Yo los extrañé en la pandemia, para mí era un vacío porque venían los padres y ellos me faltaban, porque son el cascabel de la vida, siento que me acompañan a mí y yo dentro de este granito de arena, siento que crezco con ellos".

Cuando habla de los chicos, a Sonia Marcos una sonrisa le ilumina el rostro. Cuenta que su vida siempre estuvo rodeada de niños y mucho más los últimos años, desde que está en “El Paso”, el histórico kiosco de Rada Tilly que alguna vez fue videoclub y hoy resiste el paso del tiempo y la llegada de grandes empresas y nuevos multirubros.

Al repasar su historia Sonia dice que su llegada a Rada “fue circunstancial”. “Yo vine a acomodar el kiosco, trabajaba en Rawson en algo totalmente diferente, una ferretería, y llegué por mi hermano y su socio. Él me dijo ‘Sonia, querés venirte, te necesitamos. Si no te gusta te volvés’ y la verdad que yo de kiosco no sabía mucho; solo había trabajado en un Ramos Generales, pero me quedé”.

Sonia cuenta que siempre deja todo en su trabajo, porque como dice: “si vendo un tornillo te lo voy a vender con el mejor amor del mundo y si vendo helados también”.

Es que esta mujer que nació en Córdoba vivió en Salta y Formosa, en la frontera con Paraguay, hizo de todo. En su adolescencia, en el 82, cuando llegó a Río Mayo trabajó en Don Hilario, un Ramos Generales de ese poblado.

A esa localidad arribó luego de su paso por Las Lomitas, Orán y Jesús María, gracias a los traslados del marido de su madre, un gendarme con el que se casó luego que enviudó a sus 25 años. Pero Chubut fue su última provincia en su viaje. Desde entonces, Sonia está en la zona.

A lo largo de estos 40 años, Sonia estuvo en diferentes ciudades de la provincia, hasta que en 2002 llegó a Rada Tilly y nunca más se fue.

Por ese entonces, ya había tenido una experiencia en la zona cuando vino a trabajar a un internado de Kilómetro 8, luego que pidió el traslado de un instituto de esas características pero de Playa Unión, mientras vivía en Rawson. 

Es que tal como acompaña hoy a sus niños, en ese momento acompañaba a quienes estaban en el internado.

Pero luego de unos años Sonia terminó los internados. No estaba de acuerdo con algunas cosas, tal como cuenta. “Pasa en todos lados, pero si yo acomodo esto, le saco la tierra todos los días, hay gente que lo toma con amor, ya sea la botellita u otra cosa, y para alguna gente el niño no es importante, entonces no estaba de acuerdo y pedí el traslado”.

Antes de irse por supuesto dejó su huella. Es que siempre fue inquieta, y le gustó hacer cosas diferentes para dejar una marca positivo en los niños. En Playa Unión, por ejemplo, empezó festejar los cumpleaños de los chicos y con una compañera gestionó para que los pequeños vayan al cine, “una emoción muy grande para ellos”.

En Kilómetro 8, en tanto, realizó un guardarropa y otras actividades de acompañamiento a los chicos, tal como años después hizo en “El Paso” cuando sumó a pequeños pasantes, experiencia que recuerda con alegría y orgullo.

"Me acuerdo que algunos querían atender el kiosco. Yo les decía ‘¿vos querés ser pasante?, venite, que te traiga mamá si te deja’ y así tuvimos a varios. La primera fue Antonia, que fue la fundadora de las pasantes con su hermana, después vino Manu, tiempos después en otra oportunidad vino Mateo. Y para ellos era el ratito, la emoción de estar del otro lado y poder atender; para nosotros que les quede un buen recuerdo de parte nuestra, de la infancia de ellos”.

Hace unos años, un grupo de clientes decidió sorprender a Sonia y le festejaron el cumpleaños sorpresa en el kisco.

TRABAJAR DE KIOSQUERA

Sonia cuenta durante la entrevista con ADNSUR, que siempre la movilizó trabajar con los chicos, pero tenía un problema, hacía carne todo lo que sucedía alrededor de ellos.

Por eso tuvo que dejar los internados y aprovechó aquella oportunidad que le dio el dueño de Heladería Bito, quien luego de que la vio trabajar en Comodoro, la envió de encargada a la sucursal de Caleta Olivia y más tarde a Trelew. 

En su último tiempo en el valle, Sonia ya había dejado la heladería y trabajaba en una ferretería donde aprendió a hacer otro tipo de tareas. Sin embargo, cuando llegó el ofrecimiento de su hermano, sabiendo que su mamá ya estaba en la zona, no dudó y se vino para Rada, pensando que era pasajero.

Me vine con la idea de estar unos meses y volverme, porque yo tenía mi casita allá. Pero acá estoy viendo la vida pasar, viendo los niños crecer. Lloro cuando se van, me emociono cuando vienen los hijos. Pero este lugar es como la puerta de Narnia, porque es como que el adulto vuelve con los recuerdos a la infancia, y para el niño es el entusiasmo, el descubrir”.

Por estos días, en "El Paso" ya no se trabaja de 7:30 a 12:00, tampoco feriados, ni fechas festivas, como sucedía en el pasado. A diferencia del pasado hoy la acompañan dos empleadas, y no seis como solía ser cuando llegó a principios del 2000.

Sabe que en algún momento su historia en el comercio concluirá. Asegura que puede ser cuando se jubile, pero en el fondo es consiente que dependerá del destino y el tiempo que "la aguanten", como dice entre risas, quienes les alquilan.

Por supuesto, está agradecida de sus arrendatarios, como de Jorge Quintela, quien le vendió el kiosco descontando pequeños ingresos que nunca se dio y le brindó la oportunidad de tener el trabajo de su vida. También de Norma Gago, "Normita", quien la acompañó muchos años en el comercio y de Claudia Suazo, aquella mujer que lo bautizó como ‘El Paso’ cuando todavía era un videoclub este kiosco que vio crecer a miles de niños, el pequeño mundo de Narnia de Sonia, la mujer que decidió acompañar las infancias de los chicos de la villa.

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