Vivían en Ushuaia, se mudaron a Lago Puelo por sus hijos y crearon una bodega turística que produce más de 5.000 botellas de vino al año
Pedro Adamow y Carina Noya hace 15 años se mudaron a la Cordillera para poder estar cerca de sus hijos. En Lago Puelo decidieron construir una de las primeras bodegas de la ciudad, un proyecto de etnoturismo que esta temporada recibió a visitantes de todo el mundo. En esta crónica, te contamos sobre este emprendimiento que combina degustaciones, paisajes y, sobre todo, familia.
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“Estamos teniendo una temporada bastante activa”, dice Pedro Adamow al contar cómo viene el año en la bodega que lleva su apellido. Es el tercer año que reciben turistas con Carina, su esposa, y aún se sorprende por la llegada de visitantes de todas partes del mundo. Solo este verano, el emprendimiento recibió a turistas de Europa, Brasil, Uruguay, Israel y diferentes puntos de Argentina, desde Comodoro a Catamarca. “Tenemos mucho turista de la costa de Chubut, el turismo es muy variado”, dice entusiasmado.
Bodega Adamow está ubicada en Cerro Radal, un valle productivo de Lago Puelo que se encuentra entre el Cerro Currumahuida y la Ruta Nacional 40, a 3000 metros de la rotonda que conecta con una de las arterias más importantes del país.
En un predio de 7 hectáreas, Pedro y su familia construyeron el sueño del viñedo propio, pensando en un proyecto de etnoturismo que les permita vivir en una zona que consideran un paraíso.
“Somos uno de los primeros que arrancamos en la zona con viñedos, pero uno de los últimos que salimos a la venta”, dice el empresario al introducirse en la historia del lugar.
Pedro y Carina son oriundos de Mar del Plata, uno de los sitios históricos que tiene el turismo en Argentina. En “La Feliz” se conocieron, se pusieron de novios, y en un momento decidieron emigrar por trabajo. Ushuaia, la tierra del Fin del Mundo, donde se respira un turismo distinto, fue su hogar durante 15 años. Allí se formaron profesionalmente y desarrollaron su vida. También nacieron sus tres hijos y construyeron gran parte de su vida, hasta que sintieron que era momento de cambiar de aires para poder estar cerca de Joshua, Marcos y Sofía.
“Vinimos por una cuestión de planificación familiar”, dice Pedro al explicar la decisión de migrar. “El que vive en un lugar chico con hijos adolescentes, sabe que en algún momento se van a ir a la universidad, que no se van a quedar en la zona y Tierra del Fuego estaba muy distante de un lugar donde ellos podrían ir a estudiar”, recuerda.
Pedro admite que “siempre la idea original fue que los chicos vayan a Córdoba y pensamos: ‘era doble vuelo, mucha distancia’, y nos empezó a movilizar que si necesitaban algo no íbamos a poder asistirlos. Así empezamos a planificar un punto medio”.
La Cordillera de Chubut fue el lugar perfecto. Estaba a mitad de camino de cualquier universidad, tenía un clima ameno e ideal para disfrutar en verano y podían proyectar un emprendimiento productivo.
Así, en 2007, Pedro y Carina compraron la propiedad y comenzó el trabajo, un largo trayecto que tuvo su punto culmine en 2022 cuando pudieron comercializar la primera botella de vino.
“Apenas 13 años estuvimos para poder vender una botella de vino”, dice el emprendedor entre risas. “Pasó mucho tiempo, es verdad, pero fue mucho trabajo. En 2008 comenzamos a limpiar el terreno. Acá no había nada, era un bosque de ciprés talado. Lo habían cortado y arriba había murra, mosqueta y maqui. Estuvimos un año limpiando el lote y una vez que terminamos se plantó el viñedo, pero necesitábamos el antihelada y no estaba la infraestructura: no había luz trifásica, no había agua, no había nada y todo eso hubo que desarrollarlo. Nos llevó seis o siete años, hasta que hicimos toda la infraestructura para poder tener antihelada”.
Con orgullo, Pedro cuenta que fueron uno de los primeros productores que arrancaron en la zona con viñedos. Cuando comenzaron, había solo unos pocos proyectos en desarrollo, entre ellos Patagonia Wines, la primera bodega de Chubut que, de alguna forma, marcó el camino del resto.
“No había dónde asesorarse o cómo averiguar una experiencia en la zona, pero nos atrajo que podíamos recorrer todo el ciclo productivo”, recuerda. En la zona se da muy bien el tema de la fruta fina y la cereza, pero como cadena primaria de comercialización a veces es bastante ingrato. Pasa en el valle y en otros lugares donde se comercializa fruta y vos no hacés una elaboración del producto, así que lo que nos entusiasmó y nos llevó a decidirnos por este tipo de producción es que podíamos realizar la elaboración primaria, la producción industrial y después la comercialización”.
UN PROYECTO INTEGRAL
El proyecto original contempla 10.000 plantas en dos hectáreas de viñedo. En la actualidad, el emprendimiento ya tiene 8.500 viñas plantadas, de las cuales 5.500 están en producción plena, con una cosecha de 6.500 kilos de fruta anuales que permiten producir cerca de 6.000 botellas: 2.000 de Pinot Noir y 4.000 de Sauvignon Blanc.
El proyecto cuenta con el asesoramiento del enólogo Mauricio Vegetti, el ingeniero agrónomo Christian Siaglo y la asesora comercial Carolina López Bueno. “Todo ese grupo de profesionales nos jerarquiza y nos da un nivel para trabajar que nos tira para arriba”, dice Pedro, agradecido.
“En los próximos dos años vamos a estar en 8000 – 9000 kilos de fruta y todavía nos queda un cuadro por reponer de 1500 plantas, que fue el proyecto original”.
El emprendedor lo dice: por el tamaño de la bodega, es imposible depender solo de la comercialización. Por eso, “el proyecto etnoturístico incluye el armado de un patio de comidas que podría estar funcionando el próximo año y un sector de alojamiento, unas pequeñas cabañas que completarán el proyecto”.
Por supuesto, Pedro está entusiasmado, y cómo no estarlo; para ellos es un sueño hecho realidad. Aún recuerdan cómo era el lugar cuando llegaron y el desarrollo que ha tenido hasta la actualidad.
“Es algo muy gratificante, no solo por haber logrado el resultado de la calidad del vino que logramos, sino también por haber llevado a cabo el proyecto en casa, porque desde que lo planificamos hasta poder llevarlo a la práctica costó mucho. Hoy, tener un volumen de 6.000 u 8.000 kilos de fruta de calidad y poder elaborar los vinos de la calidad que elaboramos es muy reconfortante, porque se hizo todo desde cero”.
El camino no fue fácil. Como dice, pasaron por volcanes, la pandemia, incendios y un montón de situaciones que más de una vez hicieron tambalear el proyecto. Sin embargo, continuaron a paso firme y hoy es una realidad.
“Está llegando gente de muchos lados. La gente está conociendo que al sur de Bariloche hay bodegas y viñedos, cosa que hace tres o cuatro años no estaba tan comunicado y, por suerte, se trabaja bastante. Solo somos Carina y yo. Por la mañana atendemos el viñedo, los envíos, los pedidos y la administración, y por la tarde recibimos a las visitas”, dice con alegría.
En verano, la bodega está abierta de 16 a 20 hs. La pareja recomienda hacer reserva si la idea es poder degustar los vinos con una tabla de curtido. “Así los podemos atender mejor y no tienen que esperar si tenemos gente”, dice Pedro, mientras Carina atiende a uno de los últimos visitantes de la jornada, quienes desean conocer el lugar y degustar estos vinos de zona fría que se caracterizan por su alta acidez, su expresión de fruta fresca y sus bajos alcoholes; un producto que muestra el potencial productivo y turístico de una zona que sigue creciendo en uno de los rincones más hermosos de Chubut, el lugar que ellos eligieron para estar más cerca de sus hijos y emprender en turismo.
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