromo original. Y la única casa que veía en diagonal era la casa de Vargas, que ahora está pintada de azul entre Sarmiento e Islas Malvinas. Ellos venían el fin de semana y en la casa vivía un cuidador. El chico era jockey su trabajo era ese, pero después no había nada más”.
Con 64 años, Pato, como la conocen todos en la villa, recuerda con lujo de detalles los rasgos del pasado y admite que pareciera que fue ayer aquel día de 1976, cuando llegó al creciente poblado del sur de Comodoro.
“Me acuerdo de todo; me acuerdo de lugares, momentos, fechas. Lo único que lamento es no haber sacado más fotos, pero acá no había nada. El agua había que traerla en damajuana, teníamos que comprar garrafa y teníamos luz en la calle, pero un poste por acá y otro por allá, y calles cerradas, porque las transversales estaban sin abrir”, dice volviendo a las imágenes que aparecen en su memoria.
Patricia cuenta que el destino los trajo a Rada Tilly. En aquellos años, su padre, Juan Rigoberto Peralta, un sastre que había venido de Córdoba, y su madre, María, una pantalonera de la zona, habían elegido Kilómetro 3 para vivir. En esa zona Juan desarrollaba su tarea como sastre y trabajaba en La Campana, una reconocida tienda del sector.
En barrio ypefeano por naturaleza, el matrimonio alquilaba una pequeña vivienda de la avenida Tehuelches. Vivían tranquilos, trabajando y soñando con algún día llegar a su casa propia, pero sabían que no era fácil; no ser ypefeano era un obstáculo en aquellos años.
Pero un día todo cambió para ellos, y lo que al principio pareció un cachetazo del destino terminó convirtiéndose en una oportunidad.
Cuenta Pato, que el arrendatario, donde vivían junto a su hermana Valentina, le pidió la casa a sus padres, y se encontraron con la dificultad de encontrar alquiler sin trabajar en YPF.
Por ese entonces, ella estudiaba en la Escuela 24, hoy conocida como 83. Y su madre integraba el Club de Madres del establecimiento, donde conoció a Julia Jofer, su salvadora.
La mujer, esposa de un reconocido fotógrafo de Comodoro, tenía una casa de verano en la villa, y al enterarse de la situación de los Peralta no dudó y se la prestó, una gran salvación que con 15 años Pato no terminaba de entender.
Patricia recuerda como si fuese hoy aquel día en que vinieron a conocer la casa con doña Julia. “Me acuerdo que en Rada no había nada y la casa era un terreno inmenso donde hoy hay una casa preciosa, pero en ese momento había un invernadero a mitad del terreno, un galpón, un quincho de material, una casa de madera delante y otra casa de madera que era una habitación y el baño afuera”.
Pato y su familia vinieron a vivir a la casa de una habitación. Dormían ahí y comían en el quincho. Al principio fue duro. En aquellos años Rada Tilly era apenas un poblado de cuatro avenidas y algunas personas distribuidas por el sector. No había supermercados ni frecuencias de colectivos cada 15 minutos. Tampoco gran cantidad de tránsito ni muchos menos acceso a los diferentes servicios.
Cuenta Pato que sus padres, para comprar una garrafa tenían que caminar hasta “El Faro” donde hoy hay una reconocida peluquería entre la avenida Moyano y la Seguí. El trayecto era largo, pero era el almacén más cercano para comprar alimentos.
Con 15 años Patricia asegura que creía que la estadía de su familia en Rada iba a durar un suspiro. Sin embargo, estaba equivocada. Poco tiempo después los Peralta buscaron otro alquiler en la villa y se mudaron a otra casa, a una cuadra, en la avenida Seguí, donde al menos tenían gas.
Por ese entonces, ella ya había comenzado a trabajar en la incipiente Municipalidad de Rada Tilly, gracias al aviso de su única vecina, Jazmín de Pieragnoli, quien vivía al lado de su primera casa.
La mujer un día la llamó desde atrás del alambrado y le preguntó si todavía le interesaba trabajar, tal como le había dicho un tiempo antes. “Ella me comentó que la chica que trabajaba en la caja se iba a ir a estudiar a Santa Fe, que iban a buscar una cajera. Me preguntó si me interesaba y yo le dije que sí. Me acuerdo que me dijo que vaya a ver al intendente. Me recibió don (Fernando) Savoye en el despacho de la intendencia y le dije que necesitaba trabajar. Completé unos papeles y el 1 de febrero del año 78 comencé a trabajar”.
Durante un año, Patricia estuvo contratada en la Municipalidad, trabajando en la caja recaudadora, recibiendo a los vecinos que tenían que pagar sus impuestos. “Era una cola infernal de gente. En ese tiempo no había tarjeta, no había nada, y era el único lugar donde se podía pagar. Entonces eran muchas personas y un trabajo manual, a calculadora”, recuerda con nostalgia.
Esa primera experiencia fue todo aprendizaje para ella. Sin embargo, tenía otros desafíos por delante. Patricia ya había pasado a planta transitoria, cuando el tesorero renunció a su cargo y el intendente le ofreció hacerse cargo del puesto. Así, Pato pasó a la tesorería pero también hacía liquidaciones de sueldos, tarea que le llevaba días y días para poder pagar a fin de mes.
La protagonista de esta historia llegó a ser encargada de personal, y en 2011, luego de muchos años en el municipio, le propusieron ser concejal titular en la boleta que encabezó Luis Juncos. Así, dejó el Ejecutivo para pasar al Legislativo, donde estuvo cuatro años como concejal titular y otros cuatro como suplente.
Precisamente, durante ese último periodo se hizo cargo del Archivo Histórico, espacio en el que se encargó de recopilar los primeros documentos que dieron forma a este sector. “Me dediqué a buscar bibliograto por bibliograto para que eso después llegara al museo y se hiciera toda la historia que el museo tiene sobre los barrios, las calles, la planta de tratamiento y el muro costero. Me enfoque en eso, y dije ‘cuando me vaya, se lo voy a pasar a la gente del museo’”, dice con orgullo.
Patricia tenía todos los documentos separados por nombre de plazas, de calles y fechas de creación. Pero eso no era todo. También accedió a fotografías que encontró y otras que le dieron, y que hoy integran el Archivo Histórico.
“Yo pensaba en algún momento a la gente esto le va a servir. Eran cajas y cajas de fotos, de actos del Rada Tilly de antes, un montón de documentación más allá de todo lo que los vecinos han aportado, algo muy lindo”, asegura.
Finalmente, el 1 de diciembre de 2016 Patricia se jubiló. En la actualidad de vez en cuando continúa en contacto con Sol Coetsee, la actual responsable del Archivo Histórico, con quien comparte algunos datos. Sin embargo, admite que extraña trabajar.
“Extraño trabajar, 40 años de trabajo pasaron como nada. Al principio parece que estás de vacaciones, pero después cuando ya no tenés que levantarte a las 7 de la mañana y no tenés nada para hacer. Es raro pero sigo en contacto con la gente de la Municipalidad y el Concejo. Es algo que me gusta. Lo raro es que todo parece que fue ayer. Pero Rada Tilly creció tanto que si me vos me decías cuando vine para acá que iba a ser esto, no lo creería”.
Con 64 años, Patricia tiene un gran cariño por la villa y un solo deseo. “Me gustaría que la gente que viene a vivir acá conociera la historia, porque hoy están el 90% de las cosas hechas y cuando uno vino había un 1%. Entonces están todas las cosas hechas y cada uno fue aportando un poquito para que se logre”, dice entre el deseo y el orgullo, sabiendo que el pueblo de calles cerradas que alguna vez conoció, su lugar en el mundo, hoy ya no existe, y crece a pasos agigantados.